jueves, 21 de mayo de 2009

Hay que ser absolutamente post-moderno (Analepsia DCCC)


Basta de preciosismos inútiles y de maquillajes empalagosos: dejemos a un lado las aspiraciones más altas de los modernistas y de los parnasianistas. Basta de hogueras adolescentes del espíritu y de épicos desgarramientos de mal gusto: lancemos una cubetada de agua helada a los románticos y a los simbolistas. Basta de dibujar supuestas quimeras impolutas y de trazar jueguitos ociosos con lo imposible y con lo desconcertante: tiremos a un pozo a los surrealistas y a los creacionistas. Basta de pesados abismos sin fondo y de estúpidos bochornos sin razón aparente: démosle un puntapié en las nalgas a los existencialistas y a los dramaturgos del absurdo. Basta de inútil relajo desmesurado y de falsas cortinas de ácida locura: mandemos a los dadaístas y los escritores del non-sense a freír espárragos al sótano.


Basta de violencia gratuita y de trillado adulterio liberador, “virulento como la risa del diablo”: bajemos del camión a macanazos a los dramaturgos de la crueldad y a los seguidores del movimiento pánico. Basta de exaltación a la pura chatarra y de estupefacción por los insoportables rechinidos: echemos a los hornos a los futuristas y a los serialistas. Basta de la espiritualidad barata del vacío y del deleite morboso en la pura forma: enterremos con grava y arena a los expresionistas abstractos y a los minimalistas. Hacerle tragar su erudición a los culteranistas y su ignorancia a los primitivistas, dejar sin luz a los impresionistas y quitarles los pinceles de calibres finos a los puntillistas. Por el culo sus costumbres a los costumbristas y sus descripciones fotográficas a los realistas (por su hiper-culo a los hiper-realistas, desde luego).


Basta de pretensiones mañosas y desplantes elitescos, basta de mamonas dialécticas histórico-regenerativas con aires proféticos de genios y de súper-hombres, basta de vueltas a lo antiguo y de atajos hacia el futuro. Basta de parvadas “snob” de urracas venideras graznando el discurso de la renovación y de la ruptura. Basta de nueva literatura, de nueva música, de nuevo cine y de nueva pintura; basta de nueva escultura, de nueva arquitectura, de nueva danza y de nueva fotografía. Basta de nuevas formas de arte digital y multidimensional “nunca antes imaginadas hasta ahora”. Basta de “nueva cultura artística”. Mejor les invito el desayuno: un par de huevitos revueltos con frijoles bayos refritos y su respectivo tocino encima, con su salsita roja y unos totopos para acompañar. Juguito de naranja recién hechecito, una taza de café o de té (opcional), y si queda espacio estomacal, un delicioso cuernito de dulce, suavecito y esponjoso.


¡Qué delicia! ¡Mmmhh! ¡A comer se ha dicho!

Un cuento aún más cortito que el de Augusto Monterroso (Analepsia DCCLIXVIII)


"También ella: la niña."

miércoles, 6 de mayo de 2009

Selvagem (Analepsia DCCLXX)


Noche me alumbras. La suavidad circula obscura, aislada, hinchada de aves canoras y de sueños prominentes que emergen como picos nevados al nordeste del sentido, justo en medio de las ondas titilantes que estremecen nuestras horas escondidas.


Los orientales espejos de aquella chica enmarcan de manera maravillosa estas líneas. Ambos agujeros en el espacio, henchidos de hechicero hermetismo y voluptuosidad, expelen sutilmente un delicioso aroma a orientalismo cercano, bronceado, sedoso, poblado de deseos y de secretos de Nueva Delhi, olor extenso a maderas finas libanesas y a fragantes especias marroquíes. El punto de fuga es la mujer, pero el pretexto sigue siendo el momento. El paisaje se construye por sí solo, como el templo levantado al tercer día, como las espigas de los madrigales rompen ferozmente la tierra y emergen enteras, paradas sobre una de sus piernas.


Un beso. Un arpegio. Un soplo de luz sobre la fotografía mnemotécnica de los instantes imperecederos, ecos lejanos y palpitantes de un cúmulo de sensaciones indescriptibles, de fantasmas vivos e inaprehensibles que reflejan, como mandarinas encendidas en las brasas de su núcleo, su esqueleto de fluorescencia sobre el ondulante lienzo del océano vespertino.


