martes, 17 de marzo de 2009

Salto de fe (Analepsia DCC)


Vengo aquí hoy
a encender una vela:
fuego sobre una columna de cera.
Un fuego pequeño, modesto y sincero.

Vengo aquí y me quito el sombrero
y dejo mis sandalias en la entrada del templo.
Dejo también los harapos y las galas
de todos mis días y de todas mis noches.

Hincado, postrado de hinojos,
agacho la cabeza y cierro mis ojos.
El espeso hilo del humo de cera
que teje figuras sobre este silencio.

Ajado mi rostro, amarga mi boca,
hoy vengo y me inclino sin más.
Y no digo nada ¿Qué podría decir?
Me he olvidado a mí mismo.

Hoy soy todas las velas, todos los fuegos,
todas las luces que alumbran el camino.
Hoy soy el camino mismo.
No tengo pasado ni tengo futuro.

Nunca creí ni en milagros ni en dioses,
en ninguna ciencia o filosofía alguna.
Y sin más hoy enciendo una vela
y me inclino en silencio.

Yo solía saber cosas: cosas importantes.
Palabras de sabios, de gente valiosa.
Hoy soy un pobre loco
que prende una vela en medio del templo.

Yo viajé a muchos lares: países, ciudades, comarcas.
Conocí el Sur, el Este, el Norte, el Oeste.
De rodillas, inclinado en silencio,
me viste de ámbar el pequeño fuego.

Mis tesoros, jardines y amores
no son sino sueños borrosos, motas de polvo.
Hoy vengo humilde y callado
a encender un modesto pabilo.

Simples y titilantes lucecillas: no hay más.
No hay afuera ni adentro.
Ni alma ni cuerpo, ni vida ni muerte:
hay sólo un hombre hincado en el templo.

¿Qué por qué razón hoy enciendo una vela?
Porque sí: no hay por qué.
La rosa es rosa, la mosca es mosca.
Hoy yo prendo mi fuego.

Me levanto del suelo. Me pongo el sombrero.
Las sandalias me entran y salgo del templo.
Allí queda mi vela, mi cera, mi fuego.
Allí quedo yo mismo, hincado en silencio.

De puertas abiertas (Analepsia DCXCI)



¿Y qué tal que el legendario y divino propósito de la vida buena, bella y verdadera no fuera sino esa nebulosa y luminiscente resaca que queda después de la euforia ciega más desbordante, como una estela espesa de polvo de cristal que refleja de manera sublime, pero asimétrica y deformada, los albos y finos rayos del sol? Los barcos que conducen al sentido inherente de las cosas muy a menudo naufragan en los mares del padecimiento, de la afección cruda, desnuda y desvirgada.

Es fácil construir puentes. Lo que es casi imposible es cruzar hasta la otra orilla sin perderse a uno mismo en la empresa, sin mirar hacia abajo. La locura casi siempre es locura de algo, incluso del más ínfimo peso del rocío sobre los pétalos. Éxtasis y desasosiego: ambas caras de la misma moneda.

Uno a veces toca la campana anunciando el almuerzo, la buena nueva o el camión de los desperdicios. Pero… ¿y sin nadie tiene hambre, ni fe, ni desechos que desechar? ¿Y qué si prefieren pacer como impávidas vacas en el solaz de sus sueños? ¿Y qué si soy yo una de aquellas figuras, desapegadas mónadas animales? ¿Cómo habré de zafarme con éxito de mis cómodos lazos, romper y salir de mis confortables corrales? O más bien, ¿por qué y para qué haría eso? ¿Para quién y por quién sería libre?

– Yo sólo sé que lo sé todo –: de Fausto a Sócrates hay sólo un paso, o bien, sólo una mirada distinta. Uno puede almacenar los anales del mundo en el baúl del aleph, y aún así seguir siendo lastimado periódicamente por la impertinencia de la luz matutina que se cuela traviesa a través de las traslúcidas cortinas, al igual que el inocente niño, al igual que el decrépito anciano.

¿Y qué tal que no sé lo que quiero? ¿Y qué tal que al querer quererlo todo al final termino no queriendo ya nada? Matar al querer queriendo, poco a poco, paso a paso, de manera meticulosa y gradual, con maestría hedonista de paciente estoicismo: he allí la situación que más quiero.

