viernes, 1 de octubre de 2010

Requiem (Analepsia MDCCCVII)



Escancia, Calisto, cuatro copas de buen vino
y tú, Álcimo, ponles hielos veraniegos;
que mis cabellos estén lustrosos, empapados en exceso de amomo
y que mis sienes se cansen de llevar guirnaldas de rosas:
ese mausoleo tan cercano nos anima a vivir
al mostrarnos que los mismos dioses pueden morir.

Marcial, Epigramas: 'Días de vino y de rosas'
 


Una línea de humo en el incensario
nos ha señalado el camino.
Mientras, las ciruelas se pudren en el oro.

{- Con regularidad me acomodo justo en este sofá y comienzo a divagar sobre los trazos imaginarios que las estrellas forman entre sí, sobre las espirales que aparecen en la superficie del café con leche, sobre los pequeños cristales que emergen del vaho sobre la ventana del autobús durante un día muy frío.
- ¿Y qué sacas de todo eso, eh?}

El apetito nos corroe.
Todo es delicioso.
Puedo escuchar sus huellas en el aire.

En el fondo del cristal
se asientan los restos del vino.
Mis falanges han dejado de moverse.
Las espigadas sombras de las hojas
rasgan a la luz prisionera
en el vidrio.

{Suelta tu cabello. Eso es. No te muevas. Quiero verlo. Déjame olerlo por unos segundos, sentir su suavidad, su peso, deslizar mis dedos a través de sus surcos. Ahora escucha con detenimiento la música. No hables. Siente. Educa tu oído. Advierte cómo regresan los temas}

Mis palabras se confunden con las de otros.
Las paredes semejan reflejos de algo más profundo.
El mundo entero se tambalea, como el ave-luna posada en el lago.

{Hace mucho tiempo solía jugar en los bordes de la cama de mi madre mientras dormía, con mis juguetes, tratando de no despertarla. Así aprendí a jugar con discreción, a no sentirme solo. Allí, hincado sobre la alfombra de su recámara, imaginaba cómo su cuerpo envuelto en las sábanas y cubierto por el edredón no eran sino mesetas de gran envergadura, con picos altos y con montañas de formas caprichosas, de múltiples texturas, de colores imposibles. No podía existir un relieve más adecuado que ése para llevar a cabo mi ficción de bolsillo}

Nada podemos deducir de semejante quietud. Los grillos se han callado. Los perros han dejado de aullar. La tapicería rococó de los muebles, las lámparas rojizas y las batas de terciopelo oriental han dejado de surtir su efecto en el prójimo. Por eso alzo mi copa, y brindo: "Por más noches como ésta".

Amplia es la estructura, el fundamento.
Tan amplia que no es posible abarcarla.
No brilla: es obscura, como un piano negro.

{- ¿Y qué harás cuando el frío finalmente te alcance, eh?
-Pues qué se puede hacer. No hay mucho qué hacer. Abrigarse bien y rogarle a Dios. Y si no se cree en Dios, invocar religiosamente todos los instantes que aún se conservan en la memoria, aferrarse a ellos con fuerza, con necia fiereza hasta ya no sentir al calor caminar por el cuerpo, hasta  que todas nuestras fuerzas hayan emigrado a otra parte, y dejarles irse} 

¿Qué queda después?
Los dedos, la copa, la botella de vino vacía.
Un desierto lleno de placeres, un sembradío de pecados.

Una nube de somnolencia hilarante.

Pieles que sonríen, siluetas que parpadean.
Bellas serpientes de encaje negro.
Fantasmas de Babilonia, de Egipto, de Persia, de Creta.
Sobre todo de Roma.

{Tienes las manos muy frías. Siempre las tienes así. No sé por qué sigo contigo. No me gusta que me acaricien con las manos frías. Me hacen pensar cosas. Cosas horribles ¿Quieres que vuelva a encender la fogata? Puedo traer más leña, si gustas ¿Está bien? De acuerdo, traeré más leña. Toma, ponte estos guantes} 

Mi redención repta sobre la duela.
El mosaico se ha roto: los pedazos botan
y se dispersan por doquier.

Siempre me encantaron las cosas simples:
la risa, el sueño, el olvido.
Un amanecer desde el balcón, en la ribera.

La fruta se yergue desnuda sobre la mesa.
La adorna con su aroma, la engalana con su corrupción.
La mosca la mira, ebria, hambrienta de colores y de formas.

{No te vayas. No todavía. Quédate un rato más. Hasta mañana. Tengo mucho que contarte. Prometo que te dejaré ir tan pronto amanezca. Por favor, mira mis ojos, son sinceros. Son transparentes ¿Por qué tienes qué irte justo ahora? Es peligroso. Hace frío. Anda, quédate un poco más, sólo un poco... no demasiado... lo prometo}

-Blanco total-

Al clarear el día, los pétalos de las flores se despiertan, y los canarios comienzan a entonar sus primeras canciones. La fresca brisa de otoño inunda los corazones de los niños y de los ancianos, mientras el reflejo de un joven maduro en su ventana, con ojeras prominentes y una actitud severa montada en su ceño, nos saluda, ausente.

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