Apartatto III:
Della Amentia On Die Pathos Humani. Concluxionne
El astro rey emerge, y el tiburón, rojo de celos, se hace torpedo para estrellarse justo en el centro del astilludo arrecife que yace bajo la superficie marina. Borbotones de ideas frescas emanan del moribundo y escuálido cuerpo, blando y terso como la piel de Perséfone, pero áspero y poco amable como el carácter de un gnomo subterráneo. Subrepticiamente las rémoras se han quedado sin morada, vagan sin furia ni pena al azar de las corrientes oceánicas; dictada su suerte por el vaivén aguamarina de la atmósfera suspendida, no dejan de maldecir a nadie, no cesan de vituperar hacia ninguna parte.
Cocktail de sensaciones es el ser humano, amasijo de proyectos y de tensiones que nunca se destensan del todo. Pasiones y palabras veleidosas, un entusiasta y magnífico mosaico de altibajos y explosiones cósmicas generadoras de mundos, physis de todas las cosas. Vapor, lengua y lascivia; hedor, grava e ira; incienso, corteza y melancolía. Locomotora sin frenos, exaltación de las inexpugnables vibraciones de la eterna emotividad, terremoto de danza, de canto, de celebración y de redes de lo incognoscible.
En cada esquina un grito, una alabanza, un grano de arroz. Albricias, regocijo y llanto; fiesta y estacas de acero pendiendo de un hilo por encima de las inocentes cabezas. Retablos carcomidos y bellos paisajes de luces pirotécnicas en el negro cielo de Abril. Carnavales y caderas sudorosas, pechos palpitantes sedientos de besos. Miles de papeles multicolores coqueteando con el viento, planeando como albatros sobre los hombros de la multitud convulsionada por Baco y sus bacantes. Ojos animales, escritura desatada, febril integración, fusión hermosa de carne con carne, de hueso con hueso.
Ritos, rupturas y marchas marciales. Tambores, ecos que retruenan y que disparan justo al centro del alma. Tormenta e ímpetu que dejaron escuela, bayonetas de pie y sin dueño. Celestiales voces operísticas, maestros de las cortinas púrpura, de los listones de oro y de las albas fachadas. Una nota y luego otra, locura y frenesí dentro de una esfera de cristal en la que nieva ocasionalmente, cuando se invierten los suelos, cuando se decanta el cenit.
Escalofrío, sensación, sabor; dulce y amargo a la vez. Puñaladas despiadadas sobre la alfombra persa de Khayyam, tesoros españoles de los galeones hundidos de Cervantes. Ecos de voces que salen de lo profundo, dantescas apariciones antes de Dante, antes que todos. Y de nuevo… calma. Berlioz nunca llegó al nivel de Bach, y sin embargo es recordado y mundialmente famoso. Su esfuerzo radicó en no dejarse llevar por los acordes, sino por la corriente poderosa de la flagrante inspiración.
Ser humano: caja concéntrica de lo mejor y peor del orbe, de las medusas y los cancerberos, de las ninfas y los genios de Saturno. Ramas del árbol torcido que tiende hacia los lados, que se expande hacia ambos extremos: hacia el Tigris y el Éufrates, hacia el Volga y el Dniéper. El otoño sin patriarca: el estilo, forma, contenido; congregación burguesa en Yakarta, alarido sordo del djeridú en medio del espectáculo místico de los broncíneos gimnosofistas.
Caudal, fuerza magnética, la conciencia y la inconciencia metidas en camisa de once varas. Un plumón desavenido de ganso cae lentamente sobre la tensión superficial del lago de plata: un pez lo ve y se esconde tras las rocas. Nos ocultamos constantemente por quién sabe qué cosas, y nunca nos percatamos que lo que se nos viene encima ya pasó, y si no ha pasado, es que nunca llegará. Los infantes jugando alrededor del pilar de los lamentos, los perros bebiendo directamente del pozo de las agonías. El papalote… volando alto como un sueño; el águila, volando bajo como un perro. El infante es vuelo, y el papalote, niño. Todas las cosas se encuentran con todas las cosas. Y el alma las envuelve con su amoroso y comprensivo manto de los avatares.
