viernes, 13 de agosto de 2010

"El placer es dulce, la sabiduría amarga": entre el Shir Hashirím y el Kohelet (Analepsia MDCLXXXV)


Del néctar desbordante de mis palmas

bebe hoy, cervatillo negro,

hijo del ébano y de la bruma.



Comienza por susurrar mi nombre

a través de mis delgados cabellos,

esas lánguidas fibras de seda.



El carmín de tus dientes alumbra

la parte escondida de tu belleza,

como una extraña canción antigua.



Poseso de las superficies lisas

de tus delicados prejuicios,

abandono al fin las caravanas de cristal.



La columna de humo de tu incienso

ha subido hasta las argollas de plata

que adornan la puerta que no se abre.



Y débil, como un recién nacido,

desde el centro del fruto primigenio,

mi cuerpo huele a olvido, a brillo.



Los enigmas penden de las dunas,

esos magníficos dibujos pulcros

grabados sobre la piel de lo inconcebible.



Simpática, como perra obscura,

trota mi alma sin cauce,

sin causa, sin fin, sin avance.



El único puente que aún persiste

es elástico como las piernas de la verdad

y paralítico como el ansia embotellada.



Jugosos pensamientos penetran,

como los cirros a la silueta del sol,

la carne abstracta de mi volición vibrante.



¿No me digas que no has oído

el alarido majestuoso del cuervo blanco

anunciando los mejores mañanas?



Estira tu brazo, tierno como un racimo de uvas,

y deposita la miel de tus caricias

sobre el rubio terciopelo de las espaldas de Dios.



Precisamente el vino de tus ojos

habrá de ser mi bebida predilecta

cuando tenga sed de eternidad.



¡Tantos capullos que desenvolver

y tantas telarañas que desentrañar

sólo para ver al deleite arder! ¡Ja, vaya morbo!



***



Fue así como comenzó a nevar

durante cuarenta días y cuarenta noches

aquella sagrada sal, las escamas hieráticas del cielo.



A partir de allí, nada volvería a ser igual

al interior de las ricas comarcas del Rey Schlomó.

El árbol se secó, como su boca, y su vida.


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