El jinete intermitente (Analepsia DCLXXXVII)


Un asomo imprevisto por la ventana. Múltiples despliegues de luces, de formas y de caminos insospechados irrumpen como un golpe enmudecido al intelecto. Depuración de las pasiones vanas. Ingenuo sumergimiento en los más inhóspitos mares y en las borrascas más turbulentas. De pronto, un grito cegador, una hogaza de pan, un desierto en llamas: es Lucifer que nos llama tras el muro, susurrante. Emerge entonces aquella noche en la que los frenéticos venados, entes de la bruma, bailan y celebran nuestra muerte escogida; se efectúa así todo el fastuoso acto mientras beben, impetuosos y animales como son en realidad, la sangre inmaculada y brillante del sacrificio solar diario, sagrado suceso acontecido sin falla y sin retraso con cada crepúsculo, con cada incendio apagado en las lindes horizontales del mundo. Vaguedad de marzo, superfluo idilio.

Miles de frazadas nos arropan los sentidos, nos impiden vislumbrar. Las rasposas e hinchadas manos de los trabajadores diurnos despiertan con cada golpe de mazo al centenario basilisco que duerme tranquilo, desde hace siglos, bajo la tierra. Como vendavales ciegos, se arremolinan y ascienden en círculos concéntricos las hormigas blancas, aquellos diminutos seres que fundaron las palabras. Dudo francamente que se dé un girasol tan grande en medio de la nada. Unos ojos desconocidos de grafito y de lápida pesan más cada vez sobre la ternura de mi pecho. Extrañeza.

¿Qué diferencia hay entre Urano y Neptuno, y el desayuno de ayer? No es chanza ni sarcasmo lo que digo: nunca he hablado más en serio que ahora… excepto aquel día, excepto aquellos días. Un par eclesiástico de latigazos rigurosos y devocionales se me impactan en la espalda, lastimando bellamente al carnero. Impedimentos bruscos, murallas imaginarias de aperturas y clausuras desembocan furiosas sobre escapularios de ámbar, recubiertos a su vez de profunda fe y desvelo.

Ecos de cabellos lejanos y de pabilos cebados. Zumbidos insoportables de colores nunca antes percibidos, producto de imaginaciones floridas y de fantásticas disertaciones. Un beso en el cuello que se evapora con el tiempo, evanescente en la ausente presencia de la completa falta de algo. Un punto, un tren, un ejército de metáforas y de violines discordantes que provocan cosquillas bajo el vientre y astillas en las venas, pudorosas guardianas de la sombra del hastío.

Flor de mayo, de luna, del prestigiado periódico en el cual vuelan los idiotas con singular gracia bajo máscaras de oro. Estiro la mano y alcanzo la fruta: una mordida de sórdida libertad, de azarosa soledad parduzca, de maravillosos brillos en el lago de tus labios. El cisne que canta y que vuelve a nacer en el cuerpo de un canto, encerrado a su vez en un cisne cantor. Fuertes muslos del caballo de mármol: un par de culebras que recorren, heladas, el derredor de su efigie.

Fantasmagorías. Sudor frío del anochecer presuroso. Un rayo de lucidez abrupto. La cicuta en el cáliz que cura o que mata según sea la dosis, según sean las olas, según sea la aurora. Abrazo entrañable que funde sentidos, que habla de todo en el trazo borroso, instalando certezas por medio de sombras. Un hueso cae del peñasco: emerge un estilo perpetuo. Fraguas de dulces tormentos y de ardientes lluvias, resbaladizas y voraces gotas de miel. Letrada ignorancia postrada de hinojos. Letanía vibrante de las cien mil batallas internas. Por esta ocasión el humilde poeta, ajado de pies y de manos suaves, emisario único de la cabalgata impetuosa que desgarra los bosques.

lunes, 16 de marzo de 2009

Emotional Parsimony (Analepsia DCLXX)


By the surface of this rotten wood
I pursuit my soul.
Beneath the tender blanket of this candlelight
remains a hidden trinity that seeks ancient, holy voids.
All is full of lyrics
and atoms
and gods.
By smashing every statue,
I have seen their lungs.

Jumping off the bridge
and hanging on the tree:
all the great discoveries you can never be.
Half-monkey, half-sky,
these pair of legs just will go on, to stand, running, until the limits of cognizance.

How long should I take as a navy these words?
On what spaces and lands should they work after all?
Hesitation and desire: two extremes of one road.
Equal plates of a balance:
do we have to play dumb?