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VII
Lluvia... entrañable lluvia.
Desde el vitral de los juicios deslavados por tu ágil cuerpo que repta por las pendientes y los techos inclinados, lavandera de pecados inconclusos en las canaletas y en las alcantarillas de los íntimos rincones del alma, yo te nombro ahora, y te evoco con deleite.
En tu nombre, he de beber este vino: el vino de la repercusión de las acciones pasadas, espirituoso y rojo profundo, como el sanguíneo rubor de los atardeceres inflamados.
Hay azul en tus mantos, y bruma en la carencia de explicación de tu celebérrima caída. Entre los espacios infinitos que existen entre tus gotas, pedazos de otras sustancias, de otras densidades y de otras materialidades muy ajenas a las nuestras, te antojas mensajera de los terrenos abiertos, matrona de la disminución de las tensiones innecesarias, y del auge de lo vivo sobre lo muerto.
¿Cómo algo tan vivo puede estar tan muerto?
Anda y ven, una vez más, y suspende por encima de la estratósfera a esta miserable carne, a esta alegría creciente y este diseminado júbilo por doquier decantado en un vaso de agua. He sido yo quien te ha llamado, y ahora que por fin te veo, mis ojos se llenan de ti, inundados, desbordantes de índigo sosiego.
Yo callaré, y tú te reirás de mí. Bailaremos y cantaremos juntos hasta el retorno triunfal de la aurora.
Desde el vitral de los juicios deslavados por tu ágil cuerpo que repta por las pendientes y los techos inclinados, lavandera de pecados inconclusos en las canaletas y en las alcantarillas de los íntimos rincones del alma, yo te nombro ahora, y te evoco con deleite.
En tu nombre, he de beber este vino: el vino de la repercusión de las acciones pasadas, espirituoso y rojo profundo, como el sanguíneo rubor de los atardeceres inflamados.
Hay azul en tus mantos, y bruma en la carencia de explicación de tu celebérrima caída. Entre los espacios infinitos que existen entre tus gotas, pedazos de otras sustancias, de otras densidades y de otras materialidades muy ajenas a las nuestras, te antojas mensajera de los terrenos abiertos, matrona de la disminución de las tensiones innecesarias, y del auge de lo vivo sobre lo muerto.
¿Cómo algo tan vivo puede estar tan muerto?
Hay un látigo detrás de ti: un látigo hecho de luz, de fiera luz y sonoridad pura. Me anuncia que has llegado. Yo le reconozco y te dejo pasar, familiar intrusa, gélida auriga de las tardes no anunciadas y de los restos de nostálgico pudor que aún quedan entre nosotros, esos desvergonzados seres que se miran a sí mismos. Cerrado desde la orilla de mí, suelto por un breve instante el arado de la tierra de mis pensamientos y permito que tú, mediante las caricias heladas y espasmódicas que te caracterizan, me conduzcas con gentileza y cuidado indescriptibles hacia los caminos más puros de mis laberintos restringidos.
Anda y ven, una vez más, y suspende por encima de la estratósfera a esta miserable carne, a esta alegría creciente y este diseminado júbilo por doquier decantado en un vaso de agua. He sido yo quien te ha llamado, y ahora que por fin te veo, mis ojos se llenan de ti, inundados, desbordantes de índigo sosiego.
Yo callaré, y tú te reirás de mí. Bailaremos y cantaremos juntos hasta el retorno triunfal de la aurora.
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