Concentrábase el viejo en establecer definitivamente las cuatro características esenciales de la larva, con todo el afán posible que puede poseer un erudito, y con toda la sabiduría que le permitían sus canas: - Es viscoza, pequeña, movediza y repugnante – repetía sin cesar, como una cuádruple letanía desplegada en forma ordenada a lo largo de ese instante. Respiraba tranquilo, sonreía, sintiéndose guardían de un tesoro invaluable, su más célebre descubridor.
No obstante, en la medida en que sus ojos penetraban más y más el cuerpo amorfo y vivaracho del insignificante gusano, silenciosamente y contra su voluntad, descubría más y más minucias derivadas de sus cuatro últimas determinaciones con las cuales adjetivarlo, con las cuales diversificarlo: lo viscozo se compone de lo brilloso y de lo lúbrico, por ejemplo ¿Y no acaso lo brilloso se compone de lo reflejante y lo reflejado, y lo lúbrico de lo líquido y lo coloidal? Así, se abrían más y más posibles ramificaciones taxonómicas al paso de su honda investigación observacional. Sin embargo, durante su discurso oficial, no dejaba de enunciar impasiblemente sus cuatro nobles verdades a diestra y siniestra: “La larva es viscoza, pequeña, movediza y repugnante”. Y sus discípulos le aplaudían animosamente.
- Algún día la larva será polilla – era una preocupación que taladraba su mente muy a menudo, que no lo dejaba dormir bien. Si tal cosa sucediese, las cuatro características esenciales descubiertas brillantemente por él deberían de mutar indefectiblemente hacia otra cosa completamente distinta e impredecible: una absoluta catástrofe para su tesis demostrativa con pretensión de validez universal, una bomba en los cimientos de su sistema perfectamente acabado. Inmediatamente borraba tal pensamiento y pasaba a otras ocupaciones que lo apartaran de semejante incertidumbre.
El cuerpo del insecto era pequeño, pero menos pequeño que el de la hormiga negra, y más pequeño que el del escarabajo pelotero. Sin embargo, todos eran pequeños, ¿o no? En este caso, ¿qué querrá decir “pequeño” en última instancia? ¿Podría la larva ser grande y pequeña a la vez? ¡Por supuesto que no! ¡Contradictio in adjectum! Una cualidad esencial debe ser sólida, unilateral, siempre erguida como la columna que sostenía el templo en donde el anciano se resguardaba del frío en ese momento. Ambigüedad es falibilidad, indeterminación inaceptable dentro del archivero impecable de las cosas del mundo.
Las posibilidades semánticas y hermenéuticas, de interpretación y de re-combinación parecían brotar como un manantial de insatisfacciones en el razonamiento de nuestro pobre protagonista casi todos los días. - ¿Cómo un gusano tan simple, tan nimio y tan insignificante puede albergar toda una avalancha de dificultades tan molestas? – apuntaba dolorosamente el hombre para sí mismo, nunca hacia los demás por temor al descrédito. Los predicados se multiplicaban como conejos, así como los postulados posibles con pretensión de anquilosar, de cristalizar lo esencial de la larva, para después colocarlo orgullosamente en el glamoroso aparador de la historia del pensamiento. Al final, su lengua lo único que trababa respecto del tema era: “La larva es viscoza, pequeña, movediza y repugnante”. Y sus textos seguían siendo vitoreados, altamente estimados y estudiados.
De pronto, las reflexiones de nuestro sabio tocaron fondo, un fondo atroz e irreversible: - ¡La larva está, o bien llena de cuasi infinitas cualidades definitivas, o bien, está vacía de todas ellas! ¡No parece haber un estrato último para congelar su naturaleza que valga! El anciano sudó profusamente: sintió un vértigo descomunal, su garganta se anudó y calló al suelo de rodillas, casi sin aliento. Él mismo, en ese mismo instante, había sido vaciado de todo lo que él era, de lo más significativo y entrañable para él, del sentido mismo de su existencia. Sin embargo, la mezcla de estoicismo e hipocresía a menudo hace prodigios con la vida devastada de las personas. Era cierto: no había punto de retorno, de sincero desdecimiento. Demasiado tarde ya, para él y para todos, para la historia misma. Y es que en efecto, como todos sabemos hoy, una larva siempre es viscoza, pequeña, movediza y repugnante... y nada más que eso.
