viernes, 25 de julio de 2008

Anatomía del instante propio (Analepsia CD)





















“Sumérgete en ese océano de dulzura, 
y deja que vuelen lejos todos los errores de la vida y de la muerte.”
Kabir

Del impoluto resplandor aguamarina,
gemas y perlas del rey de Acuario,
emerge, espontánea y danzarina
la espuma y el brillo del sosiego diario.

Descansando en el atril del tiempo, oriundo,
mis ojos cuelgan como dos agujas, hielos,
a veces cansadas de zurcir el mundo
que a diestra y siniestra deja caer sus velos.

De teología y de flores llenas las arcas,
el sonido, incorruptible guardián de sí mismo;
de uvas y de horas hartos los monarcas
que con mi cuerpo danzan al son del abismo.

Ejercicio de gozo y de púrpura anhelo,
la pluma ardiente que planea sobre lomas,
mientras los aires, vapores del suelo
se elevan a mis fosas en forma de aromas.

Tabula rasa de finos rezos y pretéritas glorias,
las democráticas puertas, los hondos enclaves.
Palpable desliz del fino amor y de memorias:
mi alma canta, alto, sus corceles y sus naves.

Mis dedos, humo de incienso delgado
que penetra en el laúd de tu alegría.
Mis labios, rudo comienzo allegado
de la jornada que irradia armonía.

En la impávida jaula de mis costillas,
indescifrable el afecto que su rostro esconde.
Explosión sintética, las cien mil maravillas
de no saber cómo, por qué ni por dónde.

Taciturna mi sombra, mi abrigo ligero,
de taciturnos pasos y trémulos versos.
Sembrando voy por el prado, el agujero,
semillas, árboles, bosques, universos.

Rota la máscara alba, el muñeco,
por fin mis pupilas dirigen su vuelo.
Son dos golondrinas armadas de eco
y con hambre de luz, de belleza y consuelo.

Aún siento el frío susurro de Apolo, maestro
cabalgar sobre mi nuca, dejando que entre.
De la juguetona lengua de Dionisos, el diestro
Todavía la cosquilla permanece en mi vientre.

La maternal inocencia he de concentrar
en las formas de dulce y formal derrotero.
Yo soy aquel hombre que siempre al entrar
por respeto a la dama, se quita el sombrero.

Fragmentos de hombros, de codos, de sal,
de palabras vivas y de letras ajadas.
El hilo coherente, mi espina dorsal
se disloca, extática, con cien mil carcajadas.

viernes, 18 de julio de 2008

Pitagorean Lullaby (Analepsia CCCXCII)











Con idéntico asombro y desconcierto, con el mismo impávido gesto con el que contemplo cómo  es que mis dedos logran levantar de la mesa, apenas sosteniéndolo con sus puntas, un vaso con agua a la muda orden de mi voluntad; así mi aletargado juicio observa desde sus ventanales principales el arribo genuino de una nueva alma a esta tierra.

No es que en realidad sea nueva, ni que la tierra no hubiera sido su hogar y su fuente inagotable a través del tiempo de su existencia efectiva: únicamente, ahora ocupa una nueva reconfiguración espacio-temporal, inserta ya desde las primeras bocanadas de aire dentro de un mundo preconcebido, el interior de una extraña telaraña compuesta de psicodélicos tejidos tan magníficos como aterradores, así como las telarañas suelen ser naturalmente.

Antes esta misma alma solía diambular en forma de energía a través de los delicados filamentos de un girasol, recorría escondida en las patas de un escarabajo las extensas planicies del Mediterráneo siendo humedad, y traspasaba sus propios límites condensada como calor en el trémulo baho de un tímido beso. Solía ser incansable viajera y veterana testigo; pero instalada ahora en su recién corpórea patria, habrá de vivir largo tiempo con la nostalgia acuciante de su antigua libertad, bajo el yugo de la agitación y la resequedad de labios.

Mas, con ayuda de unos lentes más potentes que los anteriormente usados, podemos deducir con claridad y distinción que la mutación señalada no resulta sino aparente e ilusoria; que en el sentido más originario y puro de todos, sigue tal y como fue, es y será eternamente, con lo que quiera que esta última asfixiante palabra signifique. Algún día se levantará extrañada de su lecho, mirará su entorno y dirá: "Yo también soy todo esto. No hay más". Y guardará con llave ese, su más infatigable secreto, hasta el abrupto inicio de su nueva travesía, aquel salto metamórfico perpetrado dentro de los inconmensurables territorios de la rueda de los cambios.