Un hombre no es hombre sin su mujer, y sin embargo, la mujer es la perdición de los hombres. La mujer es también un ser humano, no obstante, tiene algo de Dios dentro de su vientre. El nombre genérico del ser humano se ha tomado bajo la palabra "hombre", y las mujeres respingaron las narices a causa de semejante parcialidad. Todos los hombres son racionales, Sócrates fue un hombre: por lo tanto, Sócrates fue racional ¿Qué diría Diótima respecto a esto? ¿Sacaría el látigo y lo batiría sobre las espaldas de los uros? No, jamás. Las mujeres no harían eso, ni siquiera pensarían en hacerlo. Despellejarían vivo al durazno y hervirían agua con sus convulsas pasiones. Las mujeres tienen exceso de alma. Los hombres… también.
¿Qué digo, señoras y señores, honorable público? ¿Exceso de alma? ¡Eso es imposible! ¡El alma está perfectamente bien repartida en todos los hombres y en todas las cosas! No le falta ni le sobra nada a nadie: hay armonía sempiterna circulando por nuestras vías energéticas, por nuestras autopistas de la fogosidad que llamamos venas y arterias. Bueno, sí, eso es cierto ¿Pero que hay de Barrabás y de Mozart? ¿No era uno un alma grande y otro un desalmado? ¿Qué hay de los mahatmas y de los parias? ¿No son los unos cuasi ángeles y los otros algo cercano a una piedra? ¿Será que no es lo mismo alma que Alma, atmán que Brahmán?
¡Santa, bendita lluvia, remolino! ¡Mojas mis pecados y los haces añicos! ¡Los buscas en los túneles inconmensurables de mi espíritu y los transformas en guijarros inservibles! ¡Nimiedades y falacias! ¡No hay nada bajo el sol que no sea digno de encomio, excepto todo lo que no empiece con letra mayúscula! Mis cabellos empapados me transmiten un frío que es absorbido por el humus de mi cráneo, mi boca tuerce una sonrisa: oigo el tintinear de las campanas acuíferas, un aeroplano pasa por encima de las azoteas. Arrojo el libro al destierro, acojo al frío para que se caliente.
Así como en algún momento Toshihiko Isutzu dijo: “tengo comezón”, así mismo en cualquier momento ostentamos la potencialidad de dejar este mundo. El remanso de los dichos y los aforismos a veces nos apartan de esta noble verdad; simultáneamente, los murciélagos, al recorrer el mismo territorio todas las noches, se han vuelto dueños de sus vidas ¿Puede alguien dueño de su vida, morir? Difícilmente, creo yo. Sería como pedirle peras al olmo, u olmos a la pera (cosa todavía más descabellada).
De la misma manera en la que en los responsorios se extingue vela tras vela, se apaga ilusión tras ilusión hasta llegar a la obscuridad total, a la muerte del Cordero de Oriente; con la misma potencia anímica que el Tenebrae de Gesualdo, nos hundimos en los misterios de la carne y de la resurrección dentro del inmenso mar negro de lo incompleto. El hombre, sea polaco, sea pampero, navega con el asta rota por en medio de las alebrestadas aguas del Arqueronte: allí donde no hay cosas, sólo almas que cruzan de un lado al otro, todo el tiempo, eternamente.
¡Oh, Jeremías, emisario del sufrimiento! ¡Oh, Isaías, mensajero del éxtasis! ¡Oh, patriarcas del contraste, ustedes lo vieron antes que yo, ustedes fueron humanos antes que yo! Los ojos por la ventana van lento, van sellados con la borrasca y el estruendo del tren, la maquinaria pesada que yace bajo las plantas, que conforma el armazón, que conjuga lo pasional y lo mecánico. Los virajes del piloto, las vías que no han sido recorridas, el recogimiento que no tiene dueño: legado para todos nosotros, adorable público, damas y caballeros hoy aquí presentes.
