miércoles, 24 de noviembre de 2010

Sedizione (Down in the park) [Analepsia MDCCCXC]


Estas paredes huelen a vicio.
La frescura de tus pechos es inigualable.
Puedo saborear las estridencias de tus conflictos internos.

***sarcoma-sepulcro-sedición-síntesis-seducida-subyugados***

-------------------------------------DELINEADOR

Vapor que sale / NO SALE / mis salidas no están en ventA

{¿A cuántos gigantes has matado esta noche?}

La cresta negra del mar se alza por encima de nosotros.

El escorpión es mi amigo: ¡mirad cómo alza la cola!
///Ällzäh-läh-kòlläh?///
¡PELIGRO!
***
^^^Lo negro del escorpión se alza por encima de mis salidas^^^
*** 
È MOLTO PERICOLOSO!
Me salen vapores negros: gigantes, amigables, marinos.

{resuenas, como resuenan los huesos cuando truenan,
como las mariposas en cascada otoñal,
como la agradable brisa de nuestras conversaciones}

  1. abajo, en el parque, están los gigantes
  2. jugando con nuestros huesos
  3. no los usan como runas: conforman el ajedrez del apocalipsis
  4. sus ojos son carbones encendidos, la luna es de sangre
  5. aún creemos en los mitos: somos estúpidos, 
  6. nadamos en vasos de agua
---MIENTRAS EL FUTURO NOS MASTICA A GUSTO---

miércoles, 17 de noviembre de 2010

La importancia de llamarse Hefestos [Analepsia MDCCCLXXXIX]


La clave del refinamiento individual reside, sobre todo, en la talla del hombre (o mujer) que se es desde un principio: un hombre demasiado grande (muy entallado: poseedor de varias tallas superpuestas) regularmente no cabe por las puertas de un negocio respetable de mariscos, mientras uno de estatura muy reducida (demasiado tallado, o sea, raspado, desgastado), puede ser confundido fácilmente con una migaja de pan, con una flema con sombrero o con un asilo para muñecas abandonadas. Lo cierto es que el clímax de nuestra cordura no siempre acompaña a la adquisición de un buen juicio con los años, producto (según la mayoría de los pedagogos, los psicólogos sociales y esas otras nutrias del quehacer humano) de la educación que se adquiere durante nuestras edades más tempranas, ¿cierto, Wilbur?

- Muy cierto, mi capitán.

Bien. Los enlaces que existen entre las situaciones más descabelladas y las más normales, el sabroso estofado de mono que prepara la tía Gertrudis los domingos, las veces que me he quedado, inútilmente, esperando el tren de las siete y cuarto a las tres de la madrugada, entre otros elementos que conforman nuestra aura experiencial más cotidiana, me impelen a suponer que, con mucha frecuencia, lo que reflejamos a través de nuestra conducta no representa sino tan sólo un modesto porcentaje de nuestra constitución total como seres auto-reflexivos, plenamente conscientes del mundo en el que vivimos y nos desarrollamos. Ya que somos susceptibles de experimentar diversos niveles de estados de sueño y estados de vigilia más o menos en identicas proporciones, también poseemos una isometría de lo revelado y no no-revelado en nuestra constitución psicológica, lo claro y lo obscuro de nuestra alma, y demás clichés 'subterráneos' que no queremos sacar a cuenta ahora por temor a que se enoje 'el cocodrilo'.

Regresando a la cuestión de la talla, cuando engordamos, nos es más difícil entrar en nuestras antiguas ropas: tal aseveración debería resultar muy clara para cualquiera, ya que todos, alguna vez, hemos engordado, sin excepción alguna. Esto puede significar dos cosas: que estamos gordos y nos queremos morir, o que nuestro espíritu ha acrecentado su envergadura y le cuesta trabajo de sobremanera volver a entrar dentro de los moldes sociales y morales bajo los que nos ceñíamos hasta hace no mucho tiempo. Nosotros nos pronunciamos por la primera opción: la obesidad nos hace la vida insoportable. Habría que preguntarle a las morsas suicidas de Groenlandia, o a las modelos anoréxicas que frecuentan las pasarelas del Polo Norte, donde las bajas temperaturas son francamente inconcebibles y en donde la grasa es condición necesaria para la supervivencia del grupo al que se pertenece.

