martes, 26 de octubre de 2010

On Returning Home (Analepsia MDCCCL)



Si Petrarca hubiera sido un insecto, todo estaría perdido. Pero no lo fue. Escribió los "Triumphi", y salvó a la historia de la poesía universal. Es una de las frases recurrentes de mi profesor de literatura italiana. No lo dudo. Aunque más bien creo que el que verdaderamente salvó a la poesía fue T. S. Eliot. Y antes que él Whitman, por supuesto. Hay que leer "Four Quartets" o "Song of Myself" para darse cuenta de ello. Las copas de vino se terminan pronto... mira, ya no queda nada. Las arpas son tañidas a lo lejos, emiten una frágil melodía que aviva las ansias de mis ancestros, la fiebre oriental que a menudo me poseé cuando escucho interpretar maravillas en el pi-pa o el gu-zheng. Sus notas me llegan una por una, borrosas, aguadas, escurridizas.

- No son arpas: es el murmullo de la gente de allá afuera que se cuela por la ventana. Sobre todo de la gente hermosa. De la hermosa de verdad.
- Mmh... ya veo.
- Todavía no me has dicho nada nuevo de ti ¿Sigues rentando ese mugroso apartamento?
- No. Ahora vivo con mis abuelos, hacia el sur. Donde aún cantan los pájaros al despertar.

[¿Estás dormido todavía? Me pareció que entreabriste los ojos...] 

¿Qué es ese estado de éxtasis que se nos queda en la orilla de la lengua cuando rezamos con el rosario en mano? Sabe a redención, y... sin embargo... es amargo, como el ajenjo más potente. Un día, dos días... siete. Nueve. Y nada aparece en el horizonte. Ni siquiera el sol envuelto por brumas color violeta de antes ¿Qué es lo que estamos escuchando? Suena como Spiritualized, o Six Organs of Admittance. La flama baila ante mis ojos: es Salomé, la mítica puta oriental, la cruel seductora... ¿Estoy empezando a ser molesto, verdad?

- No, no demasiado.
- Bueno... eso me tranquiliza un poco. Es difícil mantener la compostura contigo.
- ¿Sigues pensando en hacer ese viaje a Armenia?
- Sí, desde luego... ¡ah! ¡Armenia! La tierra de las encrucijadas. 
- Algún día de estos me dejaré la barba como uno de esos monjes ortodoxos de allá. Muy à-la Z Z Top, ¿no? Deberías de dejártela crecer igual que yo. Se te vería bien.
- Jajaja... pásame el vino.

Autocontrol. Sólo algunos pueden mantener el timón derecho (straight). Algunos super-hombres, un puñado de soldados. Yo no sé si soy así. Todavía no lo puedo saber. Me faltan labios, me faltan espinos. Cuando hace frío me acuerdo mucho de los bosques de Noruega ¿Te acuerdas de ese viaje? Esos árboles gigantescos con sombras azules, de nieve. Y a la orilla del lago, una valkyria, lavándose el cabello. No recuerdo bien si era una valkyria o un perro, pero no importa, ambos eran blancos. Hablando de contrastes, cada día me da más gusto que viaje gente de color en el tren subterráneo. Eso habla bien de nuestras políticas internas, y muy mal de los regímenes africanos. Nos otorga diversidad, riqueza, sentido de la otredad.

- Deja de decir mamadas.
-¿Ves?... ya estoy siendo molesto. Llévame a mi casa.
- Estoy bromeando. Bésame, anda.
- No, no puedo. 
- ¿Tienes miedo?
- Sí... no sabes cuánto.
- Pero estás desnudo.
- ¿Y eso qué? Aún me conservo íntegro.
- ¡Íntegro, dices! ¡Jajaja! ¡Y con un hombre a tu lado!
- La integridad es imparcial. No conoce género, raza ni posición social.
- Suenas como esos discursos del desfile multi-color que aborrezco, jajaja... qué horror.
- Sí, lo sé. "The horror!", como Marlon Brando en 'Apocalypse Now'.

