Y allí estaba: sentado en un rincón, junto a la puerta de la celda, portando estoicamente sus pantaloncillos de lino y su camisa de fuerza color hueso. -Todo tuyo. Ya puedes platicar con él si quieres… o mejor dicho, si puedes- dijo riendo socarronamente uno de los guardias del hospital psiquiátrico que estaba de guardia en aquel momento. Sacó sus llaves, que debieron de haber sido más de doscientas cuarenta y dos, y me abrió la puerta del cuarto, no sin antes darme las últimas normas de seguridad por si las cosas se salían de control. Aquel lugar poseía una belleza casi inexplorada. Una extraña combinación de calma y de embriaguez empapaba el rostro pálido y fantasmal del recluso, lleno de surcos prematuros por toda su tez. Podría haberse tratado tan sólo de un bulto cualquiera de ropa blanca en magnífica proporción acomodado sobre la pared, y sin embargo, me aventuré a dirigirle la palabra:
-Buenas tardes. Usted debe ser el señor Aguillón… ¿no es así?
-¡Un Bon Sai es más rápido que una carreta, y más fugaz que un perro vienés! ¡Puede que la vida sea corta, pues comienza otra vez! ¿Qué te trae por aquí, piltrafa de oro con orgullo de marqués? ¡Porque no es lo mismo un marqués de Xololoi que una monja de los siete ríos. Río uno, río dos… ¡y ya me ando cayendo al precipicio! ¡Ja, ja!¡Je, je!
-Verá, Sr. Aguillón… vengo a hacerle unos estudios. Quizá esta pueda ser su gran oportunidad para ser evaluado positivamente y dado de alta de este…
-¡Para, para, que me quemas las quimeras capilares, tonto de mal agüero!- me interrumpió con una voz similar a la de un loro ronco por el frío invernal. - ¡Ten presente en tu cajita de zacates godos, tu memoria chiquitita, que ni unni más pudieron paslazarme nunca de la hambruna, quiapropósito mal misiento, no vayaser quenún chubasco, se derritan mis largas botas del púrpura sperpentto! ¡Oh, tan lejos está la gloria, farogüey del tigre y del fermento!
La atmósfera cada vez se tornaba más pesada, y su par de pupilas negras inquisidoras y brillantes de delirio, se clavaban poco a poco sobre las débiles mías. Me sentía incómodo, a la deriva. No tenía ni la más mínima idea de qué era lo que estaba por suceder. Sudé profusamente ¡Sólo era un hombre, carajo! ¡¿Cómo es posible que pueda producir ese efecto en un psiquiatra, que tantas prácticas y horas de lectura dedicó tan sólo para saber afrontar la cruda realidad en estos casos?! Pero allí estaba: la cruda realidad frente a mí. No era un hombre ordinario: era un poderoso huracán enjaulado en carne de hombre. El roce de su ropa con mi piel erizaba mis cabellos, emanando una energía descomunal y espeluznante. Sus palabras no eran simples sinsentidos: eran rítmicas, punzantes, acertadas y gramaticamente fascinantes, caían como relámpagos de Agosto sobre mis oídos, tenían un "noséqué" de admirables y de aterradoras. Su aliento emanaba magma, jalea del núcleo terrestre ¿Por qué yo? ¿Por qué me habían mandado a interrogar a este hombre? Desde luego, era mi trabajo, pero…
-¡¿Qué es lo que escondéis en eze silenccio, híbrido cárculo de Pintamáiz?! ¡¿Por quá no falas de una buena vez, y te dejas de tanta jerga eztúpida del verbo Ezzztupidez?
-Sí, Sr. Aguillón, di…disculpe. Sólo estaba pensando.
-¡Pensar, pensar y nunca acabar! ¡Centurias of men pensantes, filozoofus a peso el kilo! ¡Másnunka un gran progresso, il homo sigue siendo il mezmo simio! ¡Mentira ke la mente evolva, pues en presto caso, vosylló seríamos ya animal divinno!
-U…Usted… ¿recuerda su vida antes de ingresar a este lugar?
-¡El zpaccio repletito de pájaros canores, y la célula divide a sus vecinos! ¡Distinción entre Hallájuerah y Hakiadenthro; NO existe, tóntulos cochinos! ¡Todo es Todo y Nada es Nada, cherto: no zoi adivino! ¡Temporatto siezcurre como miel al panadero, más los senos desnudos de miamorantte es lo único que retengo dil Pachatto!