No obstante, en la medida en que sus ojos penetraban más y más el cuerpo amorfo y vivaracho del insignificante gusano, silenciosamente y contra su voluntad, descubría más y más minucias derivadas de sus cuatro últimas determinaciones con las cuales adjetivarlo, con las cuales diversificarlo: lo viscozo se compone de lo brilloso y de lo lúbrico, por ejemplo ¿Y no acaso lo brilloso se compone de lo reflejante y lo reflejado, y lo lúbrico de lo líquido y lo coloidal? Así, se abrían más y más posibles ramificaciones taxonómicas al paso de su honda investigación observacional. Sin embargo, durante su discurso oficial, no dejaba de enunciar impasiblemente sus cuatro nobles verdades a diestra y siniestra: “La larva es viscoza, pequeña, movediza y repugnante”. Y sus discípulos le aplaudían animosamente.
- Algún día la larva será polilla – era una preocupación que taladraba su mente muy a menudo, que no lo dejaba dormir bien. Si tal cosa sucediese, las cuatro características esenciales descubiertas brillantemente por él deberían de mutar indefectiblemente hacia otra cosa completamente distinta e impredecible: una absoluta catástrofe para su tesis demostrativa con pretensión de validez universal, una bomba en los cimientos de su sistema perfectamente acabado. Inmediatamente borraba tal pensamiento y pasaba a otras ocupaciones que lo apartaran de semejante incertidumbre.
El cuerpo del insecto era pequeño, pero menos pequeño que el de la hormiga negra, y más pequeño que el del escarabajo pelotero. Sin embargo, todos eran pequeños, ¿o no? En este caso, ¿qué querrá decir “pequeño” en última instancia? ¿Podría la larva ser grande y pequeña a la vez? ¡Por supuesto que no! ¡Contradictio in adjectum! Una cualidad esencial debe ser sólida, unilateral, siempre erguida como la columna que sostenía el templo en donde el anciano se resguardaba del frío en ese momento. Ambigüedad es falibilidad, indeterminación inaceptable dentro del archivero impecable de las cosas del mundo.
Las posibilidades semánticas y hermenéuticas, de interpretación y de re-combinación parecían brotar como un manantial de insatisfacciones en el razonamiento de nuestro pobre protagonista casi todos los días. - ¿Cómo un gusano tan simple, tan nimio y tan insignificante puede albergar toda una avalancha de dificultades tan molestas? – apuntaba dolorosamente el hombre para sí mismo, nunca hacia los demás por temor al descrédito. Los predicados se multiplicaban como conejos, así como los postulados posibles con pretensión de anquilosar, de cristalizar lo esencial de la larva, para después colocarlo orgullosamente en el glamoroso aparador de la historia del pensamiento. Al final, su lengua lo único que trababa respecto del tema era: “La larva es viscoza, pequeña, movediza y repugnante”. Y sus textos seguían siendo vitoreados, altamente estimados y estudiados.
De pronto, las reflexiones de nuestro sabio tocaron fondo, un fondo atroz e irreversible: - ¡La larva está, o bien llena de cuasi infinitas cualidades definitivas, o bien, está vacía de todas ellas! ¡No parece haber un estrato último para congelar su naturaleza que valga! El anciano sudó profusamente: sintió un vértigo descomunal, su garganta se anudó y calló al suelo de rodillas, casi sin aliento. Él mismo, en ese mismo instante, había sido vaciado de todo lo que él era, de lo más significativo y entrañable para él, del sentido mismo de su existencia. Sin embargo, la mezcla de estoicismo e hipocresía a menudo hace prodigios con la vida devastada de las personas. Era cierto: no había punto de retorno, de sincero desdecimiento. Demasiado tarde ya, para él y para todos, para la historia misma. Y es que en efecto, como todos sabemos hoy, una larva siempre es viscoza, pequeña, movediza y repugnante... y nada más que eso.
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