lunes, 9 de febrero de 2009

Unbearable Er-scheinung dans il fortíssimo anhelo (Analepsia DCXXX)


Se han desprendido ahora pequeños fragmentos de euforia desde este modesto cráneo: allí van todos, volando y dando piruetas hasta incrustarse en el juicio ajeno. Las palabras traslapadas y ajadas se resbalan poco a poco desde la trepidante cima de los deliciosos pechos color porcelana, puros y actuales como la linde de los tiempos, hermanos a su vez de las migajas estelares que tiraron las palomas del Edén. Madejas de hule espuma fenicio que arrebatan la raíz de la razón de las manos del pueril mandril de oro; igualmente sobre las restantes marejadas de ansia y de cercanía que emiten todos los radiadores pretensiosos de lo rojo y de lo púrpura, navegan aún cansados y regenerados aquellos parasoles amigables de las cerúleas y opacas lunas del otoño carcomido. Un par de bigotes no hace daño, pero setecientos cuarenta y nueve marcan por mucho la diferencia.
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Sumido el cuello hasta las perplejidades incautas de lo rotundo aéreo, sublimando y vomitando va la Gran Boca del Padre Perro, esperando preñar las tierras infértiles que antes pertenecían a las mañanas frías: actualmente se huele y se respira de otra manera, con otros colores y otras comezones de por medio. Lo curioso de las estructuras gramaticales suscritas a las reglas de la yegua marina de la corriente índico-pacífica, es que en cualquier momento corren el peligro ser desposeídas de sus corales majestuosos. Ni todas las palmeras del mundo, ni la totalidad de los tersos y firmes muslos de las bailarinas clásicas podrían retroceder el tren aguamarina que va en camino desde hace tres semanas, por delante de los higos y de los malvones.
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Si alguna diferencia hay entre las luces que han nacido y las sombras que habrán de nacer, es precisamente aquella vibración del arpa de los mundos contiguos, que giran incesantes en órbitas elípticas alrededor de las sienes de Eón, conformando unas invisibles y gráciles guirnaldas macrocósmicas que adornan el profuso río de las dagas en forma de rayo, hay que decirlo, de manera por demás magistral y psicotrópica. Santificado ha sido el inocente matrimonio, y es por ello que los ojos bermellón del trópico psíquico aún no me han mirado de la forma correcta, desde el preciso ángulo, maqueta de preciosismo y de alboroto sentimental y rococó. Zitácuaro no queda muy lejos de Marabatío, pero el recorrido a pie puede ser bastante tortuoso si hay llagas en el techo estrellado del rarámuri vigía.
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Como dije, si una aprehensión enconada aprende a gritar y a copular de maravilla, nada habrá que la detenga en su trayecto, y así podrá conquistar las altas torres del ígneo templo de mis suelas sin ninguna energía desperdiciada. Hay algunas piedras homeopáticas, y otras tantas que no son ni piedras ni batallas de alcohol y de pieles sudorosas en pleno bombardeo de caricias. Hay que tener en cuenta que cuando alguien grita en Timbuctú, nadie lo escucha en Mali, sino muy al contrario, en la mohosa cueva de los Siete Bandidos Supremos, demiurgos del rocío vespertino. No por muchas sedas y maderas finas que se ofrezcan al mandatario, las gotas dejarán de gotear y las cuerdas del violín cesarán de estirarse hasta alcanzar los primeros pasos de las estaciones del año. Menester es tomar en cuenta mis observaciones pasadas, si uno es precavido en cuestiones del amor y de la muerte. Nada está comprado de por sí, excepto todo lo que existe.

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