Varados en playas ajenas, nos levantamos y seguimos nuestro camino hacia la casucha donde se albergan los refrescantes cocos. Esa choza a lado de los cocoteros, hecha con base en troncos arreciados y lianas medio podridas. A primera vista parece una pocilga pero… no hay que dejarse engañar por Maya y sus artimañas. Ese lugar no es más que descanso del corazón, en donde se tocan las arpas y las armónicas de cristal. Allí donde se pliegan los tafetanes de todas las naciones a través de todos los tiempos y de todos los lugares, donde la Gloria y la Dignidad resplandecen con singular potencia sobre los múltiples ojos de los cuatro vivientes, y donde los aires y los fuegos, ataviados con sus mejores vestimentas, vibran al encuentro implacable con las energías del Norte y del Sur: de allí somos.
Ese lugar en donde, sin necesidad del opio ni de la amanita, nos trasladamos a tierras ignotas, a parajes fuera de nuestra actual constitución lógico-epistemológica del mundo y del Cosmos, lejos de nuestra tradición perceptual y ontológica del sujeto y del objeto, apartados de nuestra actual configuración estética y de nuestras bases éticas y morales, dirigidos ciega e impetuosamente hacia la columna vertebral de la Metafísica: una vez allí, hemos llegado a nuestro destino, al mismísimo aposento del Alma y sus manifestaciones. De allí parten todas las almas, desde allí se emiten todas ellas para que recaigan y sean incubadas en las cosas; allí empieza el mágico y misterioso viaje hacia lo existente del que hablaba un cuarteto de escarabajos no hace más de un lustro.
Convulso presente, chamánico impulso, irascibles sacudidas. Fiebre, chispas, rabia: lumínicos destellos que a espasmos agónicos someten la absoluta obscuridad, vueltas del cuerpo sobre su propio eje lejos de todo parámetro de cordura. Ardor, espuma, deseo: espectaculares fuentes que danzan sobre terreno ardiente, que gritan y emulan rugidos que surgen a borbotones en plena tierra seca. Peronés y clavículas que emergen abruptamente como espigas del plantío; azules flores de agave que se abren al espeluznante bramido del estertor de Baphomet. Sudor, vibraciones, violencia: álgido e inconstante como el hierro líquido o como la espina dorsal de una hermosa virgen que está experimentando su primer orgasmo. Explosiones mudas se desatan bajo tierra, manantiales de pura sangre bovina emanan de lo más profundo del taller de Hefestos. Los corceles galopantes de Darío y los cañones trémulos de Bonaparte son poca cosa comparada con la desquiciante fuerza con la que la voluntad empuja, destruye y quiere salir de su prisión corpórea. Algo nunca antes visto desde el Big Bang, sin duda, hasta que el hombre llegó.
Un arranque del alma desbordada es llama que no se extingue jamás. Sin embargo, los campos y las selvas no se queman muy a menudo. Casi siempre hace frío en esos lugares, nada del otro mundo. Hay búhos, topos y esas cosas. Campesinos caminando con sus sombreros chistosos roídos por diminutos ratones. Cercas con astillas y caminos sin pavimentar. Una clara y quieta noche, en la que hasta los latidos del corazón de las cigarras es posible escuchar. Pasan dos cuervos surcando el cielo, uno es blanco y el otro igual: nada fuera de lo común. Lo más extraño es que todas estas cosas, siendo lo que son, cosas, tengan el alma suficiente para causar una catarsis, un paro cardiaco o una auto-inmolación en cualquier momento.
Hay lienzos sin pintar y jarras sin vino todavía. Hay cosas que no han llegado a su máxima y plena significación aún, y yo soy una de ellas. En los días abruptos y desmejorados, bajo los edificios salitrosos y de vigas oxidadas, es posible que un niño esté escondido tras los escombros y salga a nuestro encuentro, con sus mejillas rosadas, con una sonrisa que nos haga recordar el primer amanecer del mundo. Aunque las uñas y la punta de los dedos se tornen color índigo de vez en vez, aunque los náufragos posen su mirada en el horizonte todas las tardes al borde del acantilado y aunque el nido de la guacamaya se vea amenazado por el frugal apetito de la iguana… el abedul sigue en pie, el río sigue regresando al mar, el perfume sigue seduciendo. La creencia en algo fundamenta todas las cosas: el alma las vigila paciente, con ternura maternal, dirigiéndonos una mirada plena de amor.
