martes, 17 de junio de 2008

Primavera bajo la estival hojarasca del invierno (Analepsia CXIV)



A Antonio Vivaldi y sus populares tesoros






En la penúltima parte que nos resta
construiremos el nido de la trascendencia.
En la implacable inmediatez de los dados arrojados
se resguarda en su madriguera el tiempo.
Un tiempo que vuela, ligero, sobre las cabezas descubiertas
de los anacoretas y de los campesinos.
Un vuelo que no entiende el idioma
de las calles trazadas con pesantez y desdén.
Un soplido en la carne
sobre los campos de trigo de tus vellos.
Un fantasma estulto
que busca sus anteojos en las gavetas vacías.
Un cúmulo de emocionalidad
que no encuentra su camino al oído ajeno.
Un bravo y tibio río
que ha olvidado las orillas del delta.
Adonde las golondrinas se dirigen,
allá llevaré mis añoranzas todas,
que son dos y no más:
la una, y la otra.
Minimalismo del corazón,
economía del cuerpo.
Sabiduría de un solo día:
hoy… carpe diem.
Descuido de los trazos,
percatación de los hechos.
Poetizar como se bebe un té verde,
arremeter como se pinta un paisaje.
Lenguaje codificado que todos leen
al interior de lo eternamente expuesto.
Abrigos que en invierno son gloria,
en verano faramalla.
La enmienda sobre el territorio quedó
como elaborada suspensión de voluntades.
Voluntades anudadas, irreconocibles,
manojo de batallas y de contriciones.
Mirada de frente: daga suave de caricias anímicas,
impenetrables cuencos de la miel de Dios.
El vaivén de las olas no se detiene jamás,
los ojos de la madre luna nunca abandonan su fondo.
Una mano en la barbilla, y otra en la cintura.
Un pensamiento aquí, cien allá.
De residenciales y arrabales está hecho el mundo,
de largas conversaciones y de suspiros cortos.
Un impúdico vistazo bajo las faldas de lo humano,
un morboso mirar tras los púrpura y cotidianos telones.
Sentada en paz la conciencia
juega gustosa hoy con las llaves de lo inaprehensible.
Azul profundo se vuelven tus manos, tu rostro…
el demiurgo del cielo apagó su candelabro.

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