Desliz Ilustrado (Analepsia CCCLXXXIX)


















En la espalda del carnero de ébano, grabada con luz la efigie de las horas. De cara al monte de los suspiros, súbitos impactos se graban, acompasados, a través de la bipolar marea. Grabados también el trono, la estatua y el obelisco, con letras de bronce y de sueño. Los escurridizos cuerpos de las musas bailarinas, tafetanes vivientes de libertad y de gloria, con su olor a néctar y a ambarino flujo, trazan el ortodoxo trayecto hacia el final del dédalo, penetrantemente, como en un grabado. Desfallecen así las colmenas guardianas del contenido, sin otro contento que la escucha del gorjear de los peces y del concierto de los vanos enunciados, grabando al interior suyo aquel esencial espejismo ya por siglos legendario. La ejecución de la bella orden no representa más obediencia que ironía altiva, ni el látigo aromático de las lilas azota siempre y de igual manera las alas de los colibríes y de los gusanos. Grabado estuvo, y grabado estará, el imborrable deber del hombre y su invisible sombra, el sino. Bajo el espeso follaje que solemos observar sobre nuestras cabezas, se abre paso, como un picante estallido lumínico de genio, aquella grabación que a todo penetra y que a nadie alcanza: el alcázar mismo del amor y de la ciencia. Testamento mudo y autónomo, nocturno, de las perlas más blancas del jardín de los desterrados. Inminentemente, el baremo del mundo grabará algún día sobre los pechos desnudos de cada uno de los hijos de la revolución, el inconfundible signo de la batalla incesante entre el espíritu y la carne: la huella más genuina y admirable de nuestra actual estirpe.

jueves, 10 de julio de 2008

Vitrales (Analepsia CCCLXVI)


















Ayer recordé, en los ojos de un anciano, mi perseverancia en el camino de la virtud y del autoconocimiento.

También recordé ayer, en los ojos de un niño, mi anhelo práctico de transparencia y de simplicidad.

El frío del mundo es la amnesia del espíritu.

Atesorables momentos los de la calidez del sentido.

Chlamydatos et coronatos (Analepsia CCCXLIV)















La Gran Voz, vaporoso sol azul
de abatidas y avatares,
fugaz y eterno atlante
de batallas incontables.

La unánime marcha, el honor,
la permanencia dispersa
en los rugosos labios
y en los ojos penetrantes.

Polvo entre los dientes,
cobijo invisible del sino.
Inmersión concienzuda
en la inocente y roja noche.

Ígnea herida al ojo,
homenaje callado al rey
de las inhóspitas comarcas
y las murallas infranqueables.

Cítaras y aquelarres,
viñedos y vestiduras.
Cadencia y vaivén, olvido.
Nueva piel de coralillo.

Los ligeros temblores
de la inocua estampida
no contentan a los ñúes.
Tendremos que ser aún más.

Andares (Analepsia CCCXXVIII)














Singular aquel camino que resplandece desde sus entrañas. El color original de las hojas se lo ha robado el viento: yo mismo le he visto en su huida. Regresan las golondrinas a casa. Los peces a su lecho. Se calienta el té y se sirven las tazas. Un ramillete de sonrisas blancas adornaba la humilde velada aquella noche. La fruta cae, y suelta sus semillas. Su néctar, condensado en pequeñas gotas de miel transparente, resulta dulce al tacto, pero amargo al paladar. De bruces sobre el firmamento, los ojos del sencillo campesino penetran cada vez más hondo al interior de su superficie. En blanco y negro, los perros también miran con un extraño brillo nostálgico los objetos colgados con cuidado sobre las paredes de la cocina. Un zumbido pasa, se instala y se sumerge en el silencio, infinito sonido. He recordado mis cabellos, he confirmado que aún tengo hambre, que aún tengo rostro. La memoria de mis pasos suena idéntica a la delgada voz de mi origen terreno, de mi carne hecha de maíz y de barro. A media luz, el suave arrebato del sueño me hace perder los estribos y estrellar el carruaje. Sólo cruzan, como veloces libélulas, luces, escalofríos e imágenes vagas, disolviéndose de nuevo en su origen. El sosiego y la calma regresan, y con él, ese santo y seductor resplandor que, de manera entrañable, fija su efecto sobre la totalidad de mis senderos.

Apócope y Aféresis (Analepsia CCCXII)



















De aquella rienda soltada
bajo la mágica carpa
suele levantarse el gato
con su sombrero de paja.
Mortaja del cielo baja
la cual se le olvida al rato,
como el velerito zarpa
ya el alba bien despuntada.

Sin chispas y sin estrellas
se abre la puerta del fondo
con sus rechinidos finos
y sus arterias de alambre.
Costumbre de honda raigambre
de conejos y de adivinos
la de arrojarse hacia lo hondo
desde las cosas más bellas.

Entre la hierba y las flores
sale al encuentro el ofidio:
de negro charol su bombín
y de blanco sus solapas.
Bajo las mantas y capas
cubiertas de hiel y aserrín
surge impetuoso el idilio,
las palmas y los honores.

Apenas oculto el sol,
la sinfonía de los grillos.
Recién los padres se marchan,
la música de los niños.
Las gracias y los cariños
las piedras atentas escuchan.
Mas de los ojos los brillos
se evaporan como alcohol.

Las gotitas de rocío
hoy cuelgan con elegancia
de los capullos rosáceos,
aretes de su palacio.
Helado como el espacio,
entre peces y cetáceos,
sin demasiada importancia,
cuelga también nuestro hastío.