Se me dificultaba la respiración un poco más a cada minuto que trascurría junto a esa bestia genial. DIAGNÓSTICO CLÍNICO: INSANO MENTAL ¡Mentira! ¡Cien y mil veces mentira! ¡Ese hombre estaba más cuerdo que yo! Su lucidez era tal, que deslumbraba a los necios y acomplejados psiquiatras que lo encerraron. Este hombre no estaba enfermo: el pobre se había equivocado de mundo. Era un ave rara en cautiverio, una especie en peligro de extinción. Su historia estaba llena de puntos ciegos; no se sabía donde había nacido, ni el nombre de sus padres, ni casi cualquier dato que pudiera facilitar su entendimiento. Sólo estaba escrito en la cédula de ingreso al manicomio, que había sido hallado a lado del cuerpo inerte de una mujer desnuda, sobre el piso en una cabaña a pocas millas del centro de la ciudad, la que con seguridad había sido su mujer, o algo por el estilo. Me pregunto si…
-¡Joven bridón de bata azul, retoño de la tierra desperatta… ¡¿Por qué me miras con phobos in yur ais? ¿No videas que soy tu hermano razahumán, y no un lajartto comegüevos? Tell me: ¿No eres feliz, tierno ñú de quinquadígitos? ¿Késseso que te oprime y no te deja volar in pax? ¿Es acaso tu laboris? ¿Cuesto talvez tu famillhia? Cuéntame tus penas, hijodelviénto, y io con todo gusto daré la responza a tuo quejido interrno.
Ahora la situación estaba al revés: Era él quien me estaba psicoanalizando, tratando de lidiar conmigo ¿Inconcebible? No lo creo. Yo ya había caído rendido ante sus pies cuando recuperé la conciencia. Estaba llorando inconteniblemente, una melancolía inexplicable se había apoderado de mí. Sus palabras tenían magia, llegaban al origen de mi ser. Era como un conjuro, un rezo que se había ido colando poco a poco dentro de mí. Él sólo acariciaba mi cabeza recargada en sus rodillas mojadas por mis lágrimas, y me daba pequeñas y espasmódicas palmaditas en la espalda. De pronto erguí la cabeza y vi como en un sueño su rostro brillar como blanca porcelana, sonreírme con un aire de completa comprensión, y, todavía con ojos de loco, aproximó sus labios hacia mi oído y murmuró en voz baja:
-Dejameakí, no te priocupez… ¿no ves que mia morada isdispléis? Ya no derrames il aqua salatta. Mejor encuentraltuyo. Y una vez qui lo encuentres, no te motives diallí… así, como io. Anda, anda… Lla no miagas más cuestionnas. Vete… leaveame in pax. La felichitatte la findeé aquí… ¿pa' que mio muovo? ¿No todo el mundo bvsca hesto? Anda… leaveame. Leaveame in pax.
Sonaron las llaves de la cerradura de la celda. - ¡Se acabó la visita doctor! ¡Ya es hora de salir! - . Me levanté del suelo, sacudí mi bata azul del polvo acumulado, y no pude mirar hacia atrás. Esa noche cené un par de huevos fritos con tocino y frijoles refritos a un costado, acompañados de pan tostado, un refrescante vaso de jugo de naranja con apio, y una buena taza de té de hierbabuena.
-¡Un Bon Sai es más rápido que una carreta, y más fugaz que un perro vienés! ¡Puede que la vida sea corta, pues comienza otra vez! ¿Qué te trae por aquí, piltrafa de oro con orgullo de marqués? ¡Porque no es lo mismo un marqués de Xololoi que una monja de los siete ríos. Río uno, río dos… ¡y ya me ando cayendo al precipicio! ¡Ja, ja!¡Je, je!
-Verá, Sr. Aguillón… vengo a hacerle unos estudios. Quizá esta pueda ser su gran oportunidad para ser evaluado positivamente y dado de alta de este…
-¡Para, para, que me quemas las quimeras capilares, tonto de mal agüero!- me interrumpió con una voz similar a la de un loro ronco por el frío invernal. - ¡Ten presente en tu cajita de zacates godos, tu memoria chiquitita, que ni unni más pudieron paslazarme nunca de la hambruna, quiapropósito mal misiento, no vayaser quenún chubasco, se derritan mis largas botas del púrpura sperpentto! ¡Oh, tan lejos está la gloria, farogüey del tigre y del fermento!
La atmósfera cada vez se tornaba más pesada, y su par de pupilas negras inquisidoras y brillantes de delirio, se clavaban poco a poco sobre las débiles mías. Me sentía incómodo, a la deriva. No tenía ni la más mínima idea de qué era lo que estaba por suceder. Sudé profusamente ¡Sólo era un hombre, carajo! ¡¿Cómo es posible que pueda producir ese efecto en un psiquiatra, que tantas prácticas y horas de lectura dedicó tan sólo para saber afrontar la cruda realidad en estos casos?! Pero allí estaba: la cruda realidad frente a mí. No era un hombre ordinario: era un poderoso huracán enjaulado en carne de hombre. El roce de su ropa con mi piel erizaba mis cabellos, emanando una energía descomunal y espeluznante. Sus palabras no eran simples sinsentidos: eran rítmicas, punzantes, acertadas y gramaticamente fascinantes, caían como relámpagos de Agosto sobre mis oídos, tenían un "noséqué" de admirables y de aterradoras. Su aliento emanaba magma, jalea del núcleo terrestre ¿Por qué yo? ¿Por qué me habían mandado a interrogar a este hombre? Desde luego, era mi trabajo, pero…
-¡¿Qué es lo que escondéis en eze silenccio, híbrido cárculo de Pintamáiz?! ¡¿Por quá no falas de una buena vez, y te dejas de tanta jerga eztúpida del verbo Ezzztupidez?
