Virgen de la tez de ébano, matriarca de las plantas de los pies llenas de alquitrán y de los estigmas florecientes en las manos pecadoras: hoy te ruego con devoción absoluta, rasgues el noble firmamento con tus temibles rugidos inmateriales para que yo pueda mirar, por única ocasión, el cráneo radiante e impoluto del tiempo universal.
Ruego por los esqueletos forestales, blancos y fluorescentes restos de armonía que han quedado rezagados a mitad del rozagante desierto. Ruego por el manto de la neblina helada que envuelve y penetra por todos aquellos rincones de los espejismos seductores, tejidos de carne y de heno que sembraron los magos primigenios hace ya incontables puestas de soles negros.
Matrona de los cuatro rumbos perdidos, de los pedregosos caminos y de las veredas intransitables, de los valles y colinas cuya extensión se cubre galante de espinos y de lebreles muertos, y cuya peste se extiende y llega hasta las comarcas más inhóspitas y más pobres de África, Asia y América, las astillas olvidadas de la humanidad; hoy ruego por tus favores.
Ruego por los capullos crudos que recogen ardientes los machos cabríos con cola de pez para alimento de los egos, así como por las esferas metálicas circunscritas en la atmósfera lunar que cruzan los cinco mares hemáticos, a la caza permanente de los placeres obscenos y de los deseos distorsionados.
Señora de las potencias ambivalentes, del suave látigo y de la dulce daga, creadora del poderoso y cruel hechizo del arte, de la droga y del amor, tejedora de los torturantes sayales franciscanos y auspicie de las fustigantes piras shivaítas: hoy me encomiendo a tus designios por medio de estas, mis más sinceras venias.
Ruego por los pantanos celestes y los nubarrones subterráneos que no terminan de conformarse aún como masas ígneas, fuentes de inocente ebullición e incansable desvelo. Ruego por las lápidas con doce mil ojos, por sus lágrimas de ceniza y sus pupilas de grafito labrado que pesan aún de sobremanera sobre las conciencias intranquilas y sobre las morales desgarradas.
Emperatriz de las puertas cerradas y de los arcos rotos, del salvaje curso fluvial de los ríos arteriales y del fabuloso y estridente flujo energético de las redes neurales: todas mis plegarias se vuelcan unánimes hoy a tus míseros aposentos de descomposición y desintegración orgánica.
Ruego por las bacterias doradas y las termitas plateadas que carcomen vorazmente, una a una, las virtudes cardinales humanas, la paciencia y benevolencia de los hombres firmes y compasivos. Ruego por el ejército de guillotinas y de confesionarios, hilos sutiles de especias anímicas y de perfumes espirituales que humanizan al más bruto, y embrutecen al más santo.
Fémina maldita entre toda bendición, pulcra sacerdotisa y sucia meretriz del mundo, territorio corrompido desde siempre y para siempre: sólo te imploro me convides un poco de tu ira y de tu locura trascendentales, suficientes apenas para resquebrajar la falsa porcelana del hastío adormecedor del devenir, aquella vasija perversa que encierra, celosa y estúpida, el último secreto de la vida y de la muerte. Toma mi corazón de noche, y por tu ardiente caridad, hazlo estallar en la mañana.
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