lunes, 14 de diciembre de 2009

"Nunca cambies" [PJ Harvey’s “This mess we’re in” footprints in the snow] (Analepsia CMXCIV)


Adelante: los caprichos no esperan al atardecer.

Tras la pesada y frágil cortina que ningún ser vivo es capaz de vislumbrar, bailan vigorosas un par de piernas sueltas y bien formadas, y sobre ellas, revolotean veinte alondras parduzcas mientras tejen canciones de juventud. Algunas alegres, otras tristes, otras púrpura, magenta y violeta.

Se oyen un par de clarinetes por encima de los edificios intelectuales, monolitos que rasgan andróginos el tiempo archivado, como queriendo apuntalarlo sobre su propio eje a manera de suave y cruenta espiral, de castigo infinito. Una vez que se anestesian los ojos, se pierde para siempre aquel fruto emergente del ayer y del mañana: consuelo, bendición y escudo. Ecos del bosque, bramidos del mar, antorchas de la ciudad.

Miles, millones de seductores cuerpos llenos de adrenalina y de plata pura disuelta en el agua de la mañana clara agitan con fuerza sus emociones, como palmeras extasiadas en pleno huracán, con el único fin de ser recordados prematuramente, de permanecer grabados en la tablilla de cera de los cirros y de las marejadas, hermanos impertérritos de la continuidad universal.

Más nada consiguen… o al menos no demasiado. Es así como los niños pierden todos sus espejos.

Salen las notas de sus nidos. El desorden toca todas las ventanas con cruel parsimonia. Prestas las amalgamas, las simbiosis y los cariños varados para el combate instantáneo. Todos a un tiempo, a dos, a tres, a cuatro, a cinco, a seis. Un ancla gigante vuelca su sombra sobre las cabezas desparpajadas del solitario dios, sobre el amor amasado de los siglos que no se supo entregar con propiedad en las bocas adecuadas ni entre los muslos propicios ¿Acaso siempre fuimos abedules, eucaliptos, sauces, acacias blancas, fórmulas y procedimientos que nunca pudimos descifrar, que nunca fueron susceptibles de interpretación?

Allí siguen: los juguetes, las muecas exageradas. Parte de lo que fuimos, ahora clama y declama sobre el cementerio de los ídolos y de las navidades brumosas.

Ahora somos, en esencia, otra cosa distinta de ahora. Y en sustancia, otras seiscientas mil cosas más. Lo que somos ahora, lo somos en forma de neblina huidiza, de sutil y fugaz perfume de Diciembre, de Enero, de Febrero y de Marzo. Restan sólo las dádivas y los pergaminos rotos, pasos en falso sobre el puente que se tiende sobre los tres abismos que se pierden y se encuentran por siempre entre ellos. El anciano saluda y vuelca su alegría sobre la arena. Sus largos cabellos, cables gigantes de hielo, acarician con controlados latigazos el lomo de la estampa de la que se fue parte, y que ahora navega sin rumbo aparente, sin puerto, sin embarcadero, sin llegada ni salida.

“Nunca cambies”: ayer me lo ha dicho mi amada antes de marcharse.

¿Cómo se supone que he de responderle, si es que le amo todavía?

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