Con idéntico asombro y desconcierto, con el mismo impávido gesto con el que contemplo cómo es que mis dedos logran levantar de la mesa, apenas sosteniéndolo con sus puntas, un vaso con agua a la muda orden de mi voluntad; así mi aletargado juicio observa desde sus ventanales principales el arribo genuino de una nueva alma a esta tierra.
No es que en realidad sea nueva, ni que la tierra no hubiera sido su hogar y su fuente inagotable a través del tiempo de su existencia efectiva: únicamente, ahora ocupa una nueva reconfiguración espacio-temporal, inserta ya desde las primeras bocanadas de aire dentro de un mundo preconcebido, el interior de una extraña telaraña compuesta de psicodélicos tejidos tan magníficos como aterradores, así como las telarañas suelen ser naturalmente.
Antes esta misma alma solía diambular en forma de energía a través de los delicados filamentos de un girasol, recorría escondida en las patas de un escarabajo las extensas planicies del Mediterráneo siendo humedad, y traspasaba sus propios límites condensada como calor en el trémulo baho de un tímido beso. Solía ser incansable viajera y veterana testigo; pero instalada ahora en su recién corpórea patria, habrá de vivir largo tiempo con la nostalgia acuciante de su antigua libertad, bajo el yugo de la agitación y la resequedad de labios.
Mas, con ayuda de unos lentes más potentes que los anteriormente usados, podemos deducir con claridad y distinción que la mutación señalada no resulta sino aparente e ilusoria; que en el sentido más originario y puro de todos, sigue tal y como fue, es y será eternamente, con lo que quiera que esta última asfixiante palabra signifique. Algún día se levantará extrañada de su lecho, mirará su entorno y dirá: "Yo también soy todo esto. No hay más". Y guardará con llave ese, su más infatigable secreto, hasta el abrupto inicio de su nueva travesía, aquel salto metamórfico perpetrado dentro de los inconmensurables territorios de la rueda de los cambios.
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