Ser grande no es cuestión de grasa, sino de gracia, como nos hizo ver Wilde en su vejez al tirar sus desechos orgánicos en el patio de sus vecinos a través de su ventana. Recuerdo ahora la anécdota de un compañero mío, misma que ilustra perfecto lo que quiero decir aquí: era un soleado Mayo, las flores brillaban con singular colorido en los maceteros, y las gargantas de los comensales (gordos, muy gordos, grasosos como prósperos mandarines) no cesaban de pasar los caros bocados que engullían sus voraces fauces, pues eran las dos de la tarde, 'la hora de la tragazón' según la orden religiosa de los capitalistas. La belleza y lozanía de las jovencitas transeúntes que pasaban por allí se acentuaba con la refracción de la luz solar sobre sus agraciados rostros y cuerpos, mediante un vaivén presuroso y francamente musical. Mi amigo, que esperaba el transporte colectivo en la esquina de la avenida principal, detuvo su mirada frente a un edificio común y corriente, del que, súbitamente, una enorme y deslumbrante llamarada se asomó desde una de sus ventanas abiertas, causándole un sobresalto como pocos había experimentado hasta entonces.

Debió haber explotado una bufa - indujo (en realidad quiso decir 'mufa', aunque también pudo haber escogido algunos otros homófonos, como 'trufa', 'bula', 'grulla' o 'güila', mucho más apropiados para el caso).

¿Qué conclusiones podemos sacar de lo anterior? 1) Todas las ventanas son peligrosas (sobre todo las que se encuentran en edificios altos: pregúntenle a los familiares de Gilles Deleuze, o a Charlie García), y 2) 'El que mucho abarca, poco aprieta'.

Lo que más sorprende de todo esto es que nos sigamos sorprendiendo de las cosas que acontecen en el mundo en el que nos desenvolvemos, pese a que hayamos sido domesticados (i. e.: educados) durante muchos años y que hayamos alcanzado la edad adulta (el mundo de los niños muy pequeños es un mundo de ¡eurekas! constantes, de develación de cosas magníficas en su aparente insignificancia, así como de derramamientos innecesarios de heces y de orina, al igual que hacía Wilde). Hay que reflexionar en qué sentido uno crece y se va transformando en una simple bola de grasa, ¿o es que al crecer uno no crece en realidad, ya que uno crece al hacerse más joven, o sea, al crecer menos que los demás? La cuestión del desarrollo del (cuerpo del) hombre y de la alteración paulatina de su entorno es un dilema científico que debería de aquejarnos a todos por igual, pero sobre todo a las abuelitas cachondas y a los lapones come-atún. Nosotros, como buenos escépticos originarios, mantenemos nuestro pensamiento entre paréntesis (i. e.: nos hacemos medio pendejos) y no sometemos temas tan espinosos al escrutinio de nuestra razón, por salud mental, bucal y, por supuesto, anal. Lo que es indudable es que aquello que solemos llamar 'refinamiento' en las conversaciones que tienen lugar durante las fiestas más aburridas, no es más que un fósil semántico heredado por generaciones pasadas amaneradas y decadentes, y que, en tanto nos cae gordo Nietzsche (¡hay que decir NO a la obesidad, caray!) por pedante y bigotón, nosotros decimos: ¡que viva la decadencia y el amaneramiento de costumbres! ¡Patria y libertad! ¡A peso los cien gramos de frijol bayo, reinita! ¡Salambó no era puta, los males la hicieron ser! ¿O no, Wilbur?

- Así es, mi capitán.       

jueves, 11 de noviembre de 2010

*** (Analepsia MDCCCLXVI)


Mira el agujero: no dejes de mirar su fondo.
Se hace grande, también pequeño... ¿lo ves?
{¿O es que acaso es insondable?}
Es un milagro: una astilla de luz en la carne del ojo.

Hay también luz, dicen, a la mitad del desierto:

a) Un cristal atorado.
b) El sol pasa, galante, y dorado.
c) Sólo es agua, vapor amaestrado.

Sin embargo, de manera paulatina, la sombra nos va alcanzando.
{Aún bajo la luz más clara, o con el ojo más carnoso}
Sino y destino: la señal en el camino.
Las mudas rocas nos vigilan, como madres preocupadas.
Son las vigías de nuestra conciencia.
Nos mandan besos desde atrás, nos bendicen, nos desean suerte.

¡Qué largo es el cabello cuando no hay quien nos lo corte!

Las manos quietas, y heladas.
El semblante que se estanca, como estatua.
Los ecos que se distorsionan, como lúcidos espectros.

Dices que amas las cosas, que las deseas, que las procuras.
Abre tu pecho, entonces: muéstranos tu espalda.
Dejad que las horas te coman a gusto.

El alivio viene a caballo, lejano, lento, pero seguro.
{Y de cerca la rosa, con los labios del caballero sobre su tallo}
Lentamente cabalga, de lejos, y alivia todo a su paso.

¡Cuánta sabiduría encierra el destierro, la perra y el perro!

