Por el momento, la práctica del haikú ha sustituido a la pintura y al dibujo en mi itinerario catártico. He logrado paisajes de mayor magnitud emocional y de más extrema precisión imaginativa con la técnica de los tres versos y de las diecisiete sílabas, que en lo que había hecho hasta el momento según considero, en las artes plásticas durante este último año.
Aunque los míos no sean haikúes estrictamente canónicos en métrica silábica o en temática apegada al canon budista zen, conservan, según creo, los rasgos más relevantes que considero indispensables para esta forma de poesía japonesa: el ritmo, la espontaneidad, el vínculo con la naturaleza y el lirismo onírico. La cultura nipona y su arte, admirable por su apología al silencio y al minimalismo tanto moral como estético, ha aportado su espíritu a los siguientes retratos de mi alma reflejada en las cosas; cuestión que, como dijera de manera conclusiva en uno de mis trabajos: “Hay alma en las cosas, y las cosas son Alma”.
Las lámparas, medusas
de luz
en la superficie del agua.
Los ríos del mármol:
relámpagos
de estoicismo labrado.
Garabatos del lago:
discretas
las ondas en el espejo.
Muros de papel.
La tinta:
las momias del habla.
Frío en mis dedos
y escarcha
en los pies de la conciencia.
Dos altas palmeras.
Rascacielos
de los dioses primigenios.
Barras de neón azules.
Noche:
la porcelana de tus pechos.
La negra torre de obsidiana:
escalofrío
en la espalda estilizada.
Gotas de música lenta
escurren
desde el canto de la aurora.
La efervescencia pasa.
La carne queda… y el tiempo.
Ese extraño señor.
Veo tus hombros…
¿Humo de cigarrillo?
El frío tiene noche.
La mente mira atenta.
Se abre paso el crepúsculo
manchando a las cabezas de tarde.
Desorden de las hojas.
No hay árbol sin ramas.
La tiranía del orden.
Mis hijos son ellos.
Ninguna pirueta en vano.
Zarpa el sonido por la ventana.
Un ave recorre la laguna.
Se ha fundado un imperio.
Ahora hay blanco en el agua.
Las cortinas del mundo
son hoy
tus párpados somnolientos.
Las olas se rompen.
Un instante llega
y la sal lo cristaliza.
Un búho desgarra el aire:
la madrugada
que reclama su territorio.
A menudo el fuego
no es el enemigo:
es vestido y sustento.
Cerrado el camino.
Un perro descansa
frente al antiguo zaguán.
El perno gira
sobre otro perno
que también gira.
Gota de mercurio:
Alfa
y Omega.
Rebota la luz
en la fragilidad
del silencio.
El sueño
viene y arropa
al niño y al anciano.
Las praderas
y el terciopelo.
Suave inhalación.
Arrullo de río
y murmullo
de ciudad.
Gran sacudida
aquella,
la de la quietud.
La rojiza lengua
que humedece
las palabras muertas.
Sólido paisaje.
El masaje
del alma en tensión.
Un tierno pétalo de rosa
basta
para sobrevolar el mundo.
de luz
en la superficie del agua.
Los ríos del mármol:
relámpagos
de estoicismo labrado.
Garabatos del lago:
discretas
las ondas en el espejo.
Muros de papel.
La tinta:
las momias del habla.
Frío en mis dedos
y escarcha
en los pies de la conciencia.
Dos altas palmeras.
Rascacielos
de los dioses primigenios.
Barras de neón azules.
Noche:
la porcelana de tus pechos.
La negra torre de obsidiana:
escalofrío
en la espalda estilizada.
Gotas de música lenta
escurren
desde el canto de la aurora.
La efervescencia pasa.
La carne queda… y el tiempo.
Ese extraño señor.
Veo tus hombros…
¿Humo de cigarrillo?
El frío tiene noche.
La mente mira atenta.
Se abre paso el crepúsculo
manchando a las cabezas de tarde.
Desorden de las hojas.
No hay árbol sin ramas.
La tiranía del orden.
Mis hijos son ellos.
Ninguna pirueta en vano.
Zarpa el sonido por la ventana.
Un ave recorre la laguna.
Se ha fundado un imperio.
Ahora hay blanco en el agua.
Las cortinas del mundo
son hoy
tus párpados somnolientos.
Las olas se rompen.
Un instante llega
y la sal lo cristaliza.
Un búho desgarra el aire:
la madrugada
que reclama su territorio.
A menudo el fuego
no es el enemigo:
es vestido y sustento.
Cerrado el camino.
Un perro descansa
frente al antiguo zaguán.
El perno gira
sobre otro perno
que también gira.
Gota de mercurio:
Alfa
y Omega.
Rebota la luz
en la fragilidad
del silencio.
El sueño
viene y arropa
al niño y al anciano.
Las praderas
y el terciopelo.
Suave inhalación.
Arrullo de río
y murmullo
de ciudad.
Gran sacudida
aquella,
la de la quietud.
La rojiza lengua
que humedece
las palabras muertas.
Sólido paisaje.
El masaje
del alma en tensión.
Un tierno pétalo de rosa
basta
para sobrevolar el mundo.
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