[¿Me escuchas?
Te has vuelto a acurrucar en mi regazo.
No estás en donde estás]

Sacude el polvo de tu abrigo. Cambia la página de la partitura. Hay un fragmento que aún no ha sido aprehendido, y que no debería de ser aprehendido jamás ¿Entiendes lo que digo, verdad? Mirá allá, en la lejanía. La obscura marea del mediodía no ha traído más que peces muertos. Debe ser el clima, el incesante ciclo de los amaneceres y los atardeceres. El balance divino, la copa de sal que se cae y se desparrama sobre la mesa. La piel se queda siempre en donde está, nunca se abre, jamás nos muestra todas sus venas ni sus arterias: ese es su problema, pero al mismo tiempo constituye su virtud. Hay que aprender a ser más flexibles, a danzar en la ebriedad de los campos sembrados de azucenas. Danzar no es volar. No podemos volar. Hay que danzar.         

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los secretos de la prosperidad (L' inspiration de l' oiseau) [Analepsia MDCCCXXI]


Jimmy se sentó frente al piano y comenzó a tocar. Trazaba pequeños esbozos sin mucha importancia, ensayaba líneas huecas {Su  maestro le había dicho: "echando a perder se aprende", lo cual es falso}. Sí, le fluían los dedos, pero no emanaba nada. Arriba, y luego hacia abajo: todo inútil. Como salida de una visión profética, una golondrina entró por la ventana del músico. Sonó como una trompeta, quizás un poco más agudo, ya instalada la sordina. Al verla, sintió un sobresalto como pocos. El cráneo se le salía de tan emocionado que estaba (la camisa también se le había salido del pantalón, algunos meses atrás, para nunca regresar). Volteó a ver sus intenciones, y se dio cuenta de que estaba mal sentado. Ahora, bien acomodado (también era burgués), empezó desde cero su ejercicio de composición. Algo salió, muy vago, pero algo a fin de cuentas. Era como una escala con la nariz chata, con vanidad en las orejas. Él la tomó, y se la guardó en el bolsillo sin siquiera observarla. "El jazz no es tan fácil después de todo" - pensó. Hay que ser limosnero de las musas cuando los tiempos se ponen difíciles, y ser generoso en la abundancia, porque, como escribió Jovenciano hace ya varios siglos:

El maná de los hombres ilustres,
mi alimento de continuo,
ha sido especialmente abundante estos días,
lo cual hay que agradecer.
Tirado, sobre una cama imaginaria,
resiento mi costado compungido por unos labios ajenos,
no por los labios que besan,
sino por los que susurran, los que recitan,
esos labios que abren agujeros en las paredes
cuando se les deja libres
haciendo a un lado el látigo de la elocuencia
y de la presunción dolosa.
Esa bella herida
fruto de la pureza de una ceguera clarividente
no hay que curarla, no.
Está bien mantenerla abierta.
Hay que recordarla por el día y por la noche,
en la claridad del sueño, al atardecer.
Con el frío de los miembros, con los calores internos.
Son heridas que sanan a otras heridas,
quizás más hondas pero menos significativas,
raspones ocasionales, llagas circunstanciales.
La humildad por sí sola es un chiste.
Cuando tiene raíz, es divina.

Retomando su posición, la golondrina siguió armando armonías las cuales, si seguía bien el asunto, pudieran servirle como base para el tema principal, ya que su olfato para encontrar el ritmo preciso en una pieza había sido dañado permanentemente, un día de campo en el que aspiró demasiado (quería ser presidente) humo de una fogata. El bandolón tomó la taza de café que yacía al borde de la mesa de centro, y le dio un sorbo: ¡la nota que faltaba! Eso era: seguir el curso de las cosas, como recomendaban los chinos. Se arrancó las botas de un salto, se peinó hacia atrás, y siguió ensayando. Gustaba de tejer en crudo: sobre la materia bruta, esculpiendo el sonido directo sobre el marfil manchado. Muy pronto se dio cuenta de que el saco le quedaba chico, así que decidió cazarlo: le metió tres balazos, y luego lo colgó sobre el perchero de la sala, a manera de trofeo. Todo cambió desde ese momento. Una tarde deliciosa, sin duda, llena de compases nuevos y de trilogías nunca antes concebidas (adecuadas para tocarse con tríos: un saxofón, una guitarra y un bajo). Limpias las ventanas de epopeyas y de Poncios Pilatos, bajó las cortinas, porque le lastimaba la luz de la calle.

