La Gran Voz, vaporoso sol azul
de abatidas y avatares,
fugaz y eterno atlante
de batallas incontables.
La unánime marcha, el honor,
la permanencia dispersa
en los rugosos labios
y en los ojos penetrantes.
Polvo entre los dientes,
cobijo invisible del sino.
Inmersión concienzuda
en la inocente y roja noche.
Ígnea herida al ojo,
homenaje callado al rey
de las inhóspitas comarcas
y las murallas infranqueables.
Cítaras y aquelarres,
viñedos y vestiduras.
Cadencia y vaivén, olvido.
Nueva piel de coralillo.
Los ligeros temblores
de la inocua estampida
no contentan a los ñúes.
Tendremos que ser aún más.
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