La brisa se mantiene haciendo surcos sobre mi espalda desnuda, plantando a su vez esa familiar música delirante que susurra ecuanimidad y sosiego, senda matrona que envuelve cuidadosamente todos aquellos tejidos previos que habrán de deshilvanarse muy pronto, de manera paulatina y constante, en el flujo sinfónico de la tranquilidad circundante. “Quiet is the new loud”.


Lucha de la fogata sobre la arena en contra de su propio combustible: heroica ironía del éter ¡A babor! ¡Se avecina la flotilla!: de nuevo acechan amistosamente aquellos megalitos flotantes que navegan sobre nuestras cabezas, esos cirros vigilantes de la magnífica insignificancia, vaporosos espías de los diminutos cúmulos móviles que se esparcen y se contraen al ritmo incesante de sus instintos. Ese mar de microbios que siempre, con ayuda de sus vasos comunicantes con todas las cosas, explotan e implotan cada segundo (cada milenio), de forma periódica, mesurable y completamente impredecible.


Las hojas de las palmeras permanecen en su agitación constante, en su continua adoración hacia La Meca sin que ellas siquiera lo sepan. Los dátiles benditos son como oro en las manos de los niños. Autoconciencia: accidente humano, demasiado humano. Las gaviotas púrpura, perennes artistas de lo intangible, en su vuelo agitan con furia y sobriedad una multiplicidad de céfiros y de guijarros luminiscentes que transitan de vez en cuando nuestras huestes oculares: habitantes incómodos de nuestra visión perfecta, sueño inalcanzable de toda teoría y de todo paisajista.


Paisajista del alma: noble oficio del cisne descarriado. Pintura de paisajes quizás no tan hermosos ni acabados como los de otros paisajistas, como los de otros teóricos, como los de otros espectadores del mundo sentados desde su butaca contemplativa en lo alto del teatro; sin embargo, paisajes a fin de cuentas. Criatura miriópoda de altos vuelos, concomitante con la divinidad de los astros y con los pulgones subterráneos que guardan descuidados las puertas de los ínferos.


La perspectiva siempre se hace mirada. Y la mirada se decanta engañosa cada vez que mira (¡Mirad! ¡Las montañas son hombres santos! ¡Hacen sus oblaciones sin que nadie los moleste!), así como también es cierto que nuestro campo de visión siempre se adereza de manera encantadora con las siluetas orientales de aquellas féminas olor a madera y a cadencia, como ya habíamos esbozado antes. Casi siempre, encanto equivale a engaño. Las circunstancias aleatorias de lo presente tienden a mutar de un instante a otro, dependiendo de lo grueso del pincel, del calibre de la pluma-revólver, o del lente de cristal (empañado o impoluto: como más le plazca al señor) con que se miren estas letras: metáforas parlanchinas de algo realmente vivo, rezagos efímeros que se plasman en concreto con la agitación dactilar sobre la tinta virtual de la pantalla-pizarrón.


Sin embargo… ¿qué hay más vivo que la escritura misma, esa liberación punzante, irruptora de cosmovisiones, brazo incomparablemente recio que parte cocos pétreos a la mitad con sus fulminantes machetazos de coherencia irreversible? Difícilmente existirá algo alguna vez más visceral y poco higiénico, algo más sucio, hediondo y embadurnado de sangre, médula y semen que las letras de todas las épocas y de todos los lugares, miasmáticos paradigmas del tranvía de nuestras existencias. Apolíneos espejismos en la playa, vientos helados de la tundra hermenéutica.


