jueves, 11 de noviembre de 2010

*** (Analepsia MDCCCLXVI)


Mira el agujero: no dejes de mirar su fondo.
Se hace grande, también pequeño... ¿lo ves?
{¿O es que acaso es insondable?}
Es un milagro: una astilla de luz en la carne del ojo.

Hay también luz, dicen, a la mitad del desierto:

a) Un cristal atorado.
b) El sol pasa, galante, y dorado.
c) Sólo es agua, vapor amaestrado.

Sin embargo, de manera paulatina, la sombra nos va alcanzando.
{Aún bajo la luz más clara, o con el ojo más carnoso}
Sino y destino: la señal en el camino.
Las mudas rocas nos vigilan, como madres preocupadas.
Son las vigías de nuestra conciencia.
Nos mandan besos desde atrás, nos bendicen, nos desean suerte.

¡Qué largo es el cabello cuando no hay quien nos lo corte!

Las manos quietas, y heladas.
El semblante que se estanca, como estatua.
Los ecos que se distorsionan, como lúcidos espectros.

Dices que amas las cosas, que las deseas, que las procuras.
Abre tu pecho, entonces: muéstranos tu espalda.
Dejad que las horas te coman a gusto.

El alivio viene a caballo, lejano, lento, pero seguro.
{Y de cerca la rosa, con los labios del caballero sobre su tallo}
Lentamente cabalga, de lejos, y alivia todo a su paso.

¡Cuánta sabiduría encierra el destierro, la perra y el perro!

Cuando la ternura amaina, se desbordan los ríos.
Suave y grato sabotaje del dique.
El témpano que se quiebra en tres, y se hunde en la mar.
{La angosta puerta del amor se alumbra}

¿Agujero? Es que no hay tal.
Tampoco luz ni ojos, ni pequeñez ni grandeza.
Sólo hay milagro, quieto, erguido... eterno.

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