lunes, 8 de febrero de 2010

La puerta abierta (Analepsia MCXXVIII)


- No, no es propiamente un sentimiento de culpa. Uno no puede sentirse culpable de lo que está obligado a sentir, de lo que otros te obligan a que sientas. No puedes avergonzarte de haber golpeado en defensa propia a alguien que te golpeaba constantemente, o de odiar profundamente a alguien que te hacía comer mierda, que te violaba, o yo qué sé. Sin embargo, esto es distinto, porque no he sido yo el que lo ha hecho.

- Entonces, no hay culpa.

- No, no la hay. Pero hay otra cosa, algo similar, porque es casi como si yo lo hubiera hecho, aunque no haya sido así. Todo mundo sabe que la persona más interesada en hacerlo era yo, y a veces me cuesta trabajo creerme a mí mismo cuando me digo: "no lo haz hecho tú, sino otra persona".

- Ya veo.

- No puedo dudar que casi todas mis fuerzas anímicas estaban concentradas y dirigidas para que tal cosa se lograse. Bien sabía que estaba mal, incluso el sólo llegar a pensarlo, pero, como te digo, no era culpa mía pensarlo ni desearlo, pues me veía obligado a hacerlo. Estuve a punto de hacerlo dos veces, pero en las dos, al último momento, me arrepentí, y no llegué a su concreción.

- Tu convicción era fuerte. Sabías que estaba mal.

- Sí, sí que lo sabía. Pero probablemente había pocas cosas que anhelara tanto como que eso pasara. Una semana antes, en una reunión de amigos, enuncié presunciosamente, y también un poco harto de la situación: "Doy una semana y media, o menos tiempo de plazo, para que suceda". Y casi de un momento a otro, ¡zaz!, se hace realidad. Fue como si le ordenara a las potestades naturales que fuera hecho so pena de castigo, y ellas, temorosamente obedientes, llevaran a cabo mis caprichos. Siempre suelo quejarme de mi suerte y de los designios del hado al expresar que lo que deseo nunca se cumple ¿Y ahora, qué puedo decir? Cuando por vez primera se cumple un deseo en el que he persistido durante largos años, de pronto, me siento afectado, y no liberado, como debería de ser. Quizás no fue tanto por el resultado en bruto, sino por las circunstancias en las que fue concretado.

- Sí, son verdaderamente trágicas. Aún le compadezco.

- Allí podría estar el meollo: yo también le compadezco, sobre todo le compadezco. Mi odio no se disipó y ciertamente me alegro de que se haya ido, pero era un odio muy ligero, pues yo estaba bien conciente de su ignorancia, y de que todas las cosas malas que ejecutaba contra mí, se debían a su falta de autoconciencia, a su naturaleza animal, puramente instintiva. Por tanto, no era odio, sino más bien, malestar de estar a su lado, en el mismo lugar en el que me encontraba. Perturbaba mi tranquilidad. Quizás le quería un poco: inspiraba ternura en mí, simpatía, o algo parecido, pero tampoco nada demasiado fuerte. Más bien sentía compasión de su estado, y del poco control que podía tener sobre sí, sobre sus actos y sus "decisiones". A lo mejor a través de esos actos arrojados e irreflexivos me veía reflejado, identificado, durante mis momentos más radicales o más incomprensibles, y a la mayoría de mis semejantes.

- Claro. Creo que te entiendo.

- Quizás yo haya entrado en un estado de sonambulismo, y no haya recordado que lo hice. Y bajo ese efecto, lo haya hecho, efectivamente.

- ¡No, no digas eso!

- No hay manera de afirmar lo contrario.

- ¡Claro que sí! Había vecinos, testigos, no sé... alguien tuvo que haber visto algo...

- Quizás. Si es así, el brazo de la justicia me alcanzará en algún momento... je je. Pero no lo creo. Esperemos que así sea, por el bien de todos... me parece bastante remoto que acontezca. Mejor hablemos de otra cosa.