domingo, 4 de abril de 2010

Manchas en el centro de la lente (o el punto de fuga de la representación) [Analepsia MCLXX]



Así, como ves el bosque, es tal y como está.

Verdaderamente verde, y negro, y blanco.

La preocupación es la hermana del apego.

Aprende, hombre, a no temer cuando se hinche tu cerebro.


Nueve veces nueve, saltando hacia las charcas.

Extiende la mano, y enséñame su reverso.

Allí está tu madre, la tinta y su abrevadero.

Siempre algo se oculta: el Alma o la Naturaleza.


¿Alma y Naturaleza? ¿No son ambas mitos superados ya?

Uno echa mano, como buen mancebo de la imagen,

de aquellas cosmogonías extintas, metáforas, vírgenes totémicas,

muy a menudo, con el afán de atrapar al viento.


Si nadie lo ha visto antes, es porque no existe.

Luego se forman los criterios: crédulos de silogismos.

Marchar, estoicos, con la antigua canción al unísono del Todo

si es que no se desea perder el rumbo.


Leer entre líneas: arte de un clarividente cobarde

desde la orilla del escaparate de su abismo.

El horror inenarrable del espejo, ya lo describieron antes.

Lo que aún no han descrito es lo que no hubo, ni jamás habrá.


¿O es que crees que hay algo aquí? Piénsalo dos veces.

O mejor tres: no vaya a ser la de malas.

Lo que aparece, a veces es y a veces parece.


¿Entonces ves el bosque? Allí está… pero no es nada.

1 comentario:

David Arsallo dijo...

¡Claro que existe el alma! Su forma de ser es el ser-no-siendo lo que intenta ser. El bosque no es nada... porque ninguna cosa es nada.