jueves, 11 de noviembre de 2010

¿Cómo es que hay que dirigirse con la gente? (Analepsia MDCCCLII)


Las cortinas se mueven, discontinuas, al servicio de algo que no es uno mismo, imposible de observarse, de aprehenderse: algunos le llaman Dios, otros viento, otros sus difuntos parientes, la marea residual de la muerte. Livianas, lentas, acompasadas, danzan con mesura bajo ritmos inaudibles, provenientes de tierras exóticas e inexploradas que subyacen en las obscuras junglas de lo incomunicado. El es/pe/jo del cla/ro de lu/na [ese gris y acuoso material que rellena nuestras bóvedas óseas] establece en todo momento nuevas maneras de conocer las cosas, excitantes e innovadores modos de aproximarse a las flores más frágiles del jardín, a nuestro gran pastel de almendras que es el mundo, con todo y sus pequeñas moscas ¿Quién se encuentra nadando en mi alberca hoy? ¿Quién ha osado sumergirse dentro de la piscina de cristal de los cantos de la infancia y de las fiestas borrosas de primavera? Ah... eres tú otra vez. De acuerdo. Quédate allí si quieres. Una serie de viajes sin retorno me han enseñado a salvaguardarme de la luz lastimera que refleja lo persistentemente pensado pero jamás resuelto, y lo pesado, he decidido que se quede afuera. Cargamos demasiado a cuestas como para querer demostrarle a los demás que somos invencibles, que podemos abatir las fieras de un soplido, rasguñar el sol en un acceso de ira, desencadenar una tormenta de algodones en invierno, dejar ciego al cíclope, matar al minotauro. 

El ojo verde
refleja la flor,
violeta como es.

Viole(n)ta como es.

Los ciclos desgastan, como las olas al acantilado. Y así es como debe ser. En otras noticias, la llama representa al tigre, y el tigre al tango, por su significación salvaje pero estilizada a la vez, erotizante. La llama no puede ser llama por siempre, porque una quema, y la otra rumia. Son excluyentes por naturaleza. Una da lana, y la otra la desintegra. Y el que desintegra la lana no es otra cosa más que un tonto, pues pudo haberla canjeado antes por algo de gran valor para la humanidad, algo que no sea otra vez papel moneda, o carne de prostituta ardiente [como la llama] que nos impulse a actuar en contra de nuestro albedrío, como es nuestra costumbre. Un binomio semántico condenado a la autodestrucción, sin duda alguna ¡Cuánto has crecido desde que te dejé en la otra orilla aquel día, esperando en cuclillas, mirando hacia el crepúsculo! Tus miembros ahora son fuertes, robustos, capaces de amarrar las horas sueltas y de doblar las miradas inflamadas de soberbia. Si se te escurren estas, mis palabras, entre los dedos, es que nunca fueron consistentes del todo, debido a su oquedad. Fueron y siguen siendo como gotas maduras de néctar, pendiendo de una rama imaginaria en el límite de su dulzura, pero nada más.

Hagamos tiempo antes de que todo termine. Cuéntame tu historia. Dime exactamente a qué hora zarpa tu barco, de qué tamaño es tu asombro, en cuál de las manos cerradas escondes la pelota roja ¿Sabes? Antes solía dirigirme a los hombres como me dirigía a las cosas: con empático respeto, digna y solemnemente, con una honda admiración oculta y una frialdad transparente, insospechada, protegiendo sus secretos. Ahora hago lo mismo, pero a gran escala, macrocósmica, porque a fin de cuentas el hombre es el Hombre, y el Hombre es el hombre. Les respeto tanto a todos que les dejo en paz, cada quien en su esfera, con sus redes particulares de sueños y sus narcóticos privados. Se ven bien desde lejos, algunos son muy bellos y hasta les brillan los dientes al sonreír. De este lado del río, el aroma a leña de canela que se inflama con la aurora me penetra las fosas nasales: amanece, y el enervante perfume del Oriente se eleva por encima de mi cabeza, altivo, coronando nuestro aislamiento.

Una canción dice
que los pájaros negros
son hojas vivas en los árboles.

Hojas que cantan,
sombras que se elevan,
y que se posan en el estanque para beber.

Bebe la tinta de mi mano, ave.
Olvida las ramas, y también las nubes.
Convierte tus plumas caídas en el testamento de lo vacuo.     

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