Lo anterior nos recuerda una narración que se ha perdido entre los jirones y los harapos de la Historia, la cual describe la fundación de la que actualmente nosotros conocemos como 'La ciudad de los chacales': “… El gran dios Pie-Mano miraba incesantemente el reloj de arena que le servía para calcular la duración de su reinado; cada vez era menos arena la que se situaba en la parte superior del cronológico artefacto. Un día, alegando y disertando acerca de lo bueno y de lo malo con su cónsul, No-Mente, decidió dejar un presente a su pueblo antes de abandonar el trono. Tomó un puñado de huesos y de cráneos, lo mezcló con hilos de oro y cenizas sagradas del Volcán Nihil, y lo dejó fermentar por tres días y tres noches continuas.
La mañana del cuarto día, la obra estaba formada. Sus súbditos chacales estarían muy agradecidos con él por siempre, habría conseguido la fama y la gloria eternas: había creado lo que actualmente la tribu de los anglos han dado el nombre de stillness, o cualidad de permanencia. No-Mente, complacido con su soberano y absorto ante semejante logro, sólo pudo balbucear: 'Lástima que le sea entregado a una manada de bestias voraces e insaciables'. Pie-mano contestó: 'No todo el tiempo permanecerán salvajes, evolucionarán y serán como tú y luego como yo'. A lo que No-Mente contestó arteramente: 'Si se les entrega el presente ahora, permanecerán chacales toda su vida, y nunca tendrán la oportunidad de evolucionar'. Pie-Mano se percató de su error, se echó a llorar y, decepcionado amargamente, se tomó el regalo de un solo trago, provocando que todo lo que estaba a su alrededor se desintegrara: fue así como la ciudad de los chacales desapareció de la faz de la tierra. Pie-Mano todavía sigue allí, varado y brillando de angustia. Sigue allí… y es hermoso verlo”.
En última instancia, y a donde nos condujeron todas estas marejadas de letras y vericuetos palabrescos, disertaciones acerca del alma y las cosas, damas y caballeros, querido público que hizo el honor de acompañarnos hoy, es a la percatación de una singular verdad; a saber, que la búsqueda es una y la misma: el averiguar el fundamento del Universo equivale a determinar la verdadera naturaleza del Sí-mismo, la composición química de la gota de agua salada es la misma que la del vasto y poderoso gólem al cual denominamos océano. La sed es la sed bajo todos los reyes y sobre todos los reinos. Cuando buscamos el alma en las cosas, buscamos la nuestra propia; cuando ansiamos su iluminación, las cosas tiemblan de ansia junto con nosotros.
De cara al nadir y de espaldas a Los Cuatro Grandes Nervios Cósmicos del Vínculo Primigenio, mi rostro tiembla y mi espalda se transforma en pecho; el polvo en nada, y la Nada en Todo, tal y como lo reza El Manual que no es manual, que ya era manual antes de que se inventaran los manuales. La brisa vespertina roza de nuevo mis mejillas, una vez más, de la misma manera como lo hizo cuando era viejo, como lo hará cuando sea niño. Un torrente de flores efervescentes cae de la espigada jacaranda, desciende en cascadas de adviento atacando mi cabello, bañando mis sueños y los de todos los hombres bajo el suave y perfumado manto de la redención. Un costado de mí se vuelve marrón obscuro, el otro se enciende de resolana. Mi sombra se hace larga, cada vez más larga; pareciera que quiere alcanzar algo muy lejos de mí, como si al romper los horizontes mediante la estilización de su espectral sustancia fuera al encuentro directo con el otro lado de lo que hay, de lo que yace y se eleva al unísono en las tierras prohibidas de La Puerta de los Infinitos Prodigios.
Hay alma en las cosas, señoras y señores. Y las cosas son Alma. De eso no me queda la menor duda. Gracias. Buenas noches.