Inesperadamente, al girar su cabeza, entrevió una mancha aglutinante de colores que se agazapaba en la esquina de aquel espacio. No supo qué hacer, y siguió componiendo (después se acordó que no se había lavado los dientes en la hora de la comida: no hay que dejarlos puercos, los puede opacar la masilla). Al poco rato, Mefistófeles, la mancha, hizo acto de presencia y le inquirió:

- ¿Cuánto quieres por tu música?
- Doscientos verdes.
- Hecho.

El ave tomó el dinero, y se fue. Hoy tocan su última pieza en el Sixty-Six, ante una audiencia de más de cincuenta y tres personas. Se preven cambios bruscos de temperatura: si va a salir a escuchar el mar, abríguese bien. Más vale prevenir a que de pronto le salgan cien eunucos armados con sus sables árabes detenidos en las fauces desde el interior de un cántaro rojo en plena Samaria. El talento migra de mano en mano, como migra el capital. Es eso lo que dicen los gurúes y los expertos.

{Una mañana de alertas que les ayudará a descubrir todo lo que pasa detrás del intercambio monetario con un billete de $200.00, el cual deberán de estar dispuesta(o)s a perder, o bien, a multiplicar...}

lunes, 11 de octubre de 2010

No somos templos, ni flores (Analepsia MDCCCXVIII)


 ¿Por qué dejaste tu chaqueta de cuero sobre mi asiento? Ni siquiera hacía calor. A través de todas las mañanas que he experimentado, las buenas, las malas y las indiferentes (éstas últimas, la abrumadora mayoría), he logrado entender la importancia de abrir los ojos cuando así nos lo exigimos. A veces la obscuridad se ilumina con la misma obscuridad, como sucede mediante los rituales del triángulo invertido, o en algunos trabajos de Chris Cunningham o de Mark Romanek. Cuando crece una sombra en la tarde, como un tumor alargado enmedio del asfalto, también se expande el espacio interior en donde se contiene y entretiene, delimitada, nuestra moralidad. El ocaso siempre estira nuestras posibilidades de ser algo más. No obstante, el actual perspectivismo moral nos ha convertido en verdaderos perros de caza, en fieras insaciables a las cuales les ha sido retirado el bozal, carentes de educación, desconcertadas, sin saber a quién morder ni por qué. Tal situación de aparente libertad es ventajosa para quien la sabe manejar con gracia, pero, en general, es raro el buen técnico en cualquier campo, tanto para hacer zapatos como para llevar a cabo sus más sombrías convicciones y, aún así, pasar desapercibido en medio del oleaje amorfo de las masas, del procedimiento cotidiano del 'buenos días', del 'ponte a trabajar' y del 'hasta pronto'.

El ideal simbolista de las correspondencias de vez en cuando necesita un buen baño de mística negativa para desembarazarse de toda la melaza romántica de la que se le suele cargar a menudo, según lo veo. Una vez que se comienza a postular estructuras, difícilmente uno puede detenerse, se va convirtiendo progresivamente en una adicción, en otra especie de lasciva dependendencia de un saber seguro, certero, lleno de espejismos agradables y de recipientes desbordantes de miel con eucalipto para remediar la tos, hologramas de la dicha: uno se vuelve kantiano, freudiano o lévi-straussiano por mera comodidad, así como alguien permanece ligado emocionalmente a otra persona para sentirse protegido, resguardado de los peligros de la intemperie, por mera costumbre y por miedo a la soledad perpetua. Tal condición hace bien a algunos espíritus, pero a otros simplemente los constriñe, les corta las alas. Es más fácil adjudicarle nuestros errores al subconsciente o a nuestros pre-juicios históricos, que agarrar al toro por los cuernos y aprender a someternos a nosotros mismos.

