lunes, 9 de febrero de 2009

Ética del paladar contento (“Es menester ascender mediante aquello que nos hace caer”)::(Analepsia DCXLVIII)


Suponiendo que las arcas del tiempo estén abarrotadas de hombres insignes, y que este temblor bajo mis pies no sea causado por ningún bíblico animal subterráneo, ha quedado de esta forma definitivamente instaurado el espíritu de la ligereza danzarina sobre la cuerda floja de mi alma, después de una intermitente pero asertiva lucha en contra de la pesadumbre restrictiva: la moral represiva y sus fuetes espinosos, diques continentes de las más violentas aguas.


Uno simplemente no puede esperar algún tipo de florecimiento en sus jardines e invernaderos (un noble izamiento de los estandartes y de las voces moduladas), sin haber teñido antes los campos y las plazoletas de púrpuras telas con destellos carmines. Es así como se forja el atleta, el soldado, el santo: con base en sudor y jadeo, en fricción y desgaste, en el desgarramiento constante del cómodo capullo del que se pendía anteriormente bajo la rama seca: herencia de los espíritus más íntegros del pórtico helénico. Pero es necesario bailar inmediatamente después, nadar y regodearse en la suave y espesa melaza cada que el día lo permita.


Si ostentáramos el deseabilísimo privilegio de ver a través de los muros infranqueables de los altos fuertes y de las pétreas marmitas antes de entrar en contacto, y así estudiar de día y de noche los secretos movimientos y transacciones de los ánimos y de las intenciones, seríamos capaces de conocer entonces a esas temibles bestias predadoras que amenazan nuestros días, de cazarlas sin piedad y de vestir sus gruesas pieles de puro y limpio placer ciego, dejando de lado sus huesos y sus vísceras. Pero tal deseo vive en las lindes de los sueños, lejos del trigo y de los hornos.


Debemos, pues, tratar de darnos los mejores regalos a nosotros mismos sin ninguna restricción de inercia, vaciándonos de todas las cosas a través de todas las cosas. Los banquetes de fragante vino y de suaves carnes están listos para ser degustados, los estómagos y las lenguas de ser saciadas hasta el hartazgo en el pomposo maridaje. La renuncia sincera llega en el radical abrazo de las avalanchas pluriformes de olores y sonidos, de colores y texturas: marejadas incesantes de mundo. Es así como, para aquel que por ventura ha llegado a estos lares de la vida casi colmado y satisfecho de apetitos y de hambres inaplacables, es que habrá de tomar sólo aquellos ladrillos y argamasa necesarios para construir su cálida morada, pero nada más que eso. Así ésta habrá de ser sólida, duradera e inconmoviblemente hermosa mientras dura en pie: ese refugio habitual de la agreste intemperie que festeja sin reservas el trinar de las calandrias y los rayos matutinos.


¿Cómo osaríamos separar el ajenjo de la miel, cómo las rosas del espino? ¡Locura de locuras, vana falacia de tuertos y de cojos!

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