Aquellos de huesos débiles y de pulmones susceptibles, organismos de constitución monolítica y monosemántica, no resistirán nunca tanta fuerza gravitacional ni tantos grados bajo cero, los suficientes para abrir veredas policromáticas y brechas frescas por donde puedan transitar cómodamente los centauros y las sirenas del futuro. Gracias, vanguardias del fin de los tiempos, padres de los nuevos pastos y de las piras venideras: por ustedes y en su nombre es que elevo una oración hoy al Universo. Nunca un paladín del bon sens, caballero del establishment, emparentará con la familia del cruel loco “echa-espuma-por-la-boca”, de ese pordiosero que recoge las migajas cósmicas de lo que tiran los dioses a estos infames territorios. Y no nos importa lo anterior en lo absoluto. Nunca un pez será un pez, ni un ave será un barco al interior de la camaleónica selva de los tropos y los manierismos. Las palabras muerden: muerden muy fuerte y muy hondo, como os podéis corroborar aquí y en cualquier otro lugar.

El manto sacrílego: fragmento (Analepsia DCCLIX)


(...)
En un eje de ruido
sopla el ojo
y la golondrina helada,
adviento de las masas.

Jinete amargo y luz
blanca de azucena.
Aspaviento
del cabello de vidrio.

Seguir la batuta
del simio maestre:
gime el aire
desde la cornisa celeste.

Entre andamios de humo
y en presencia
solemne del fuego
hace acrobacias la infiel memoria.

¿De qué depende
la dureza de lo blando
y el destello aguamarina
del tiempo?

Arquitectura
de singularidades vacuas.
Conformantes hoy
del carruaje del ocaso.

Dunas, senos, mantas corrugadas.

Sobre el tallo de platino
se ciñe augusta
la sacudida
del hilo.

Y en la carrera presurosa
del rostro de hambre, carcomido,
emerge un sonido herido e ido
que ensordece las venas.

Síncopa y mímesis,
restos de matemáticas muertas.
La mano
que iracunda espanta a la ausencia.

Se es hombre y trono
aún con la piel quemada
por labios ajenos
y por reinos aún no descubiertos.

La tinta se desliza reina
y se deslinda del mundo,
un mundo plebeyo
de deslices y de deslindamientos.

Una vida se abre
a una nueva vida.
Una gota de palabras sola puede
alimentar la sed del mito eterno.

Planicies, vientres, mantas extendidas.

(…)

Letanía del corazón nocturno (Analepsia DCCXLVIII)



Virgen de la tez de ébano, matriarca de las plantas de los pies llenas de alquitrán y de los estigmas florecientes en las manos pecadoras: hoy te ruego con devoción absoluta, rasgues el noble firmamento con tus temibles rugidos inmateriales para que yo pueda mirar, por única ocasión, el cráneo radiante e impoluto del tiempo universal.




Ruego por los esqueletos forestales, blancos y fluorescentes restos de armonía que han quedado rezagados a mitad del rozagante desierto. Ruego por el manto de la neblina helada que envuelve y penetra por todos aquellos rincones de los espejismos seductores, tejidos de carne y de heno que sembraron los magos primigenios hace ya incontables puestas de soles negros.




Matrona de los cuatro rumbos perdidos, de los pedregosos caminos y de las veredas intransitables, de los valles y colinas cuya extensión se cubre galante de espinos y de lebreles muertos, y cuya peste se extiende y llega hasta las comarcas más inhóspitas y más pobres de África, Asia y América, las astillas olvidadas de la humanidad; hoy ruego por tus favores.




Ruego por los capullos crudos que recogen ardientes los machos cabríos con cola de pez para alimento de los egos, así como por las esferas metálicas circunscritas en la atmósfera lunar que cruzan los cinco mares hemáticos, a la caza permanente de los placeres obscenos y de los deseos distorsionados.




Señora de las potencias ambivalentes, del suave látigo y de la dulce daga, creadora del poderoso y cruel hechizo del arte, de la droga y del amor, tejedora de los torturantes sayales franciscanos y auspicie de las fustigantes piras shivaítas: hoy me encomiendo a tus designios por medio de estas, mis más sinceras venias.




Ruego por los pantanos celestes y los nubarrones subterráneos que no terminan de conformarse aún como masas ígneas, fuentes de inocente ebullición e incansable desvelo. Ruego por las lápidas con doce mil ojos, por sus lágrimas de ceniza y sus pupilas de grafito labrado que pesan aún de sobremanera sobre las conciencias intranquilas y sobre las morales desgarradas.