Ese tipo de individuo dependiente no ha llegado a penetrar (no digo a comprender, ya que este tipo de cosas no pueden llegar a comprenderse), o tan siquiera a rozar la posibilidad de verse iluminado por su misma obscuridad: necesita del alumbrado público. Quizás la intuye para sus adentros, pero no se atreve a mirarse aún en el espejo de su nada parcial, a sacar la cabeza por el barandal. Uno dice 'amor' y se piensa de inmediato en luz, en reciprocidad, en perfecta simetría, en redención. Su contraposición inmediata no es el odio, desde luego, el cual es sólo ese mismo amor vuelto contra sí mismo, de manera vigorosa e implacable (aquí sí es posible la completa equivalencia: amor/odio, luz/sombra), una vez que el objeto anteriormente idealizado ha revelado por fin su incapacidad real de colmar nuestras exigencias más simples, no digamos las más sublimes: es la otra cara de la moneda del sentimiento primario de la existencia, el tránsito bastante común de la infatuación a la decepción. No: el eterno contrario de este tipo de amor no puede ser el odio sino el vaciamiento, el cual, de manera paradójica, pretende ser un camino transitorio hacia una especie de plenitud que de ninguna manera puede ser alcanzada mediante las vías del libertinaje sexual ni del conformismo monógamo a las que estamos acostumbrados, y ni siquiera por medio de cuestiones menos contingentes, como el culto a la filantropía (o a la misantropía, otro reverso de lo mismo) y a la compasión universal, es decir, los ideales más nobles que posee la humanidad, a los cuales respeto profundamente, de la misma manera en que se respeta una estatua gigante de mármol, o una catedral monumental.  Pero la piedra siempre será piedra, y nunca un ser humano encarnado, por muy bien tallada que se encuentre. El dilema de Pigmalión se actualiza en nuestros huesos al sostener la carne que somos. Y la carne, recordemos, se pudre con el tiempo.

Hay que aprender a vaciarse, pero uno no logra vaciarse queriendo vaciarse, y mucho menos queriendo llenarse. La mano escribe su epitafio sobre el lienzo del aire, traza su caligrafía y la analiza, paso por paso, de manera meticulosa mediante la reflexión de su conducta, aquellos diseños irrepetibles que no alcanzan a ver los ojos, esos demasiado obscuros, demasiado transparentes, aquellas intuiciones flotantes que performan nuestros actos. Dicen que una exhalación fue la base del comienzo del Cosmos. Representa la metáfora del terremoto inhabitado de aquello que se nos escapa de continuo, el calor que hacía falta la vez anterior, esa noche que dejaste tu chaqueta en mi auto. Nadie deja algo 'porque sí', de manera aleatoria. De eso se encarga la inercia, la fortuna, el azar, Tyché, tutora de todas las cosas. Nosotros albergamos propósitos, ojos hambrientos de luz y de cuerpos nuevos, de nuevos idiomas y de sabiduría renovada. Queremos, nos movemos conscientemente, y en tanto identificamos lo que deseamos trazamos caminos, de los cuales a veces nos percatamos de sus causas de manera inmediata, y otras tantas nos damos cuenta de las mismas mucho después, como un efecto tardío. No somos templos, ni flores: somos vasos comunicantes, fibras ópticas 'que se encienden y se apagan según medidas', puentes entre una, dos, tres, cuatro, cinco posibilidades de transición de lo humano. Así que no me salgas ahora con que no sabes por qué la dejaste.

Su respuesta no se hizo esperar: "Porque hacía calor, y se me olvidó recogerla."

Claro. No podría ser de otro modo. Una vez más, creo que tienes razón... y yo no.     

viernes, 1 de octubre de 2010

Requiem (Analepsia MDCCCVII)



Escancia, Calisto, cuatro copas de buen vino
y tú, Álcimo, ponles hielos veraniegos;
que mis cabellos estén lustrosos, empapados en exceso de amomo
y que mis sienes se cansen de llevar guirnaldas de rosas:
ese mausoleo tan cercano nos anima a vivir
al mostrarnos que los mismos dioses pueden morir.

Marcial, Epigramas: 'Días de vino y de rosas'
 


Una línea de humo en el incensario
nos ha señalado el camino.
Mientras, las ciruelas se pudren en el oro.

{- Con regularidad me acomodo justo en este sofá y comienzo a divagar sobre los trazos imaginarios que las estrellas forman entre sí, sobre las espirales que aparecen en la superficie del café con leche, sobre los pequeños cristales que emergen del vaho sobre la ventana del autobús durante un día muy frío.
- ¿Y qué sacas de todo eso, eh?}

El apetito nos corroe.
Todo es delicioso.
Puedo escuchar sus huellas en el aire.

En el fondo del cristal
se asientan los restos del vino.
Mis falanges han dejado de moverse.
Las espigadas sombras de las hojas
rasgan a la luz prisionera
en el vidrio.