Della Amentia On Die Pathos Humani. Concluxionne
El astro rey emerge, y el tiburón, rojo de celos, se hace torpedo para estrellarse justo en el centro del astilludo arrecife que yace bajo la superficie marina. Borbotones de ideas frescas emanan del moribundo y escuálido cuerpo, blando y terso como la piel de Perséfone, pero áspero y poco amable como el carácter de un gnomo subterráneo. Subrepticiamente las rémoras se han quedado sin morada, vagan sin furia ni pena al azar de las corrientes oceánicas; dictada su suerte por el vaivén aguamarina de la atmósfera suspendida, no dejan de maldecir a nadie, no cesan de vituperar hacia ninguna parte.
Cocktail de sensaciones es el ser humano, amasijo de proyectos y de tensiones que nunca se destensan del todo. Pasiones y palabras veleidosas, un entusiasta y magnífico mosaico de altibajos y explosiones cósmicas generadoras de mundos, physis de todas las cosas. Vapor, lengua y lascivia; hedor, grava e ira; incienso, corteza y melancolía. Locomotora sin frenos, exaltación de las inexpugnables vibraciones de la eterna emotividad, terremoto de danza, de canto, de celebración y de redes de lo incognoscible.
En cada esquina un grito, una alabanza, un grano de arroz. Albricias, regocijo y llanto; fiesta y estacas de acero pendiendo de un hilo por encima de las inocentes cabezas. Retablos carcomidos y bellos paisajes de luces pirotécnicas en el negro cielo de Abril. Carnavales y caderas sudorosas, pechos palpitantes sedientos de besos. Miles de papeles multicolores coqueteando con el viento, planeando como albatros sobre los hombros de la multitud convulsionada por Baco y sus bacantes. Ojos animales, escritura desatada, febril integración, fusión hermosa de carne con carne, de hueso con hueso.
Ritos, rupturas y marchas marciales. Tambores, ecos que retruenan y que disparan justo al centro del alma. Tormenta e ímpetu que dejaron escuela, bayonetas de pie y sin dueño. Celestiales voces operísticas, maestros de las cortinas púrpura, de los listones de oro y de las albas fachadas. Una nota y luego otra, locura y frenesí dentro de una esfera de cristal en la que nieva ocasionalmente, cuando se invierten los suelos, cuando se decanta el cenit.
Escalofrío, sensación, sabor; dulce y amargo a la vez. Puñaladas despiadadas sobre la alfombra persa de Khayyam, tesoros españoles de los galeones hundidos de Cervantes. Ecos de voces que salen de lo profundo, dantescas apariciones antes de Dante, antes que todos. Y de nuevo… calma. Berlioz nunca llegó al nivel de Bach, y sin embargo es recordado y mundialmente famoso. Su esfuerzo radicó en no dejarse llevar por los acordes, sino por la corriente poderosa de la flagrante inspiración.
Ser humano: caja concéntrica de lo mejor y peor del orbe, de las medusas y los cancerberos, de las ninfas y los genios de Saturno. Ramas del árbol torcido que tiende hacia los lados, que se expande hacia ambos extremos: hacia el Tigris y el Éufrates, hacia el Volga y el Dniéper. El otoño sin patriarca: el estilo, forma, contenido; congregación burguesa en Yakarta, alarido sordo del djeridú en medio del espectáculo místico de los broncíneos gimnosofistas.
Caudal, fuerza magnética, la conciencia y la inconciencia metidas en camisa de once varas. Un plumón desavenido de ganso cae lentamente sobre la tensión superficial del lago de plata: un pez lo ve y se esconde tras las rocas. Nos ocultamos constantemente por quién sabe qué cosas, y nunca nos percatamos que lo que se nos viene encima ya pasó, y si no ha pasado, es que nunca llegará. Los infantes jugando alrededor del pilar de los lamentos, los perros bebiendo directamente del pozo de las agonías. El papalote… volando alto como un sueño; el águila, volando bajo como un perro. El infante es vuelo, y el papalote, niño. Todas las cosas se encuentran con todas las cosas. Y el alma las envuelve con su amoroso y comprensivo manto de los avatares.