-Sí, Sr. Aguillón, di…disculpe. Sólo estaba pensando.
-¡Pensar, pensar y nunca acabar! ¡Centurias of men pensantes, filozoofus a peso el kilo! ¡Másnunka un gran progresso, il homo sigue siendo il mezmo simio! ¡Mentira ke la mente evolva, pues en presto caso, vosylló seríamos ya animal divinno!
-U…Usted… ¿recuerda su vida antes de ingresar a este lugar?
-¡El zpaccio repletito de pájaros canores, y la célula divide a sus vecinos! ¡Distinción entre Hallájuerah y Hakiadenthro; NO existe, tóntulos cochinos! ¡Todo es Todo y Nada es Nada, cherto: no zoi adivino! ¡Temporatto siezcurre como miel al panadero, más los senos desnudos de miamorantte es lo único que retengo dil Pachatto!
Se me dificultaba la respiración un poco más a cada minuto que trascurría junto a esa bestia genial. DIAGNÓSTICO CLÍNICO: INSANO MENTAL ¡Mentira! ¡Cien y mil veces mentira! ¡Ese hombre estaba más cuerdo que yo! Su lucidez era tal, que deslumbraba a los necios y acomplejados psiquiatras que lo encerraron. Este hombre no estaba enfermo: el pobre se había equivocado de mundo. Era un ave rara en cautiverio, una especie en peligro de extinción. Su historia estaba llena de puntos ciegos; no se sabía donde había nacido, ni el nombre de sus padres, ni casi cualquier dato que pudiera facilitar su entendimiento. Sólo estaba escrito en la cédula de ingreso al manicomio, que había sido hallado a lado del cuerpo inerte de una mujer desnuda, sobre el piso en una cabaña a pocas millas del centro de la ciudad, la que con seguridad había sido su mujer, o algo por el estilo. Me pregunto si…
-¡Joven bridón de bata azul, retoño de la tierra desperatta… ¡¿Por qué me miras con phobos in yur ais? ¿No videas que soy tu hermano razahumán, y no un lajartto comegüevos? Tell me: ¿No eres feliz, tierno ñú de quinquadígitos? ¿Késseso que te oprime y no te deja volar in pax? ¿Es acaso tu laboris? ¿Cuesto talvez tu famillhia? Cuéntame tus penas, hijodelviénto, y io con todo gusto daré la responza a tuo quejido interrno.
Ahora la situación estaba al revés: Era él quien me estaba psicoanalizando, tratando de lidiar conmigo ¿Inconcebible? No lo creo. Yo ya había caído rendido ante sus pies cuando recuperé la conciencia. Estaba llorando inconteniblemente, una melancolía inexplicable se había apoderado de mí. Sus palabras tenían magia, llegaban al origen de mi ser. Era como un conjuro, un rezo que se había ido colando poco a poco dentro de mí. Él sólo acariciaba mi cabeza recargada en sus rodillas mojadas por mis lágrimas, y me daba pequeñas y espasmódicas palmaditas en la espalda. De pronto erguí la cabeza y vi como en un sueño su rostro brillar como blanca porcelana, sonreírme con un aire de completa comprensión, y, todavía con ojos de loco, aproximó sus labios hacia mi oído y murmuró en voz baja:
-Dejameakí, no te priocupez… ¿no ves que mia morada isdispléis? Ya no derrames il aqua salatta. Mejor encuentraltuyo. Y una vez qui lo encuentres, no te motives diallí… así, como io. Anda, anda… Lla no miagas más cuestionnas. Vete… leaveame in pax. La felichitatte la findeé aquí… ¿pa' que mio muovo? ¿No todo el mundo bvsca hesto? Anda… leaveame. Leaveame in pax.
Sonaron las llaves de la cerradura de la celda. - ¡Se acabó la visita doctor! ¡Ya es hora de salir! - . Me levanté del suelo, sacudí mi bata azul del polvo acumulado, y no pude mirar hacia atrás. Esa noche cené un par de huevos fritos con tocino y frijoles refritos a un costado, acompañados de pan tostado, un refrescante vaso de jugo de naranja con apio, y una buena taza de té de hierbabuena.
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