miércoles, 13 de octubre de 2010

Los secretos de la prosperidad (L' inspiration de l' oiseau) [Analepsia MDCCCXXI]


Jimmy se sentó frente al piano y comenzó a tocar. Trazaba pequeños esbozos sin mucha importancia, ensayaba líneas huecas {Su  maestro le había dicho: "echando a perder se aprende", lo cual es falso}. Sí, le fluían los dedos, pero no emanaba nada. Arriba, y luego hacia abajo: todo inútil. Como salida de una visión profética, una golondrina entró por la ventana del músico. Sonó como una trompeta, quizás un poco más agudo, ya instalada la sordina. Al verla, sintió un sobresalto como pocos. El cráneo se le salía de tan emocionado que estaba (la camisa también se le había salido del pantalón, algunos meses atrás, para nunca regresar). Volteó a ver sus intenciones, y se dio cuenta de que estaba mal sentado. Ahora, bien acomodado (también era burgués), empezó desde cero su ejercicio de composición. Algo salió, muy vago, pero algo a fin de cuentas. Era como una escala con la nariz chata, con vanidad en las orejas. Él la tomó, y se la guardó en el bolsillo sin siquiera observarla. "El jazz no es tan fácil después de todo" - pensó. Hay que ser limosnero de las musas cuando los tiempos se ponen difíciles, y ser generoso en la abundancia, porque, como escribió Jovenciano hace ya varios siglos:

El maná de los hombres ilustres,
mi alimento de continuo,
ha sido especialmente abundante estos días,
lo cual hay que agradecer.
Tirado, sobre una cama imaginaria,
resiento mi costado compungido por unos labios ajenos,
no por los labios que besan,
sino por los que susurran, los que recitan,
esos labios que abren agujeros en las paredes
cuando se les deja libres
haciendo a un lado el látigo de la elocuencia
y de la presunción dolosa.
Esa bella herida
fruto de la pureza de una ceguera clarividente
no hay que curarla, no.
Está bien mantenerla abierta.
Hay que recordarla por el día y por la noche,
en la claridad del sueño, al atardecer.
Con el frío de los miembros, con los calores internos.
Son heridas que sanan a otras heridas,
quizás más hondas pero menos significativas,
raspones ocasionales, llagas circunstanciales.
La humildad por sí sola es un chiste.
Cuando tiene raíz, es divina.

Retomando su posición, la golondrina siguió armando armonías las cuales, si seguía bien el asunto, pudieran servirle como base para el tema principal, ya que su olfato para encontrar el ritmo preciso en una pieza había sido dañado permanentemente, un día de campo en el que aspiró demasiado (quería ser presidente) humo de una fogata. El bandolón tomó la taza de café que yacía al borde de la mesa de centro, y le dio un sorbo: ¡la nota que faltaba! Eso era: seguir el curso de las cosas, como recomendaban los chinos. Se arrancó las botas de un salto, se peinó hacia atrás, y siguió ensayando. Gustaba de tejer en crudo: sobre la materia bruta, esculpiendo el sonido directo sobre el marfil manchado. Muy pronto se dio cuenta de que el saco le quedaba chico, así que decidió cazarlo: le metió tres balazos, y luego lo colgó sobre el perchero de la sala, a manera de trofeo. Todo cambió desde ese momento. Una tarde deliciosa, sin duda, llena de compases nuevos y de trilogías nunca antes concebidas (adecuadas para tocarse con tríos: un saxofón, una guitarra y un bajo). Limpias las ventanas de epopeyas y de Poncios Pilatos, bajó las cortinas, porque le lastimaba la luz de la calle.

Inesperadamente, al girar su cabeza, entrevió una mancha aglutinante de colores que se agazapaba en la esquina de aquel espacio. No supo qué hacer, y siguió componiendo (después se acordó que no se había lavado los dientes en la hora de la comida: no hay que dejarlos puercos, los puede opacar la masilla). Al poco rato, Mefistófeles, la mancha, hizo acto de presencia y le inquirió:

- ¿Cuánto quieres por tu música?
- Doscientos verdes.
- Hecho.

El ave tomó el dinero, y se fue. Hoy tocan su última pieza en el Sixty-Six, ante una audiencia de más de cincuenta y tres personas. Se preven cambios bruscos de temperatura: si va a salir a escuchar el mar, abríguese bien. Más vale prevenir a que de pronto le salgan cien eunucos armados con sus sables árabes detenidos en las fauces desde el interior de un cántaro rojo en plena Samaria. El talento migra de mano en mano, como migra el capital. Es eso lo que dicen los gurúes y los expertos.

{Una mañana de alertas que les ayudará a descubrir todo lo que pasa detrás del intercambio monetario con un billete de $200.00, el cual deberán de estar dispuesta(o)s a perder, o bien, a multiplicar...}

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