jueves, 30 de septiembre de 2010

It take a lot less time and most people won't notice the difference until it's too late (Analepsia MDCCLXXXVI)




Hilarante aparición, sumamente hilarante.

Sólo era cosa de voltear a verle: el vientre hinchado de tanto beber, las piernas flacas, la espalda arqueada, los ojos apagados, la piel reseca, las cejas despeinadas, las uñas crecidas, las suelas gastadas, el cigarro apenas pendiente de las comisuras de sus labios. Un personaje de relleno, un monigote cualquiera, un homúnculo de clase baja. La vergüenza de su estirpe.

[Crescendo] El amanecer pasa por encima de su calva desprotegida y le pisa, burlándose de él, zapateándole su intrascendencia, día con día. Un sombrero le hubiera venido muy bien  en aquel instante,  pero el dinero era escaso en sus bolsillos. El brillo de su seborrea: lamentable espejo de las polillas que pasaban volando muy cerca de su cabeza [Decrescendo]

-Sometimes I wonder if the world's so small
that we can never get away from the sprawl.
Living in the sprawl.
Dead shopping malls rise like mountains beyond mountains
and there's no end in sight
I need the darkness, someone please cut the lights-

Durante el día, los problemas le aquejaban, como a todas las personas. Sentía comezón en las narices, le sudaban las manos. El pantalón se le caía muy a menudo, sobre todo a la mitad de la plaza pública, sin razón aparente. Cosa extraña, ya que usaba cinturón. También solía perder cosas, a veces de manera deliberada. En una ocasión un anciano recogió su pañuelo del suelo, observó lo cuidadoso de los diseños en sus bordes, lo llamativo de sus colores, y lo guardó para regalárselo a su nieto.

Tapándose de los rayos del sol [Los cabellos de Febo*] con la mano sobre sus ojos [Las ventanas del alma*], enunció implacable ayer en la mañana (¿o fue anteayer, hace un siglo, hace dos, tres, cuatro...?) : "Es necesario continuar haciendo esto, lo que estoy haciendo ahora, hasta que se me acaben las fuerzas, o la suerte, lo que ocurra primero".

{{{¿Qué? /
¿Te dio sed? /
Así son estas cosas de grandes y de pequeñas./
A veces nos da sed y a veces nada más se nos antoja el agua./
Y él/ella/ello contestamos:/
"Simón el Mago.
Simona la Cacariza.
Simeón el Incontinente.
Tzimtzum el Constreñido."
/¿O no?}}}

Su padre fue músico. Su abuelo, soldado. Algo tenía de ambos [según su madre, que era ciega, pero que sabía oler muy bien el carácter a distancia], demasiado poco, aunque preservaba ciertos rasgos de los dos estereotipos, sin embargo, no sería tan claro determinar cuáles ni qué ínfimo porcentaje poseía de cada uno. Algunos estudiosos del tema suponían que su madre había sido la mismísima Mediocridad en persona, la criada de las alegorías, pero tampoco esto es seguro. Ni siquiera es posible asegurar que hubieran existido tales personajes históricos [me refiero a los estudiosos, desde luego: a nadie le importan las artes, ni las marciales ni las musicales, ni mucho menos los orígenes transgeneracionales].

- You just have to reach the enlightenment, my boy - cuenta la leyenda [una de las trece que se han logrado documentar hasta ahora] que estas palabras le fueron dirigidas por un hombre (que pudo haber sido su padre,  su abuelo, o algún 'hijo de vecina': eso es bastante claro) al oído en algún momento especial de su vida, bajo alguna situación determinada [algunos aseguran que fue en un bosque de cedros libanés; otros en una cantina que estaba llena de botellas verdes, que a su vez simulaban árboles; y otros pocos, que tuvo lugar cuando ambos se encontraban sentados sobre los dedos de los 24 Tirthankaras], tal vez en estado de ebriedad. No se sabe bien de manera exacta en dónde ocurrió esto, ni cuándo, ni cuál fue el móvil de semejante enunciación, lo cual no importa demasiado para nuestros propósitos, que no son ni muy destacados ni muy ambiciosos,  las mismas características generales que compartiría la personalidad de su hijo algunos años después (él y uno que otro puñado de idiotas que andan por allí, la entera raza humana).

- No, no, no. Grazie mille a voi per la vostra musica.

