Vengo aquí hoy
a encender una vela:
fuego sobre una columna de cera.
Un fuego pequeño, modesto y sincero.
Vengo aquí y me quito el sombrero
y dejo mis sandalias en la entrada del templo.
Dejo también los harapos y las galas
de todos mis días y de todas mis noches.
Hincado, postrado de hinojos,
agacho la cabeza y cierro mis ojos.
El espeso hilo del humo de cera
que teje figuras sobre este silencio.
Ajado mi rostro, amarga mi boca,
hoy vengo y me inclino sin más.
Y no digo nada ¿Qué podría decir?
Me he olvidado a mí mismo.
Hoy soy todas las velas, todos los fuegos,
todas las luces que alumbran el camino.
Hoy soy el camino mismo.
No tengo pasado ni tengo futuro.
Nunca creí ni en milagros ni en dioses,
en ninguna ciencia o filosofía alguna.
Y sin más hoy enciendo una vela
y me inclino en silencio.
Yo solía saber cosas: cosas importantes.
Palabras de sabios, de gente valiosa.
Hoy soy un pobre loco
que prende una vela en medio del templo.
Yo viajé a muchos lares: países, ciudades, comarcas.
Conocí el Sur, el Este, el Norte, el Oeste.
De rodillas, inclinado en silencio,
me viste de ámbar el pequeño fuego.
Mis tesoros, jardines y amores
no son sino sueños borrosos, motas de polvo.
Hoy vengo humilde y callado
a encender un modesto pabilo.
Simples y titilantes lucecillas: no hay más.
No hay afuera ni adentro.
Ni alma ni cuerpo, ni vida ni muerte:
hay sólo un hombre hincado en el templo.
¿Qué por qué razón hoy enciendo una vela?
Porque sí: no hay por qué.
La rosa es rosa, la mosca es mosca.
Hoy yo prendo mi fuego.
Me levanto del suelo. Me pongo el sombrero.
Las sandalias me entran y salgo del templo.
Allí queda mi vela, mi cera, mi fuego.
Allí quedo yo mismo, hincado en silencio.
a encender una vela:
fuego sobre una columna de cera.
Un fuego pequeño, modesto y sincero.
Vengo aquí y me quito el sombrero
y dejo mis sandalias en la entrada del templo.
Dejo también los harapos y las galas
de todos mis días y de todas mis noches.
Hincado, postrado de hinojos,
agacho la cabeza y cierro mis ojos.
El espeso hilo del humo de cera
que teje figuras sobre este silencio.
Ajado mi rostro, amarga mi boca,
hoy vengo y me inclino sin más.
Y no digo nada ¿Qué podría decir?
Me he olvidado a mí mismo.
Hoy soy todas las velas, todos los fuegos,
todas las luces que alumbran el camino.
Hoy soy el camino mismo.
No tengo pasado ni tengo futuro.
Nunca creí ni en milagros ni en dioses,
en ninguna ciencia o filosofía alguna.
Y sin más hoy enciendo una vela
y me inclino en silencio.
Yo solía saber cosas: cosas importantes.
Palabras de sabios, de gente valiosa.
Hoy soy un pobre loco
que prende una vela en medio del templo.
Yo viajé a muchos lares: países, ciudades, comarcas.
Conocí el Sur, el Este, el Norte, el Oeste.
De rodillas, inclinado en silencio,
me viste de ámbar el pequeño fuego.
Mis tesoros, jardines y amores
no son sino sueños borrosos, motas de polvo.
Hoy vengo humilde y callado
a encender un modesto pabilo.
Simples y titilantes lucecillas: no hay más.
No hay afuera ni adentro.
Ni alma ni cuerpo, ni vida ni muerte:
hay sólo un hombre hincado en el templo.
¿Qué por qué razón hoy enciendo una vela?
Porque sí: no hay por qué.
La rosa es rosa, la mosca es mosca.
Hoy yo prendo mi fuego.
Me levanto del suelo. Me pongo el sombrero.
Las sandalias me entran y salgo del templo.
Allí queda mi vela, mi cera, mi fuego.
Allí quedo yo mismo, hincado en silencio.