Una entrega es siempre una entrega. No importa si es deliberada o involuntaria. Es el escuchar constante del susurro de las musas que circundan nuestros territorios, incitándonos a realizar las proezas humanas más descabelladas, las obligaciones éticas más ineludibles.
Un impulso es siempre un impulso. Es ese látigo amañado que fustiga las espaldas de los irreflexivos en el atrio de la culpabilidad, o bien, ese primordial empuje de la voluntad creativa de producir lo inesperado con los materiales más mundanos que se tengan a la mano.
Una promesa es siempre una promesa. Aún sin ligazones metafísicas con cierto interpelado y sin compromisos con demasiada densidad recíproca, la palabra escribe con letras de oro en superficie de carne y sangre, inviolables materiales. El aire, ineludible testigo.
Un abrazo es siempre un abrazo. No por demasiados brazos que se tengan, ni por demasiada calidez que se propine, ni por exceso de hipocresía o de intencionalidad, sino por el acto mismo de abrazar, de tratar de alcanzar la finitud del otro con la periferia de la propia nuestra.
Un final es siempre un final. Y no hay nadie en este mundo que pueda contravenir esta premisa.
El comienzo es siempre el último de los finales.
Un impulso es siempre un impulso. Es ese látigo amañado que fustiga las espaldas de los irreflexivos en el atrio de la culpabilidad, o bien, ese primordial empuje de la voluntad creativa de producir lo inesperado con los materiales más mundanos que se tengan a la mano.
Una promesa es siempre una promesa. Aún sin ligazones metafísicas con cierto interpelado y sin compromisos con demasiada densidad recíproca, la palabra escribe con letras de oro en superficie de carne y sangre, inviolables materiales. El aire, ineludible testigo.
Un abrazo es siempre un abrazo. No por demasiados brazos que se tengan, ni por demasiada calidez que se propine, ni por exceso de hipocresía o de intencionalidad, sino por el acto mismo de abrazar, de tratar de alcanzar la finitud del otro con la periferia de la propia nuestra.
Un final es siempre un final. Y no hay nadie en este mundo que pueda contravenir esta premisa.
El comienzo es siempre el último de los finales.
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