Un hombre no es hombre sin su mujer, y sin embargo, la mujer es la perdición de los hombres. La mujer es también un ser humano, no obstante, tiene algo de Dios dentro de su vientre. El nombre genérico del ser humano se ha tomado bajo la palabra "hombre", y las mujeres respingaron las narices a causa de semejante parcialidad. Todos los hombres son racionales, Sócrates fue un hombre: por lo tanto, Sócrates fue racional ¿Qué diría Diótima respecto a esto? ¿Sacaría el látigo y lo batiría sobre las espaldas de los uros? No, jamás. Las mujeres no harían eso, ni siquiera pensarían en hacerlo. Despellejarían vivo al durazno y hervirían agua con sus convulsas pasiones. Las mujeres tienen exceso de alma. Los hombres… también.
¿Qué digo, señoras y señores, honorable público? ¿Exceso de alma? ¡Eso es imposible! ¡El alma está perfectamente bien repartida en todos los hombres y en todas las cosas! No le falta ni le sobra nada a nadie: hay armonía sempiterna circulando por nuestras vías energéticas, por nuestras autopistas de la fogosidad que llamamos venas y arterias. Bueno, sí, eso es cierto ¿Pero que hay de Barrabás y de Mozart? ¿No era uno un alma grande y otro un desalmado? ¿Qué hay de los mahatmas y de los parias? ¿No son los unos cuasi ángeles y los otros algo cercano a una piedra? ¿Será que no es lo mismo alma que Alma, atmán que Brahmán?
¡Santa, bendita lluvia, remolino! ¡Mojas mis pecados y los haces añicos! ¡Los buscas en los túneles inconmensurables de mi espíritu y los transformas en guijarros inservibles! ¡Nimiedades y falacias! ¡No hay nada bajo el sol que no sea digno de encomio, excepto todo lo que no empiece con letra mayúscula! Mis cabellos empapados me transmiten un frío que es absorbido por el humus de mi cráneo, mi boca tuerce una sonrisa: oigo el tintinear de las campanas acuíferas, un aeroplano pasa por encima de las azoteas. Arrojo el libro al destierro, acojo al frío para que se caliente.
Así como en algún momento Toshihiko Isutzu dijo: “tengo comezón”, así mismo en cualquier momento ostentamos la potencialidad de dejar este mundo. El remanso de los dichos y los aforismos a veces nos apartan de esta noble verdad; simultáneamente, los murciélagos, al recorrer el mismo territorio todas las noches, se han vuelto dueños de sus vidas ¿Puede alguien dueño de su vida, morir? Difícilmente, creo yo. Sería como pedirle peras al olmo, u olmos a la pera (cosa todavía más descabellada).
De la misma manera en la que en los responsorios se extingue vela tras vela, se apaga ilusión tras ilusión hasta llegar a la obscuridad total, a la muerte del Cordero de Oriente; con la misma potencia anímica que el Tenebrae de Gesualdo, nos hundimos en los misterios de la carne y de la resurrección dentro del inmenso mar negro de lo incompleto. El hombre, sea polaco, sea pampero, navega con el asta rota por en medio de las alebrestadas aguas del Arqueronte: allí donde no hay cosas, sólo almas que cruzan de un lado al otro, todo el tiempo, eternamente.
¡Oh, Jeremías, emisario del sufrimiento! ¡Oh, Isaías, mensajero del éxtasis! ¡Oh, patriarcas del contraste, ustedes lo vieron antes que yo, ustedes fueron humanos antes que yo! Los ojos por la ventana van lento, van sellados con la borrasca y el estruendo del tren, la maquinaria pesada que yace bajo las plantas, que conforma el armazón, que conjuga lo pasional y lo mecánico. Los virajes del piloto, las vías que no han sido recorridas, el recogimiento que no tiene dueño: legado para todos nosotros, adorable público, damas y caballeros hoy aquí presentes.