Emperatriz de las puertas cerradas y de los arcos rotos, del salvaje curso fluvial de los ríos arteriales y del fabuloso y estridente flujo energético de las redes neurales: todas mis plegarias se vuelcan unánimes hoy a tus míseros aposentos de descomposición y desintegración orgánica.




Ruego por las bacterias doradas y las termitas plateadas que carcomen vorazmente, una a una, las virtudes cardinales humanas, la paciencia y benevolencia de los hombres firmes y compasivos. Ruego por el ejército de guillotinas y de confesionarios, hilos sutiles de especias anímicas y de perfumes espirituales que humanizan al más bruto, y embrutecen al más santo.




Fémina maldita entre toda bendición, pulcra sacerdotisa y sucia meretriz del mundo, territorio corrompido desde siempre y para siempre: sólo te imploro me convides un poco de tu ira y de tu locura trascendentales, suficientes apenas para resquebrajar la falsa porcelana del hastío adormecedor del devenir, aquella vasija perversa que encierra, celosa y estúpida, el último secreto de la vida y de la muerte. Toma mi corazón de noche, y por tu ardiente caridad, hazlo estallar en la mañana.

A la sombra de la vieja camelina (Analepsia DCCXXI)


Vaporosa y amigable
como una fresca mancha
se extiende la sombra
de la camelina sobre el suelo.

Piel de abril
sobre tersos instantes
pletóricos de sol
y de estallidos florales;
susurros vespertinos
de amarillo, verde y magenta
se despabilan lúdicos
al compás de los vientos.

Una parvada de recuerdos
que se posan
suaves y silenciosos
como mariposas intangibles
sobre la orilla de las ramas.
Un ingenuo bostezo
que abre las puertas al olvido;
no al olvido pesaroso de lo terrible
sino a su bello primo del cual retoñan
los botones tiernos de la serenidad humana.

Luz filtrada
por los entresijos
de la madera enredada
sobre mi cabeza:
humilde corona de primavera.

Donde las calles no tienen nombre (Analepsia DCCIX)


Libertad: cabalgata de los bridones salvajes por las amplias llanuras de los días y de las noches. Viento en el cabello, excitación en la parte baja del vientre. Despegue de los rincones incómodos de la personalidad y paso despejado hacia nuevas tierras inexploradas en el sí-mismo.

Es temblor sin temor, es respirar sin tregua los ilimitados territorios del deshacimiento. Un paso a la vez inasible y concreto, diáfano y turbio, hacia la utopía emancipada del destino manifiesto.


Acontece la ruptura de hilos y el tirar por la borda los costales de arena, los enanos deformes que atan y que apesadumbran la escalada, el baile, el viaje. Se logra así una mayor movilidad de miembros, mejor funcionalidad orgánica, un más perfecto desempeño en la lúdica batalla del devenir propio.


Es cambio de piel, contorno desdibujado de lo que se era antes y lo que se será después: el momento justo del instante presente. Es fresca y alegre brisa de autonomía, dulce sabor de boca.
Se caen, uno a uno, los ladrillos de nuestra antigua morada. El sol, vagabundo y ebrio, firma con amor nuestro naciente rostro. Nos abandonamos al azar, nuestro verdadero padre, sólo por unos minutos que nos percibimos como tales: somos espuma que arrastran las olas.


Es brillo y solaz, visión de la flama que nunca se apaga. Marcha infinita de innegable regocijo. Es olvido del mundo; memoria vacía que se llena de montañas, de horizontes y de cielo, de paisajes y emociones que no preguntan ni responden, que sólo llenan.


Se realiza el escape paulatino del pretérito contenedor, como el gas liviano se escapa poco a poco por las ranuras diminutas del matraz resquebrajado. Se desaparece y se integra, como las gotas de lluvia penetran y fraguan el suelo reseco de la sabana en sequía.


Es sueño indiferenciado de la vigilia. Es correr por correr, gritar por gritar, silbar por silbar, amar por amar. Es hacer surcos con nuestro cuerpo en medio de los campos de trigo, nadar en las ciénagas de los flamingos siendo un flamingo más. Es mirar por mirar, reír por reír, llorar por llorar, vivir por vivir.


Lejos… muy lejos de nosotros mismos.


Te mostraré un lugar
alto, en la planicie desértica
donde las calles no tienen nombre.