miércoles, 15 de diciembre de 2010

The cloud of unknowing (Analepsia MCM)


- Debéis de buscarme en las orillas más que en el centro, hijo mío.  Recordad bien esto que os digo.

Un fuerte olor a gasolina sube hasta mis fosas nasales: el incienso de nuestra era. Abre tu velo un poco, te lo suplico. Permíteme ver por un instante tus suaves costillas, esas estructuras llenas de primoroso sudor, de barniz de hombre, la raza olvidada. Seca estas lágrimas de alquitrán y ábreme paso hasta el fondo de mis imperfecciones ¿Quién me absolverá en este templo, dime? Sus muros son amplios y magníficos, pero los fieles que lo frecuentan son fantasmas, mudos contendientes por un pedazo de niebla, como yo mismo.

¿Encenderemos un fósforo, entonces? No nos caería mal un poco de luz enmedio de tantos amaneceres. Corremos el riesgo de volar todo en pedazos: nuestra trayectoria, nuestras alas, nuestros hábiles dedos, el edificio entero en el que oramos día y noche. La tintura roja que envuelve a los seres por dentro es pura poesía, pisoteada por los siglos vagabundos y por las guerillas de egos, sí, pero poesía a fin de cuentas. Dicen que tu solo aliento es sagrado, igual que las sandalias de aquel hombre que vino del mar. Muéstrame, pues, el báculo con el que habrás de guiarnos felizmente hacia el corazón de tu obscuridad.

[TENEBRAE FACTAE SUNT]

El niño travieso de siempre sigue jugando allá, apartado, pisoteando las banderas y los telescopios, el púlpito y la máquina de escribir, pero sobre todo aquellas tablas de la ley hechas de  aluminio y policarbonato. El poder ya no se puede comprar como antes, en los buenos tiempos: ahora hay que tratar de ventilar bien los cuartos y de mandar a puerto a todos los roedores que pudieran morder nuestro cableado y por ende, frustrar nuestros propósitos ¿Qué traerá hoy la marea entre sus largos  vestidos? ¿Qué tipo de desconocido fruto colgará hoy de los manzanos? 

Tus puertas hoy día son digitales, algunos afirman. Algunos nos seguimos asombrando ante los sitios sin techo ni suelo, los espacios sin materia, las letras e imágenes que se levantan de la nada y que se sostienen solas, como en un milagro. Ahora habitas en todas partes, igual que antes, pero la gente sigue siendo ciega, como siempre. Tenemos acceso ilimitado a tus néctares, pero la sed no nos deja en paz, nos acompaña a cualquier lado, cual fiel escudera ¿Habré de lavar mis heridas en la vieja pila de bautismo, acaso? ¿Usaré los mantos ancestrales de las huestes angélicas para secar mi rostro, ungido de vasto conocimiento, hueco como un tronco podrido? Simulo una nave que parte de continuo, guiada por estrellas risueñas y planetas socarrones.

Mírame ahora, cuatro años después... ¿quién soy? ¿El maestro de los nuevos soles, el crisol de la verdad sin mácula? Aún hay espigas de trigo entre mis muelas, enteras. Cuesta trabajo masticar el pecado, esa dulciamarga semilla de las culpas y los arrepentimientos. Me he vuelto sirviente en mi propia casa, un cúmulo de artillería inerte enmedio de las trincheras de la eficiencia. Enséñame a observar. No pido demasiado. A lo mucho necesito una lámpara, como Diógenes. O una antorcha, como aquel ángel encadenado a los montes. Mientras más me interno dentro de tus fauces, más resbalo con tu beata saliva. Me intuyo más lúcido que nunca. Corro veloz, como gacela, despreocupado de las hienas y los chacales del mundo, de las innumerables cortes de imbéciles y miserables que pululan por doquier. Ahora es cuando: muéstrate desnudo ante mí. Aunque sea sólo una parte. Solamente enséñame tus costillas, si así lo prefieres, como hiciste con Los Veinticuatro. Tal es mi único, ínfimo, paupérrimo deseo.

- Abrid bien vuestros ojos. Podéis mirarme ya. Pero antes, tenéis que aprender a olvidaros.     

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