Cuando la ternura amaina, se desbordan los ríos.
Suave y grato sabotaje del dique.
El témpano que se quiebra en tres, y se hunde en la mar.
{La angosta puerta del amor se alumbra}

¿Agujero? Es que no hay tal.
Tampoco luz ni ojos, ni pequeñez ni grandeza.
Sólo hay milagro, quieto, erguido... eterno.

¿Cómo es que hay que dirigirse con la gente? (Analepsia MDCCCLII)


Las cortinas se mueven, discontinuas, al servicio de algo que no es uno mismo, imposible de observarse, de aprehenderse: algunos le llaman Dios, otros viento, otros sus difuntos parientes, la marea residual de la muerte. Livianas, lentas, acompasadas, danzan con mesura bajo ritmos inaudibles, provenientes de tierras exóticas e inexploradas que subyacen en las obscuras junglas de lo incomunicado. El es/pe/jo del cla/ro de lu/na [ese gris y acuoso material que rellena nuestras bóvedas óseas] establece en todo momento nuevas maneras de conocer las cosas, excitantes e innovadores modos de aproximarse a las flores más frágiles del jardín, a nuestro gran pastel de almendras que es el mundo, con todo y sus pequeñas moscas ¿Quién se encuentra nadando en mi alberca hoy? ¿Quién ha osado sumergirse dentro de la piscina de cristal de los cantos de la infancia y de las fiestas borrosas de primavera? Ah... eres tú otra vez. De acuerdo. Quédate allí si quieres. Una serie de viajes sin retorno me han enseñado a salvaguardarme de la luz lastimera que refleja lo persistentemente pensado pero jamás resuelto, y lo pesado, he decidido que se quede afuera. Cargamos demasiado a cuestas como para querer demostrarle a los demás que somos invencibles, que podemos abatir las fieras de un soplido, rasguñar el sol en un acceso de ira, desencadenar una tormenta de algodones en invierno, dejar ciego al cíclope, matar al minotauro. 

El ojo verde
refleja la flor,
violeta como es.

Viole(n)ta como es.

Los ciclos desgastan, como las olas al acantilado. Y así es como debe ser. En otras noticias, la llama representa al tigre, y el tigre al tango, por su significación salvaje pero estilizada a la vez, erotizante. La llama no puede ser llama por siempre, porque una quema, y la otra rumia. Son excluyentes por naturaleza. Una da lana, y la otra la desintegra. Y el que desintegra la lana no es otra cosa más que un tonto, pues pudo haberla canjeado antes por algo de gran valor para la humanidad, algo que no sea otra vez papel moneda, o carne de prostituta ardiente [como la llama] que nos impulse a actuar en contra de nuestro albedrío, como es nuestra costumbre. Un binomio semántico condenado a la autodestrucción, sin duda alguna ¡Cuánto has crecido desde que te dejé en la otra orilla aquel día, esperando en cuclillas, mirando hacia el crepúsculo! Tus miembros ahora son fuertes, robustos, capaces de amarrar las horas sueltas y de doblar las miradas inflamadas de soberbia. Si se te escurren estas, mis palabras, entre los dedos, es que nunca fueron consistentes del todo, debido a su oquedad. Fueron y siguen siendo como gotas maduras de néctar, pendiendo de una rama imaginaria en el límite de su dulzura, pero nada más.

Hagamos tiempo antes de que todo termine. Cuéntame tu historia. Dime exactamente a qué hora zarpa tu barco, de qué tamaño es tu asombro, en cuál de las manos cerradas escondes la pelota roja ¿Sabes? Antes solía dirigirme a los hombres como me dirigía a las cosas: con empático respeto, digna y solemnemente, con una honda admiración oculta y una frialdad transparente, insospechada, protegiendo sus secretos. Ahora hago lo mismo, pero a gran escala, macrocósmica, porque a fin de cuentas el hombre es el Hombre, y el Hombre es el hombre. Les respeto tanto a todos que les dejo en paz, cada quien en su esfera, con sus redes particulares de sueños y sus narcóticos privados. Se ven bien desde lejos, algunos son muy bellos y hasta les brillan los dientes al sonreír. De este lado del río, el aroma a leña de canela que se inflama con la aurora me penetra las fosas nasales: amanece, y el enervante perfume del Oriente se eleva por encima de mi cabeza, altivo, coronando nuestro aislamiento.

Una canción dice
que los pájaros negros
son hojas vivas en los árboles.

Hojas que cantan,
sombras que se elevan,
y que se posan en el estanque para beber.

Bebe la tinta de mi mano, ave.
Olvida las ramas, y también las nubes.
Convierte tus plumas caídas en el testamento de lo vacuo.