lunes, 20 de octubre de 2008

Hoy desperté y era ayer: my own personal Freud (Analepsia DLV)












Los sueños son la materia orgánica de nuestros deseos. Después de más de un siglo de psicoanálisis, tal aseveración debe sonar bastante familiar, incluso repetitiva y anodina. No obstante según creo, es menester meditar acerca del sentido profundo de semejante postulado, por lo menos para aquellos que aspiren a tener algo más que una nublada comprensión de sí mismos. Titánica tarea qua a veces resulta utópica: si es tal, que en la aspiración quede el mérito.


Los trozos de la barca que despedazó la tormenta, aquellas astillas de madera y valijas sobresalientes que flotan y se entretienen jugando sobre la superficie marina, son los rastros y las señales que emergen desde lo insondable de las catástrofes del yo. Se despegan de vez en cuando algunos corales del arrecife y salen impulsados, en un vaivén nocturno, hacia alguna costa de delgadas y finas arenas, en donde aguardarán al amanecer a que algún curioso paseante les recoja y los lleve a su bolsillo. Depende del paseante el uso del trozo coralino: ornamento, material de investigación biológica, o simplemente desperdicio.


La interpretación es un tema delicado: no todo son burdas hermenéuticas epocales, repetitivas lenguas muertas que han perdido su asombro originario ante lo desconocido, lo irracional y lo extenuante. El sueño aparece crudo, de frente a la conciencia. Se comienza a desarrollar por sí mismo, empieza a deshilvanarse la madeja de manera intempestiva y constante; los significados pierden consistencia, comienzan a hilarse unos con otros, y a lo mucho, lo que acontece la mayoría de las veces es un afloramiento emocional, una impresión afectiva de algún suceso pasado, ya sea remoto, ya sea reciente. La claridad interpretativa dentro del sueño por lo general brilla por su ausencia. Uno amanece apaleado, como después de una gran batalla con criaturas míticas, desorientado y abatido, recordando muy poco de lo ocurrido durante la pugna. Y efectivamente, así es. Es una lucha contra fantasmas que vagan a través de los pasillos abandonados de nuestro devenir, en la que nuestros inocuos golpes no son más que eso: inocuos.


La relación del tema onírico con el surrealismo no es mera referencia cultural: es el problema del sentido y del sin-sentido, incluso pertinente a la lógica y al análisis lingüístico, tan de moda ahora en la filosofía academicista. Las barreras de lo posible se quiebran en sí mismas desde el mismo sujeto a la hora de despegar el vuelo nocturno hacia territorios inhóspitos, confortantes o completamente descabellados, dependiendo la tesitura del asunto y del ánimo del viajero. Las fantasías y las pesadillas están fabricadas de la argamasa de lo que escapa a la ligazón normal de la racionalidad espacio-temporal-causal. Es la causalidad que obedece, en forma al menos, a la casualidad, al ¿por qué no…?: al acaso. La apología de lo imposible emerge desde el acontecimiento mismo. No es casualidad tampoco la ambigüedad evidente en varios idiomas, en los que el vocablo sueño se usa igual para referir al proceso mental ocurrido durante la actividad durmiente, que para señalar nuestras metas y aspiraciones más entrañables con referencia a nuestro porvenir. Graciosa también la manera en la que se conectan la historia con la metafísica, es decir, lo pasado con lo futuro. Curiosa cronología del hombre en la encrucijada del carpe diem, del hic et nunc.


El sueño, es expresado con mayor corrección en lengua germana: träumen. Trauma también es herida, un incómodo recuerdo de algún encuentro desafortunado con las circunstancias pasadas. De vez en vez, estas heridas quedan al descubierto en el letargo nocturno, y es cuando los ídolos se abren paso a través del tiempo: los arquetipos, figuras y demás sujetos de la historia personal, ya transformados en personajes ficticios, cuasi literarios, ilustran la gran novela “incoherente” de las acciones pretéritas recontextualizadas en increíbles paisajes, dentro de extravagantes escenografías. El látigo fustiga al recuerdo, y las rodillas se pelan cuando uno tropieza con una piedra y va a dar al suelo. Pero es de la caída el nacimiento de la posterior prudencia al caminar. Frónesis del dolor, y el sueño como uno de sus más abundantes y peligrosos manantiales de significado.


Quizás, y sólo quizás, la vida de vigilia no sea más que un pie de página de la vida onírica. En los sueños aparecen los símbolos más concretos, ya arraigados en las sub-conciencia, sustancialmente sintetizados por la experiencia de manera contundente, aunque ambigua. Pero igual de ambigua o más resulta la realidad fáctica, el mundo social de la cotidianeidad, de los innuendos y de las dobles morales. Ahora nuestro panorama se invierte: la claridad no se encuentra ya en el mundo de los despiertos, sino en el territorio de los dormidos: dolor de cabeza de Heráclito si convirtiéramos sus palabras no en metáfora, sino en hecho. Las arenas movedizas parecerían ser ahora las de afuera, no las de adentro. Si pudiéramos ser susceptibles de organizar y aplicar la hermenéutica más agraciada a cada uno de nuestros tesoros simbólicos del paraíso de Morfeo, convirtiéndonos en nuestros Freuds personales y autosuficientes, caerían multitud de velos y podríamos mediante un gesto obediencial, con ayuda del timón de Minerva, conducir nuestra voluntad hacia los cauces que verdaderamente le son pertinentes: realizar la ética más perfecta, sin energía desperdiciada ni flechas errantes, lo menos posible. Economía del bon sens.


Calderón De La Barca y su inmortal dictum como nuestro balsero a través de aguas profundas. En todo caso sería menester aprender no sólo a soñar, sino a despertar: a capturar las escurridizas libélulas que pululan y dan sus rondines sobre la vaporosa laguna. Una tarea de por sí bella, pero como todo lo bello, dudosamente aprehensible en sí mismo.

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