lunes, 9 de febrero de 2009

El octavo día (Analepsia DCLXIII)


"Y entonces vio que todo cuanto había hecho era muy bueno": eso es lo que se dice que se dijo, y no dudo en absoluto que así se haya dicho. Se cree también que ya ha terminado, pues su descanso está igualmente documentado. Yo digo que no fue así: a veces los textos mienten, sobre todo las crónicas de algo magno, de algo grande y fastuoso ¿Qué evento más grande y más magno que éste, gala de todas las galas? Muy al contrario, creo que aún persiste en el esfuerzo y el desvelo, quizás más arduamente que nunca, de manera apabullante e inconcebiblemente esmerada ¿Cuándo, pues, habrá de terminar su obra maestra, de alcanzar la perfección artística cristalizada, el acabamiento total de la misma?
Un octavo día está por venir... y tal vez más.

Ética del paladar contento (“Es menester ascender mediante aquello que nos hace caer”)::(Analepsia DCXLVIII)


Suponiendo que las arcas del tiempo estén abarrotadas de hombres insignes, y que este temblor bajo mis pies no sea causado por ningún bíblico animal subterráneo, ha quedado de esta forma definitivamente instaurado el espíritu de la ligereza danzarina sobre la cuerda floja de mi alma, después de una intermitente pero asertiva lucha en contra de la pesadumbre restrictiva: la moral represiva y sus fuetes espinosos, diques continentes de las más violentas aguas.


Uno simplemente no puede esperar algún tipo de florecimiento en sus jardines e invernaderos (un noble izamiento de los estandartes y de las voces moduladas), sin haber teñido antes los campos y las plazoletas de púrpuras telas con destellos carmines. Es así como se forja el atleta, el soldado, el santo: con base en sudor y jadeo, en fricción y desgaste, en el desgarramiento constante del cómodo capullo del que se pendía anteriormente bajo la rama seca: herencia de los espíritus más íntegros del pórtico helénico. Pero es necesario bailar inmediatamente después, nadar y regodearse en la suave y espesa melaza cada que el día lo permita.


Si ostentáramos el deseabilísimo privilegio de ver a través de los muros infranqueables de los altos fuertes y de las pétreas marmitas antes de entrar en contacto, y así estudiar de día y de noche los secretos movimientos y transacciones de los ánimos y de las intenciones, seríamos capaces de conocer entonces a esas temibles bestias predadoras que amenazan nuestros días, de cazarlas sin piedad y de vestir sus gruesas pieles de puro y limpio placer ciego, dejando de lado sus huesos y sus vísceras. Pero tal deseo vive en las lindes de los sueños, lejos del trigo y de los hornos.


Debemos, pues, tratar de darnos los mejores regalos a nosotros mismos sin ninguna restricción de inercia, vaciándonos de todas las cosas a través de todas las cosas. Los banquetes de fragante vino y de suaves carnes están listos para ser degustados, los estómagos y las lenguas de ser saciadas hasta el hartazgo en el pomposo maridaje. La renuncia sincera llega en el radical abrazo de las avalanchas pluriformes de olores y sonidos, de colores y texturas: marejadas incesantes de mundo. Es así como, para aquel que por ventura ha llegado a estos lares de la vida casi colmado y satisfecho de apetitos y de hambres inaplacables, es que habrá de tomar sólo aquellos ladrillos y argamasa necesarios para construir su cálida morada, pero nada más que eso. Así ésta habrá de ser sólida, duradera e inconmoviblemente hermosa mientras dura en pie: ese refugio habitual de la agreste intemperie que festeja sin reservas el trinar de las calandrias y los rayos matutinos.


¿Cómo osaríamos separar el ajenjo de la miel, cómo las rosas del espino? ¡Locura de locuras, vana falacia de tuertos y de cojos!

Unbearable Er-scheinung dans il fortíssimo anhelo (Analepsia DCXXX)


Se han desprendido ahora pequeños fragmentos de euforia desde este modesto cráneo: allí van todos, volando y dando piruetas hasta incrustarse en el juicio ajeno. Las palabras traslapadas y ajadas se resbalan poco a poco desde la trepidante cima de los deliciosos pechos color porcelana, puros y actuales como la linde de los tiempos, hermanos a su vez de las migajas estelares que tiraron las palomas del Edén. Madejas de hule espuma fenicio que arrebatan la raíz de la razón de las manos del pueril mandril de oro; igualmente sobre las restantes marejadas de ansia y de cercanía que emiten todos los radiadores pretensiosos de lo rojo y de lo púrpura, navegan aún cansados y regenerados aquellos parasoles amigables de las cerúleas y opacas lunas del otoño carcomido. Un par de bigotes no hace daño, pero setecientos cuarenta y nueve marcan por mucho la diferencia.
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Sumido el cuello hasta las perplejidades incautas de lo rotundo aéreo, sublimando y vomitando va la Gran Boca del Padre Perro, esperando preñar las tierras infértiles que antes pertenecían a las mañanas frías: actualmente se huele y se respira de otra manera, con otros colores y otras comezones de por medio. Lo curioso de las estructuras gramaticales suscritas a las reglas de la yegua marina de la corriente índico-pacífica, es que en cualquier momento corren el peligro ser desposeídas de sus corales majestuosos. Ni todas las palmeras del mundo, ni la totalidad de los tersos y firmes muslos de las bailarinas clásicas podrían retroceder el tren aguamarina que va en camino desde hace tres semanas, por delante de los higos y de los malvones.
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Si alguna diferencia hay entre las luces que han nacido y las sombras que habrán de nacer, es precisamente aquella vibración del arpa de los mundos contiguos, que giran incesantes en órbitas elípticas alrededor de las sienes de Eón, conformando unas invisibles y gráciles guirnaldas macrocósmicas que adornan el profuso río de las dagas en forma de rayo, hay que decirlo, de manera por demás magistral y psicotrópica. Santificado ha sido el inocente matrimonio, y es por ello que los ojos bermellón del trópico psíquico aún no me han mirado de la forma correcta, desde el preciso ángulo, maqueta de preciosismo y de alboroto sentimental y rococó. Zitácuaro no queda muy lejos de Marabatío, pero el recorrido a pie puede ser bastante tortuoso si hay llagas en el techo estrellado del rarámuri vigía.
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Como dije, si una aprehensión enconada aprende a gritar y a copular de maravilla, nada habrá que la detenga en su trayecto, y así podrá conquistar las altas torres del ígneo templo de mis suelas sin ninguna energía desperdiciada. Hay algunas piedras homeopáticas, y otras tantas que no son ni piedras ni batallas de alcohol y de pieles sudorosas en pleno bombardeo de caricias. Hay que tener en cuenta que cuando alguien grita en Timbuctú, nadie lo escucha en Mali, sino muy al contrario, en la mohosa cueva de los Siete Bandidos Supremos, demiurgos del rocío vespertino. No por muchas sedas y maderas finas que se ofrezcan al mandatario, las gotas dejarán de gotear y las cuerdas del violín cesarán de estirarse hasta alcanzar los primeros pasos de las estaciones del año. Menester es tomar en cuenta mis observaciones pasadas, si uno es precavido en cuestiones del amor y de la muerte. Nada está comprado de por sí, excepto todo lo que existe.