jueves, 8 de julio de 2010

Staubpartikel [inmerso en el trance de 'In a landscape', de John Cage] (Analepsia MDCXXXVI)



Desde la distancia, como Apolo,
a espaldas de la muralla del cielo,
las cumbres luminosas hacen señas.

La imaginación se entrega, humilde,
con las plantas bien pegadas al piso,
a las insinuaciones de semejante cortejo.

Simpleza nunca fue lo mismo que simplicidad.

¿Qué tipo de ajena fortaleza
por encima de nuestras posiblidades humanas
requiere el ser coherente con uno mismo?

La historia maneja los hilos: nosotros observamos.

Míralas, allí, las piernas de madera.
No se mueven: crecen al hacerse viejas.
Su aroma apolillado y de evocaciones pretéritas
llena mis huecos de un singular canto ininteligible.
La suavidad de sus notas lava mis conflictos, uno a uno,
mientras lija, paulatinamente, todo excedente de egolatría.
Sólo entonces me es posible ver a través de las cortinas.

Como si la poesía no fuera un envoltorio de algo más hondo,
se cree haber regalado los ramilletes florales con tan sólo esgrimirla.
Este error no se entiende si no se ha acariciado antes, con ternura,
a alguien, o a lo que sea que tenga alma, trémulo al contacto.

Nada más que un hábil haz de sentimientos petrificados:
un paisaje impresionista de desvíos y de emergencias privadas.
Todo en un sólo arranque de viento,
de tinta, de negro, de palabra y de clavos
apuntalados sobre la lápida del misterio primigenio.

La delicadeza es el eje del mundo, y no al revés.

Uno avanza al retroceder: ya se dijo esto hace muchos siglos.
No hay dos rostros diferentes,
ni dos huellas digitales distintas.
Todos bebemos del mismo remanso.

La paloma finalmente ha volado desde la punta de la cornisa.
Me he quedado solo.
Miro al frío a los ojos, y ambos sonreímos,
como guardando un secreto.

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