domingo, 14 de septiembre de 2008

Ecos del idealismo (Analepsia CDXCIII)










  



Las paredes, pálidas y concomitantes, brillan de manera opaca, como construidas con cera o con algún otro material translúcido empañado con el tiempo. Las notas circulan y eclipsan toda monotonía, la hacen tan grande y redonda que es imposible aplastarla con un pisotón. Hay poros, grumos, suaves planicies y olores fragantes en la atmósfera, de plátano y de mandarina nuevos. Las hojas artificiales, fibrosas y largas, fluctúan en el panorama de reojo con piezas del rompecabezas negras, doradas y marrones. Un cubo rojo, y una manzana sobre su cabeza. El piano y su omnipotente reinado, su tiranía y potestad sobre el silencio, piadoso asceta.

Y uno al leer esto, puede creer que estoy hablando de cosas, de objetos, de certeza sensible e inmediatez sensorial. Nada más falso que lo anterior: es imposible disociar lo que uno describe de lo que uno es. Aquel lector cauteloso y receptivo verá, como a través de un diáfano cuarzo, los vericuetos y las arrugas, las tempestades y los remansos de mi vida y de mi experiencia concreta, como alguien que lee en un idioma que no es el suyo aquellas líneas que fueron destinadas para todos, no sólo para unos cuantos.

Se dará cuenta de los ríos y de los arroyos que cruzan de vez en vez por el ardiente e inhóspito desierto; del volcán que, furioso, impacta su magma contra la nieve que se alberga a las faldas de sus amigas las cordilleras; de la translación de los átomos y de las estaciones en el disco de las horas y de los sueños; de los tambores y de los djeridúes que, resuenan, profundos, ante la llegada de lo ansiosamente esperado; de las cuevas y de los cenotes que esconden el agua más cristalina de mi espíritu; de los llanos y de las comarcas vírgenes que los beduinos y las cortesanas se han negado a transitar hasta ahora; del enano maldito que ríe con cada tropiezo y con cada vergüenza desde su agujero; de las bellas columnas de mármol etéreo que levantan el templo de mis ideas y de mis disertaciones: geografía, astronomía, física y arquitectura de mi alma.

Todo eso lo verá, y no titubeará en guardarse de hablar de lo presenciado. Porque, en ese preciso instante sabrá que, algunas veces, es mejor dejar las cosas como cosas, y las metáforas como retoños del árbol seco que permanecen frescos eternamente. Por respeto a sí mismo, se olvidará a sí mismo en el recuerdo perenne del mundo y su inacabable espectáculo.

No obstante, nunca podrá ocultarse del todo del gran ojo del Sol, y en cada poesía y en cada filosofía, le será imposible borrar su huella más genuina y originaria, elaborada con base en los materiales adquiridos en el trayecto que es fin en sí mismo, en el desgaste de las suelas y en la cuenta regresiva de los latidos y de los suspiros. Todo su cuerpo, sus acciones y sus letras gritarán: “¡Yo! ¡Soy yo y nadie más!”. Debe pensarse a la sustancia como se piensa al sujeto.

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