Corría el año de 1915 [¿1815, 2015, 2115? ¿Qué importa? Da igual]. Ambas criaturas (el padre y el abuelo, desde luego... ¿o si no, quiénes? ¿El nieto y el bisnieto?), montadas en sus respectivos corceles, iniciaron su viaje: el hemisferio izquierdo y el derecho comenzaron su lucha por el control y su preeminencia en el cuerpo. Por floridas estepas y por parajes fascinantes no detuvieron su trote hasta encontrarse ante las murallas del interior de su cráneo. Las maravillas eran abundantes frente a sus ojos durante aquestos [*arcaísmo] arrebatos. Casi siempre iban muy rápido, muy muy rápido, cada vez más rápido, cabalgando tan poderosa y potentemente como el allegro vivace de las Danzas Folklóricas Rumanas de Bartók. De manera bufonesca, le preguntó uno de ellos (el más osado, como sucede siempre. Debió de haber sido el derecho) al conductor del carruaje, un señor sombrerudo [calvo, pero protegido del sol] y ancho de espaldas: "¿es segura la carroza en la que nos encontramos?"

- Por supuesto que es segura. No hay manera de asegurar que no lo sea - le contestó amablemente el chauffeur.

Aquella fantasmagoría nos parecía redonda desde lejos, o más bien esférica, una verdadera esfera de vidrio soplado, de ésas que adornan nuestros árboles [de Líbano] en las fiestas decembrinas, nuestros sueños más dichosos, desde tempranas edades. Semejante ímpetu/cabalgata no tardó en regresar, justo después del desayuno. Esa viva felicidad del allegro de Bartók, ese afortunado pedazo de cielo, aquella joya celestial que adornaba las patas de sus caballos echadas a vuelo, y al césped azul (bluegrass) que le acompañaba, estandartes de glorias pasadas (¿o futuras?), o más precisamente, nunca llevadas a cabo en realidad, según algunos testigos [los cuales, aún están por nacer]. Centenares de borbotones de agua emergían de las elegantes fuentes que adornaban el paisaje, bailando ritmos exóticos sin par, como en un cuento de hadas, al cruzar el boulevard. A menudo, los dos niños (¿o ancianos?) no podían creer lo que estaban viendo. Los ojos a veces danzan, y lo hacen mejor al ritmo de la imaginación. Più mosso, febrile.

Abre este baúl
en el que encontrarás
el revés de tus anhelos
aplastados por el peso de su tapa.

La clave de nuestros sueños
como predijeran Freud y los sabios de Oriente
está en las tortillas de huevo
preparadas con esmero.

Sin esmero no hay brillo,
ni en las calvas ni en las letras.
Brillar es peligroso en tierras planas:
da coraje al fusil en la distancia.

Él, por su parte [que no era la suma de ellos dos, sino la resta de los mismos] llegaba vestido de café casi todos los días a la oficina. Ni siquiera tenía un escritorio propio. La imagen misma de lo mediocre, como les he dicho. Insulso, insípido, desgraciado, con mal aliento, sin afeitar, con deficiencias en el habla y con saliva acumulada en los extremos de su boca. Nada le restaba en este mundo más que echar a vuelo a los caballos a la mitad del día, o durante el fin de semana ¡Ea, vamos! ¡A galope! ¡Venga, rápido, más, más rápido! ¡Con los ojos cerrados es mejor! ¡Eso, el oro de la resolana sobre el muro blanco, las sillas negras, las patas de mis corceles, pura-sangre de metal y de polietileno! Posponer el hastío, la inanición del alma, la muerte de la chispa creadora a manos de la repetición mecánica de los eventos.

Aquellos zapatos opacos, sin bolear, poníanse en marcha todos los días hacia su casa al terminar la jornada laboral. Lentos, pesarosos, enredados entre miles, millones de otros zapatos iguales, de otros tantos pies lentos, pesarosos, indistinguibles unos de otros en el mar  grisáceo de la amnesia colectiva [¡Qué pésima metáfora se te ha ocurrido aquí! ¡Mejor sería borrarla!]. El temblor en la garganta. El asco en el esófago. Nace el deseo de echarse a volar cada vez que uno recuerda quién es a través de los demás,  ruidosamente, como las campanas de la catedral, como Peer Gynt y sus epopeyas de borrachos, como el común denominador de los viajeros sedentarios que pueblan nuestros suburbios, los márgenes de nuestra civilización, jugando a la inmensidad en lo más íntimo de sus abandonos.

[Un final muy convencional, 
demasiado melodramático, ¿no te parece? 
Predecible, diría yo] 

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