Varados en playas ajenas, nos levantamos y seguimos nuestro camino hacia la casucha donde se albergan los refrescantes cocos. Esa choza a lado de los cocoteros, hecha con base en troncos arreciados y lianas medio podridas. A primera vista parece una pocilga pero… no hay que dejarse engañar por Maya y sus artimañas. Ese lugar no es más que descanso del corazón, en donde se tocan las arpas y las armónicas de cristal. Allí donde se pliegan los tafetanes de todas las naciones a través de todos los tiempos y de todos los lugares, donde la Gloria y la Dignidad resplandecen con singular potencia sobre los múltiples ojos de los cuatro vivientes, y donde los aires y los fuegos, ataviados con sus mejores vestimentas, vibran al encuentro implacable con las energías del Norte y del Sur: de allí somos.
Ese lugar en donde, sin necesidad del opio ni de la amanita, nos trasladamos a tierras ignotas, a parajes fuera de nuestra actual constitución lógico-epistemológica del mundo y del Cosmos, lejos de nuestra tradición perceptual y ontológica del sujeto y del objeto, apartados de nuestra actual configuración estética y de nuestras bases éticas y morales, dirigidos ciega e impetuosamente hacia la columna vertebral de la Metafísica: una vez allí, hemos llegado a nuestro destino, al mismísimo aposento del Alma y sus manifestaciones. De allí parten todas las almas, desde allí se emiten todas ellas para que recaigan y sean incubadas en las cosas; allí empieza el mágico y misterioso viaje hacia lo existente del que hablaba un cuarteto de escarabajos no hace más de un lustro.
Convulso presente, chamánico impulso, irascibles sacudidas. Fiebre, chispas, rabia: lumínicos destellos que a espasmos agónicos someten la absoluta obscuridad, vueltas del cuerpo sobre su propio eje lejos de todo parámetro de cordura. Ardor, espuma, deseo: espectaculares fuentes que danzan sobre terreno ardiente, que gritan y emulan rugidos que surgen a borbotones en plena tierra seca. Peronés y clavículas que emergen abruptamente como espigas del plantío; azules flores de agave que se abren al espeluznante bramido del estertor de Baphomet. Sudor, vibraciones, violencia: álgido e inconstante como el hierro líquido o como la espina dorsal de una hermosa virgen que está experimentando su primer orgasmo. Explosiones mudas se desatan bajo tierra, manantiales de pura sangre bovina emanan de lo más profundo del taller de Hefestos. Los corceles galopantes de Darío y los cañones trémulos de Bonaparte son poca cosa comparada con la desquiciante fuerza con la que la voluntad empuja, destruye y quiere salir de su prisión corpórea. Algo nunca antes visto desde el Big Bang, sin duda, hasta que el hombre llegó.
Un arranque del alma desbordada es llama que no se extingue jamás. Sin embargo, los campos y las selvas no se queman muy a menudo. Casi siempre hace frío en esos lugares, nada del otro mundo. Hay búhos, topos y esas cosas. Campesinos caminando con sus sombreros chistosos roídos por diminutos ratones. Cercas con astillas y caminos sin pavimentar. Una clara y quieta noche, en la que hasta los latidos del corazón de las cigarras es posible escuchar. Pasan dos cuervos surcando el cielo, uno es blanco y el otro igual: nada fuera de lo común. Lo más extraño es que todas estas cosas, siendo lo que son, cosas, tengan el alma suficiente para causar una catarsis, un paro cardiaco o una auto-inmolación en cualquier momento.
Hay lienzos sin pintar y jarras sin vino todavía. Hay cosas que no han llegado a su máxima y plena significación aún, y yo soy una de ellas. En los días abruptos y desmejorados, bajo los edificios salitrosos y de vigas oxidadas, es posible que un niño esté escondido tras los escombros y salga a nuestro encuentro, con sus mejillas rosadas, con una sonrisa que nos haga recordar el primer amanecer del mundo. Aunque las uñas y la punta de los dedos se tornen color índigo de vez en vez, aunque los náufragos posen su mirada en el horizonte todas las tardes al borde del acantilado y aunque el nido de la guacamaya se vea amenazado por el frugal apetito de la iguana… el abedul sigue en pie, el río sigue regresando al mar, el perfume sigue seduciendo. La creencia en algo fundamenta todas las cosas: el alma las vigila paciente, con ternura maternal, dirigiéndonos una mirada plena de amor.
