sábado, 14 de noviembre de 2009

Esbozos intelectuales para un prudente arrojo a la hoguera (Analepsia CMLXXXVI)


They say the Devil's water, it ain't so sweet.
You don't have to drink right now.
But you can dip your feet
every once in a little while.

The Killers, When you were young


Febriles y convulsos son los caminos que parecen conducir al alba. Sorpresivamente, una mañana olor a satín aperlado se me ha posado como mariposa de maple en el acuífero reflejo mientras dormía, haciendo nacer todo de nuevo en el centro de nuestros ayeres adelantados, merodeando el exacto nadir de los pechos perfectos del mundo, fieros volcanes opacos y ojos de lagunas claras. Una brisa suave de inconmensurables jardines disfrazada de memoria sigue depositándose sobre las amplias planicies de la propia piel, humedeciendo sutilmente mis viñas secretas con su rocío, procreadoras del vino de los más privados momentos y de los más añejos pensamientos.

Es así como nuestro cuerpo se encuentra siempre fluctuante entre el deleite y el padecimiento, debatiéndose heroicamente como una llama de vela entre agónicos titilares, tenue metáfora orgánica de lo inestable, del buque todavía encallado en el puerto, de lo adhesivo de lo vivo sobre las fantasmagorías de sí mismo: es la carne magra que se fija al hueso y que lo reviste elegantemente con magistral atuendo mientras la forma de las nubes continúa mutando despacio, presentándolo en sociedad con la mejor de sus corruptibles galas. La belleza sensorial suele ser sólo una estampa que gradualmente pierde su nitidez, una fotografía que se desvanece con el transcurrir de los lustros. Entre las ruedas del carro, la atropella la historia. Sólo quedan, como remanentes benditos de solidez, algunos apuntes imaginarios de una llovizna de anhelos y de una luz blanca que siempre estuvo por venir y que nunca llegó pronto. Promesas de luz pura que han de descomponerse finalmente en múltiples espectros fotocromáticos, como la carne descompuesta misma después se esparce y se reintegra a Nuestra Madre, con singular discreción taciturna. En algún sentido, las arcas sagradas de lo humano se han ido llenado por completo de todas nuestras plegarias y de todos nuestros rezos desde tiempos inmemoriales, y han terminado por estallar; las flores perfumadas del tiempo ahora se arremolinan en torno de un solo punto, desprendiendo amorosamente sus pétalos como voluntades impersonales que surcan navegantes el gélido océano del viento eterno. Esos preciosos pétalos llamados arte.

Nada queda claro sin un poco de obscuridad, oxímoron bastardo de los buenos tiempos. A veces uno espera demasiado de las cosas, y se paga el precio con extensos firmamentos nocturnos y sublimes sinfonías inacabables que nos pasan por encima. A veces uno espera demasiado de los seres, y se recogen frutos desbordantes de miel y de hiel al pie del árbol de lo azaroso, semillas estériles envueltas de sensualidad apremiante a la orilla de los tumultuosos huertos y de las voluptuosas campiñas. Todo nos acontece de improviso, todo marcha y se acomoda de manera trágicamente magistral sin siquiera desearlo, sin siquiera adivinarlo. Los respetables arcanos, ancianos profetas de las eras y de los eones, no han podido prever siquiera en ninguno de sus copiosos pergaminos que éstas, mis letras, iban a ser fijadas en este espacio particular durante este único día, adornando mi carácter como una guirnalda vergonzosa para las posteridades curiosas. Teneos confianza: dejad pues que escriba sola la mano, ya que si ha sido adiestrada previamente con amor y con desvelo, no saldrá de ella más que caligrafía apremiante. En el virgen papel esperan todos los trazos posibles y se transparentan todos los sellos aún no marcados. El destino no es más que un instinto infinito que se actualiza día con día en lo fluctuante de la caducidad.

Quizás sea conveniente a menudo morder la apetitosa manzana sin miedo al exilio, apuntalar al judío sobre la cruz sin remordimiento alguno, derribar los ladrillos del muro sin previa amenaza a la conciencia, reina de nuestros vastos territorios ineludibles. El hierro de la espada se templa en el fuego: el rehén también se enriquece en la tortura; el esclavo en la humillación y en el descontento. Al final, lo que queda, es sólo aquello que nunca estuvo en realidad con nosotros. Quien pueda ver que vea, con la mirada sostenida sobre la mía: aquí, ahora, y a través de los tiempos. Carpe diem quam minimum credula postero. Ningún dictum tan malentendido como éste: lamentable ironía del presente vivido.

1 comentario:

Amit dijo...

Hermosa pintura, hermosa manzana, pero por qué siempre en femenino? Pensamiento inmediato: plátano.

Saludos. La luna, más herida que nunca.