miércoles, 14 de enero de 2009

Tejas de barro: aforismos (Analepsia DCXII)


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Tú: el más sublime de los templos. La más acabada de las moradas. Y al mismo tiempo, Madensack, saco de gusano, alimento de los buitres. Honda paradoja humana del tiempo y la belleza.
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Un simple instante, transformado en el luminoso despliegue de todos los momentos. El propósito supremo del despropósito. La voluptuosa escalera dorada hacia la frugalidad. Ars Magna del hombre.
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Balbuceos de un bebé, sonidos de la madera hueca. Así de intrascendente, así de originario. Un halo de ingenuidad que no se percibe a menudo, que sigue jugando a serlo todo. En el fondo, todos nuestros actos y todas nuestras voliciones, no más que tiernas nimiedades.
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Kent U Selben: la “tintura” transfigurante. A través de cada guiño, de cada mueca, de cada aspaviento innecesario, resulta imperativo recordar cada silueta proyectada en el espejo. De medidas está hecho el buen vino, la buena música, los buenos hombres que han tendido el metro hacia dentro de su abismo.
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Andrei Tarkovski señaló con acierto que no existe un auténtico regalo sin algún tipo de sacrificio. El padre espiritual de su generación, Sören Kierkegaard, instauró la certidumbre de que la sabiduría suprema consiste en no arrepentirse de nada ¿Qué es entonces, el amor, debajo de todas sus formas posibles: las llamas impetuosas de la devoción religiosa, los fuegos fatuos del afán revolucionario, el calor acogedor del afecto mutuo? La sabiduría suprema de haberse regalado a un otro por completo, de una vez y para siempre, a través de un ciego arrojo más allá de los límites del sano discernimiento; destino al mismo tiempo paradójico, resultado de una constante reflexión previa y de una premeditación incesante sobre ese otro, absolutamente necesaria, completamente imprescindible.
Un “santo decir sí”.

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