Lo anterior nos recuerda una narración que se ha perdido entre los jirones y los harapos de la Historia, la cual describe la fundación de la que actualmente nosotros conocemos como 'La ciudad de los chacales': “… El gran dios Pie-Mano miraba incesantemente el reloj de arena que le servía para calcular la duración de su reinado; cada vez era menos arena la que se situaba en la parte superior del cronológico artefacto. Un día, alegando y disertando acerca de lo bueno y de lo malo con su cónsul, No-Mente, decidió dejar un presente a su pueblo antes de abandonar el trono. Tomó un puñado de huesos y de cráneos, lo mezcló con hilos de oro y cenizas sagradas del Volcán Nihil, y lo dejó fermentar por tres días y tres noches continuas.
La mañana del cuarto día, la obra estaba formada. Sus súbditos chacales estarían muy agradecidos con él por siempre, habría conseguido la fama y la gloria eternas: había creado lo que actualmente la tribu de los anglos han dado el nombre de stillness, o cualidad de permanencia. No-Mente, complacido con su soberano y absorto ante semejante logro, sólo pudo balbucear: 'Lástima que le sea entregado a una manada de bestias voraces e insaciables'. Pie-mano contestó: 'No todo el tiempo permanecerán salvajes, evolucionarán y serán como tú y luego como yo'. A lo que No-Mente contestó arteramente: 'Si se les entrega el presente ahora, permanecerán chacales toda su vida, y nunca tendrán la oportunidad de evolucionar'. Pie-Mano se percató de su error, se echó a llorar y, decepcionado amargamente, se tomó el regalo de un solo trago, provocando que todo lo que estaba a su alrededor se desintegrara: fue así como la ciudad de los chacales desapareció de la faz de la tierra. Pie-Mano todavía sigue allí, varado y brillando de angustia. Sigue allí… y es hermoso verlo”.
En última instancia, y a donde nos condujeron todas estas marejadas de letras y vericuetos palabrescos, disertaciones acerca del alma y las cosas, damas y caballeros, querido público que hizo el honor de acompañarnos hoy, es a la percatación de una singular verdad; a saber, que la búsqueda es una y la misma: el averiguar el fundamento del Universo equivale a determinar la verdadera naturaleza del Sí-mismo, la composición química de la gota de agua salada es la misma que la del vasto y poderoso gólem al cual denominamos océano. La sed es la sed bajo todos los reyes y sobre todos los reinos. Cuando buscamos el alma en las cosas, buscamos la nuestra propia; cuando ansiamos su iluminación, las cosas tiemblan de ansia junto con nosotros.
De cara al nadir y de espaldas a Los Cuatro Grandes Nervios Cósmicos del Vínculo Primigenio, mi rostro tiembla y mi espalda se transforma en pecho; el polvo en nada, y la Nada en Todo, tal y como lo reza El Manual que no es manual, que ya era manual antes de que se inventaran los manuales. La brisa vespertina roza de nuevo mis mejillas, una vez más, de la misma manera como lo hizo cuando era viejo, como lo hará cuando sea niño. Un torrente de flores efervescentes cae de la espigada jacaranda, desciende en cascadas de adviento atacando mi cabello, bañando mis sueños y los de todos los hombres bajo el suave y perfumado manto de la redención. Un costado de mí se vuelve marrón obscuro, el otro se enciende de resolana. Mi sombra se hace larga, cada vez más larga; pareciera que quiere alcanzar algo muy lejos de mí, como si al romper los horizontes mediante la estilización de su espectral sustancia fuera al encuentro directo con el otro lado de lo que hay, de lo que yace y se eleva al unísono en las tierras prohibidas de La Puerta de los Infinitos Prodigios.
Hay alma en las cosas, señoras y señores. Y las cosas son Alma. De eso no me queda la menor duda. Gracias. Buenas noches.
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