Es posible que todas las anteriores respuestas sean incorrectas. Subidos, asomados desde la buhardilla del intelecto, el mundo parece plano, contingente, lleno de baches y de deficiencias primarias y secundarias. No fue el caso en esta ocasión. Don Becerrón esperaba, atónito, desde el otro lado del aparador, el anillo de compromiso entre sus manos.
El tendero: - Pues… helo aquí, el presente más adecuado para iniciar un compromiso. Disculpe, el nombre de la afortunada es…
- Rómula, Rómula Sparzza – vociferó el viejo, con garraspera de dos días y el cogote afectado de tantos alcoholes desnudos.
- Bien, pues sin más… tómelo, es todo suyo ¡Ah, que tiempos tan turbulentos y tan felices estos de las labores prenupciales! ¿No es así, mi estimado?
- Sí, sí. Muy bonitos sin duda alguna. Emmhh… disculpe, ¿sería tan amable de entregarme también su alma?
- ¿Disculpe?
- Sí, sí… su alma, su espíritu, su “yo”, o como le quiera llamar.
- Perdone usted mi pusilanimidad o mi estupidez, señor, pero es que todavía no comprendo el sentido de su broma ¿Podría ser un poquito más específico?
- No existe nada más simple que lo que le pido. En ambos sentidos, quiero decir: por la simplicidad del alma y por lo digerible de la sentencia. Le ruego que sea breve. Mi boda comienza en dos horas.
- ¡Ahora sí que me tiene por los cojones, je je! ¡No logro penetrar su humor, caballero! ¡Le juro amigo, que no entiendo nada de lo que dice! ¿Alma? ¿Es sentido figurado o algo por el estilo?
- Ya pagué por el anillo, ahora démelo junto con su alma ¿Es mucho pedir? ¿O me va a obligar a tomarla por la fuerza?
- ¡Bueno, bueno, esto ya se pasó de la raya! ¡Ya comienza a asustarme! Le imploro que tome su anillo y que se marche de inmediato.
- No me voy a marchar hasta que haya cumplido ambos propósitos. Así que, ya sabe. Su alma: no lo volveré a repetir.
- ¡Viejo loco! ¡Váyase de aquí! ¡Llévese su anillo junto con su persona, y no regrese a esta tienda, por favor!
- ¡Que me dé su alma, le digo!
- ¡Váyase al diablo, jodido! ¿Cómo demonios usted espera que le dé mi alma? ¡Zopenco, ande, ya váyase!
- Muy sencillo: entrégueme su cepillo de dientes.
- ¡¿Qué?!
- Quiero el cepillo con el que se lava los dientes.
- ¿Qué dice? ¡Que se largue de aquí le digo! ¡Loco!
- No quiero tomar medidas drásticas.
- ¡No le voy a dar nada, patán de mierda!
- Exijo su cepillo dental, de otra forma no me iré.
- ¿Cómo que mi cepillo dent…? A ver zoquete: esta es mi joyería, y aquí no puedo lavarme los dientes. ¡Aquí no lo tengo!
- Ese no es mi problema.
- ¡Pues tendrá que serlo, porque no le voy a dar más que una paliza si no se retira!
- Bueno, en ese caso tendré que tomar el alma de su compañero.
- ¡Él tampoco tiene su cepillo dental aquí, necio!
- ¿Y quién habló de un cepillo dental? A él le voy a quitar su alma del helado de guayaba con leche que está disfrutando justo ahora.
- ¿Cómo que de su helado? ¿Por qué en él su alma está en un helado de guayaba, y en mi caso en mi cepillo de dientes? ¡No tiene sentido!
- No sé, usted dígamelo.
- Pues porque no es posible que un producto de naturaleza tan diferente del cepillo de d… ¿Y por qué tengo que darle explicaciones a usted? ¡Lárguese le digo, o llamo a la policía!
- La policía no existe.
- ¡Ah, que no existe, eso ya lo veremos, bravucón!
- Le digo que no existe.
- ¡Luigi, pásame el teléfono por favor, pronto!
- No importa cuántos esfuerzos haga de su parte, la inexistencia de la policía es inexorable.
- Bueno, ¿y en que se basa para negar la existencia de la policía?
- No hace falta basarse en nada. Es un axioma.
- ¿Un qué? ¡Luigi, con un demonio, que me pases el teléfono, o tú mismo marca a la policía, rápido!
- ¿Usted en qué se basa para afirmar su existencia por ejemplo?
- ¿Bueno? ¿Departamento de policía? Sí, mire… en mi joyería tengo a un sujeto que…
- El anillo de compromiso es tan sólo una treta. Lo importante es el matrimonio del sol y del horizonte.
- Le advierto que la policía viene para acá. Le sugiero que se largue si no quiere ser sacado a la fuerza.
- El crepúsculo dicta imágenes toscas desde sus candorosos labios, y ustedes siguen sin hacer caso alguno.
- ¡Enfermos mentales! ¡No sé cómo los dan de alta cuando aún están afectados! ¡Yo tenía un tío así, y vaya que era un problemita!
- Su hipocresía y su insensibilidad han llegado a niveles extremos. Diga adiós a su aparador y buenos días a la tierra de los ángeles rumiantes.
- ¡Oíste eso, Luigi! ¡Ángeles rumiantes, je je je! ¡A ti sí que te van a refundir unos años en el nosocomio!
Justo en ese instante, llegó la policía, llevándose a Don Becerrón. El joyero quedó tranquilo y vendió hasta las tres de la tarde, junto con su ayudante de nombre Luigi, un collar de perlas falsas y un anillo de pedrería de fantasía, para ser exactos. Rómula Sparzza se quedó en el altar, esperando la llegada de su prometido. Al día siguiente, todos murieron a causa de la mano de Dios.
Es imposible que ninguna de las posteriores preguntas sea correcta. Sin embargo, ha de permanecer sin responderse: tal y como el caso de su majestad Don Becerrón y este pequeño relato, aderezado con ese ímpetu magnífico de transformarlo todo en consomé de jirafa, en mixiote de elefante.
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