{Suelta tu cabello. Eso es. No te muevas. Quiero verlo. Déjame olerlo por unos segundos, sentir su suavidad, su peso, deslizar mis dedos a través de sus surcos. Ahora escucha con detenimiento la música. No hables. Siente. Educa tu oído. Advierte cómo regresan los temas}

Mis palabras se confunden con las de otros.
Las paredes semejan reflejos de algo más profundo.
El mundo entero se tambalea, como el ave-luna posada en el lago.

{Hace mucho tiempo solía jugar en los bordes de la cama de mi madre mientras dormía, con mis juguetes, tratando de no despertarla. Así aprendí a jugar con discreción, a no sentirme solo. Allí, hincado sobre la alfombra de su recámara, imaginaba cómo su cuerpo envuelto en las sábanas y cubierto por el edredón no eran sino mesetas de gran envergadura, con picos altos y con montañas de formas caprichosas, de múltiples texturas, de colores imposibles. No podía existir un relieve más adecuado que ése para llevar a cabo mi ficción de bolsillo}

Nada podemos deducir de semejante quietud. Los grillos se han callado. Los perros han dejado de aullar. La tapicería rococó de los muebles, las lámparas rojizas y las batas de terciopelo oriental han dejado de surtir su efecto en el prójimo. Por eso alzo mi copa, y brindo: "Por más noches como ésta".

Amplia es la estructura, el fundamento.
Tan amplia que no es posible abarcarla.
No brilla: es obscura, como un piano negro.

{- ¿Y qué harás cuando el frío finalmente te alcance, eh?
-Pues qué se puede hacer. No hay mucho qué hacer. Abrigarse bien y rogarle a Dios. Y si no se cree en Dios, invocar religiosamente todos los instantes que aún se conservan en la memoria, aferrarse a ellos con fuerza, con necia fiereza hasta ya no sentir al calor caminar por el cuerpo, hasta  que todas nuestras fuerzas hayan emigrado a otra parte, y dejarles irse} 

¿Qué queda después?
Los dedos, la copa, la botella de vino vacía.
Un desierto lleno de placeres, un sembradío de pecados.

Una nube de somnolencia hilarante.

Pieles que sonríen, siluetas que parpadean.
Bellas serpientes de encaje negro.
Fantasmas de Babilonia, de Egipto, de Persia, de Creta.
Sobre todo de Roma.

{Tienes las manos muy frías. Siempre las tienes así. No sé por qué sigo contigo. No me gusta que me acaricien con las manos frías. Me hacen pensar cosas. Cosas horribles ¿Quieres que vuelva a encender la fogata? Puedo traer más leña, si gustas ¿Está bien? De acuerdo, traeré más leña. Toma, ponte estos guantes} 

Mi redención repta sobre la duela.
El mosaico se ha roto: los pedazos botan
y se dispersan por doquier.

Siempre me encantaron las cosas simples:
la risa, el sueño, el olvido.
Un amanecer desde el balcón, en la ribera.

La fruta se yergue desnuda sobre la mesa.
La adorna con su aroma, la engalana con su corrupción.
La mosca la mira, ebria, hambrienta de colores y de formas.

{No te vayas. No todavía. Quédate un rato más. Hasta mañana. Tengo mucho que contarte. Prometo que te dejaré ir tan pronto amanezca. Por favor, mira mis ojos, son sinceros. Son transparentes ¿Por qué tienes qué irte justo ahora? Es peligroso. Hace frío. Anda, quédate un poco más, sólo un poco... no demasiado... lo prometo}

-Blanco total-

Al clarear el día, los pétalos de las flores se despiertan, y los canarios comienzan a entonar sus primeras canciones. La fresca brisa de otoño inunda los corazones de los niños y de los ancianos, mientras el reflejo de un joven maduro en su ventana, con ojeras prominentes y una actitud severa montada en su ceño, nos saluda, ausente.

Symethreia (Analepsia MDCCXC)


***
El cubo rojo
es el corazón.

No tiene gravedad.
Está compuesto de un material ligero.
Aromático.

La sonrisa
es la flecha enmedio del cubo.

Es larga, angosta,
y raspa como la arena.
Huele a espejo. 

El  corazón
es el eco de las montañas.
***